Cuando los versos llevan ropa de calle
Joan Margarit (Sanaüja, Lleida, 1938) y Pere Rovira (Vila-Seca de Solcina, Tarragona, 1947) se conocen, dice, burlón, este último, "desde antes de nacer". La cosa queda en 26 años cuando ambos hacen memoria, pero desde entonces han hecho de todo juntos: desde traducir a cuatro manos el Poema inacabado de Gabriel Ferrater hasta poner voz a un disco (Paraula de jazz) que dio lugar a una larga gira en la que los dos escritores leían sus poemas acompañados por el saxo alto de Perico Sambeat, el piano de Xavier Monge y el contrabajo de David Mengual. Además, el penúltimo libro de Joan Margarit, Joana (Hiperión), dedicado a la muerte de su hija, llevaba como prólogo un poema-oración de Pere Rovira. La conversación entre ambos comienza en la Fundación Miró de Barcelona y termina en la cafetería del hotel que, en La Rambla, ocupa la antigua sede de la Compañía de Tabacos de Filipinas. Rovira recuerda sus visitas al edificio cuando albergaba el despacho de Jaime Gil de Biedma, al que este profesor de literatura de la Universidad de Lleida dedicó un libro pionero que acaba de rescatarse (editorial Atrio). La reedición se produce cuando todavía está reciente su traducción de Charles Baudelaire, su vida y su obra (Pre-Textos), de Charles Asselineau, y cuando acaba de publicarse la traducción al castellano del poemario El mar de dentro (Pre-Textos), con el que Pere Rovira obtuvo el Premio Carles Riba, uno de los más prestigiosos de la lengua catalana. Por su parte, Joan Margarit también tiene su propio rincón de novedades. A El primer frío, la primera entrega de su poesía reunida, se acaba de sumar la traducción castellana de su nuevo libro de poemas, Cálculo de estructuras (ambos en Visor). Arquitecto y traductor de Thomas Hardy, Margarit ultima también una amplia antología de su propia obra para la colección de clásicos de Cátedra, en la que será el primer poeta en catalán desde Salvador Espriu, hace ya 30 años.
PREGUNTA. ¿Ustedes se leen los libros mutuamente antes de publicarlos?
PERE ROVIRA. Siempre, y a veces nos decimos cosas muy duras. Joan es de los pocos a los que le he dicho cosas brutales sin que se enfadara.
JOAN MARGARIT. A mí me interesa cualquier opinión. Si alguien me comenta que un poema no le dice nada, pienso: "Pues debería decirle". Jamás lo desprecio.
P. R. Es que nosotros escribimos para esa gente. A mí, por ejemplo, me interesa mucho la opinión de mi madre, aunque eso esté mal decirlo hoy. O cuando vivía, la de mi padre. Como yo había escrito un libro sobre Gil de Biedma, mi padre empezó a leer sus poemas y me dijo: "Este hombre sabe de lo que habla". Y mi padre no había leído poesía en su vida.
J. M. Mi padre se dedicó un día a romper todos mis libros y a tirarlos por la ventana de una calle céntrica de Barcelona.
P. R. Mi padre, sin embargo, estaba orgulloso de que yo escribiera. Era un hombre de negocios y quería que yo lo fuera, pero luego se guardaba los recortes de los periódicos con mis cosas. Lo que le pasaba a tu padre es que era más intelectual que el mío.
P. ¿A qué se dedicaba?
J. M. Era arquitecto.
P. R. En realidad no te odiaba como escritor, sino como arquitecto.
P. ¿Quedan lectores? Hay quien dice que la poesía está en una especie de reserva india.
P. R. Yo no estoy tan seguro. Llevo 27 años dando clase en la universidad y allí no se lee la poesía actual. O sea que alguien lee los dos o tres mil ejemplares que vende Joan de cada libro.
J. M.Lo que pasa es que esta sociedad está tirando por la borda las pocas cosas que tenía para los momentos de apuro, para los momentos de dolor o desorden interno. A uno se le muere el hijo, a otro lo deja su mujer... y para poner orden y consuelo hay muy pocas cosas: la religión para el que sea religioso, la filosofía, la pintura, la poesía...
P. R. La música, el dinero...
J. M. Hay pocas cosas y las estamos tirando sin sustituirlas por otras. La gente, no obstante, intuye que la poesía consuela. Hay que quitarse de encima el miedo a que leer poesía sea algo que necesite una preparación. Es una injusticia decirle a cualquier persona que sepa leer y que lleve diez años leyendo, aunque sea un periódico o el BOE, que no está capacitado para entender un poema.
P. El mito de la dificultad se ha impuesto.
P. R. El problema es que lo que se ha dado como poesía ha sido una pequeñísima parte de lo que en realidad es la poesía. Es lo que pasa con la vanguardia. Es una etapa que dura sólo 20 años, pero parece que vale por toda la poesía universal. La gente te dice que no la entiende. ¡Y yo tampoco!
J. M. En el fondo, entender un poema no es más que meterse en él y salir luego. Si sales más ordenado y más consolado de lo que has entrado, lo has entendido... Un fenómeno como el de la vanguardia nunca se había dado en la historia. Es un momento en el que los artistas tienen que protestar contra muchas cosas, contra las salvajadas burguesas, contra las guerras... Reaccionan diciendo no, rompiendo la gramática y diciendo cosas que no tienen ningún sentido. A mí un panfleto diciendo no me parece fantástico. Y de paso se encuentran recursos nuevos. Pero cuando ha acabado el no, ¿qué pasa? Pere me lo decía el otro día: "Ahora resulta que la mayoría de los poetas que dicen no trabajan en la Generalitat o son catedráticos, tienen, por supuesto, seguridad social y no han vivido nunca una guerra".
P. R. La obsesión de las vanguardias es demostrar que antes no ha habido nada. Como consigna publicitaria no está mal. Los detergentes usan la misma: "Hasta ahora no habías visto lo que es lavar. Ahora verás". La vanguardia dio también, es cierto, a César Vallejo y Apollinaire, pero a la larga va a quedar poca cosa de ese periodo.
J. M. Pero ha condicionado mucho.
P. R. Ése es el error. Por eso cuando tú escribes una poesía que se entiende algunos dicen que escribes una poesía reaccionaria. Bobadas. Yo no quiero cambiar la historia del género. A mí la poesía ya me gusta. Los únicos que han dicho que no les gusta son los vanguardistas. Yo no quiero borrar del mapa a Petrarca ni a Bécquer.
J. M. En el fondo, a muchos poetas no les gusta la poesía y a muchos profesores de literatura no les interesa la literatura. Y eso sólo se ha dado en esta época. A mí me interesa un lector que se conmueva, no un erudito que sea frígido poéticamente hablando.
P. R. Cuando escribes tienes que pensar en Baudelaire y en tu madre. La mezcla no está mal.
J. M. La poesía más potente siempre es la que te toca más de cerca. La que está más en tu vida cotidiana.
P. R. No estoy de acuerdo. A mí me toca más de cerca Catulo que Jorge Guillén. Y se llevan dos mil años.
J. M. Para mí, Horacio y Ovidio son tan modernos que los leo como si fueran del siglo XX.
P. R. Es que no tienes otro remedio.
J. M. El siglo XX es muy importante. La poesía rusa, la americana...
P. R. Yo me paro en el XIX. Tú, además, has traducido a Thomas Hardy.
J. M. Pero Hardy es del XX, aunque naciera en el XIX.
P. R. Es un poeta del siglo XIX. Como Unamuno, aunque viviera en los dos siglos.
P. O sea, para uno, Baudelaire y su madre; y para el otro, Hardy y su madre.
P. R. Y su padre, que le rompía los libros.
J. M. Ja, ja. En el fondo un buen poema es una herencia que no se puede pagar con nada.
P. ¿Y la poesía contemporánea en catalán? Si un extremeño quisiera ponerse al día, ¿qué tendría que leer?
P. R. Yo le diría: "Léase usted a Ausias March".
P. Un poeta del siglo XV.
P. R. Es el poeta más moderno que hay en Cataluña. Además, podría leerlo en la traducción de José María Micó que publicó Pre-Textos. Es increíble. Esa traducción nunca se la agradecerá lo bastante ni Cataluña ni España. En el siglo XX los dos grandes poetas son Joan Vinyoli y Salvador Espriu. También Gabriel Ferrater, pero paró antes de hora. Y una parte de la obra de Vicent Andrés Estellés.
P. ¿Es cierto que ustedes empezaron a escribir en castellano?
P. R. Todos empezamos en castellano. En mi pueblo el español no lo hablaba nadie. Los trabajos de la escuela, sin embargo, había que hacerlos obligatoriamente en español, aunque con el maestro hablábamos catalán. Luego decía: "Dictado", y nos dictaba el Quijote, cosa que nunca le agradeceré lo suficiente porque nos lo dictó casi entero. Yo mamé el catalán como idioma de vida pero no como idioma de cultura.
J. M. Uno asocia poesía con cultura y escribe en la lengua en la que conoce a poetas. Yo, además, pasé la adolescencia en Canarias. Fracasé una y otra vez con lo que quería decir en castellano y probé con el catalán.
P. R. Además, el momento en que tú encuentras la poesía que quieres hacer coincide con tu paso al catalán. La poesía tienes que escribirla en el idioma en que te ocurren las cosas.
J. M. La poesía tiene algo de primigenio y no te da más que unos cuantos versos y muy poco espacio para decir muchas cosas. Esto no lo puedes manejar en una lengua de cultura.
P. R. Esto no quiere decir que no podamos escribir con perfecta competencia un soneto en español. Yo lo hago todos los días en clase.
P. ¿Y se sienten reconocidos en el resto de España?
P. R. Yo nunca me he sentido mal. Si vamos a Ávila nosotros no tenemos el mínimo reparo de leer en español. Pero el provincianismo no tiene límites y hay capullos de aquí que creen que tienen que ir allí a leer en catalán. No le puedes pedir a la gente de Ávila que aprenda catalán para leerte a ti. Además, es que siempre terminan pidiéndote que leas en catalán. Si no lo haces, te lo piden. ¿Por qué? Porque no les das el coñazo.
J. M. Yo hice una lectura en Badajoz el día que se discutía el Estatuto y la gente terminó pidiéndome que leyera en catalán. Yo creo que tenemos el mismo número de lectores en castellano que en catalán.
P. R. Hay otro mito. Aquí no se ha enseñado que cualquiera puede leer en catalán. Yo tengo amigos en Galicia. Me mandan sus libros en gallego y yo los entiendo. Si no entiendo una palabra, la busco en el diccionario. O sea, que si yo puedo leer en gallego, un señor de Badajoz me puede leer a mí en catalán haciendo el mismo esfuerzo. Éste es un conflicto creado por los políticos que no tiene nada que ver con el escritor ni con el lector. A Carod Rovira le interesa que parezca que a los catalanes no nos entienden en Badajoz. Y a Rajoy también le interesa. Pero los dos mienten.
P. Los libros que acaban de publicar están marcados por la muerte. ¿Ante una experiencia extrema se pierde la confianza en la poesía o se dobla?
J. M. Ni una cosa ni la otra. Se pone a prueba. Si la poesía no pasa la prueba, mejor dejarlo.
P. ¿La edad te vuelve descreído?
P. R. Mal irías si con la edad no te hicieras descreído. Cuando tienes veinte años también te consideras descreído, pero te lo crees casi todo. Incluso las tonterías mayores. A cierta edad eres descreído porque en realidad lo que quieres es creerte algo de verdad.
J. M. Para mí la vejez...
P. Yo había dicho la edad.
J. M. Ja, ja. Yo me entiendo. La vejez es un momento en que tomas conciencia de que tu futuro es tan pequeño que apenas existe. Esto te da otra relación con el mundo. No tiene nada que ver con la salud. Uno de cuarenta años puede tener todas las enfermedades, que no será un viejo, será un joven enfermo. La vejez es que el futuro no existe.
P. R. Pero empieza a existir el presente.
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