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La apuesta de López Obrador

Jorge Volpi

Por fin han dado inicio las campañas rumbo a la presidencia de México y, a diferencia de lo ocurrido en el pasado, el resultado de las elecciones de julio próximo continúa siendo incierto. No obstante, las encuestas han determinado ya el orden de salida: Andrés Manuel López Obrador, del Partido de la Revolución Democrática (PRD, centroizquierda), a la cabeza; Felipe Calderón, del Partido Acción Nacional (PAN, centroderecha en el gobierno), en segundo; y Roberto Madrazo, del Partido Revolucionario Institucional (PRI, sin ideología fija), en tercero, a los que habría que añadir dos candidatos sin posibilidades: Patricia Mercado y Roberto Campa.

Pero si las elecciones de 2006 representan un momento de inflexión para la historia del país no es sólo por lo cerrado de la contienda, sino porque los ciudadanos no saben qué esperar de ninguno de los candidatos en liza. Pese a las pasiones o recelos que despiertan unos y otros, lo cierto es que al día de hoy resulta casi imposible prever cuál sería la conducta de cada uno en caso de obtener la victoria.

Vivimos en una época en donde las diferencias entre izquierda y derecha se han vuelto cada vez menores, pero en el caso mexicano éstas se vuelven casi inexistentes. Andrés Manuel López Obrador insiste en presentarse como un hombre de izquierda, pero su línea de acción no se diferencia demasiado de la realizada por algunos gobiernos emanados del PRI, su antiguo partido. Como alcalde de la ciudad de México se caracterizó por una combinación de populismo y pragmatismo. Durante sus primeros años no dudó en ligarse a la clase empresarial (en particular a Carlos Slim), se embarcó en proyectos urbanos para beneficio exclusivo de las clases medias (el llamado segundo piso del periférico, mientras desatendió la ampliación del metro), y cobijó a los miembros de su equipo acusados de corrupción; por otro lado, implementó un programa de ayudas directas a ancianos, apoyó la creación de una nueva universidad pública y financió sólo aquellos proyectos sociales y culturales que revestían un carácter "popular".

En materia de transparencia y de moral pública -dos puntos básicos de la agenda de la izquierda en otras partes-, López Obrador se ha mostrado pacato: obstruyó la primera y, para evitarse cualquier crítica, jamás se ha referido a la necesidad de ampliar la legislación sobre el aborto o a los matrimonios homosexuales. Por si ello no bastara, su actual equipo de campaña está formado por viejos aliados del ex presidente Salinas, como señaló con malicia el subcomandante Marcos. En términos estrictos, lo único izquierdista es su discurso (un neocardenismo sin Cárdenas).

Felipe Calderón vive una contradicción distinta: aspira a presentarse como un hombre de centro, capaz a un tiempo de ser el continuador y el crítico de Vicente Fox. Su discurso moral recoge todos los lugares comunes del PAN (un supuesto humanismo católico que en realidad esconde un profundo conservadurismo, como han demostrado sus últimas declaraciones contra el aborto y la píldora del día siguiente), si bien en términos políticos y económicos resulta tan pragmático como sus contrincantes, por lo cual evita presentarse como un adalid del neoliberalismo -el término se ha vuelto indefendible- y prefiere defender un liberalismo comedido.

Tanta moderación quizá le asegure un importante cúmulo de votos frente a los supuestos extremos representados por López Obrador y Madrazo, pero no ayuda a vaticinar cuál sería su conducta de llegar a la presidencia (un foxismo sin Fox).

El caso de Madrazo, agobiado por su imagen de taimado y corrupto, es aún más grave: tras perder la presidencia en 2000, el PRI no llevó a cabo un examen de conciencia, no trató de renovar sus estructuras ni su discurso y no impulsó ninguna reforma interna. En cinco años lo único que hizo Madrazo fue consolidar una estructura electoral capaz de asegurarle el triunfo en 2006. A diferencia de López Obrador y de Calderón, no ha realizado una sola propuesta concreta. ¿Cuál es su ideología? Ninguna. Simple pragmatismo. ¿Cómo espera ganar? Aprovechándose de las posibles derivas ideológicas de sus adversarios y confiando en su poderosa maquinaria electoral (un salinismo sin Salinas).

Las últimas encuestas demuestran que la estrategia acomodaticia de Madrazo no está rindiendo los frutos esperados. Si las tendencias se mantienen como hasta ahora, es probable que termine distanciándose cada vez más de los punteros, asegurando la ruina del PRI y una competencia muy cerrada entre López Obrador y Calderón. Sólo si esto ocurre la ideología empezará a ser un elemento a considerar en la contienda. Eliminado el PRI, los candidatos del centro-izquierda y del centro-derecha tendrán que optar entre radicalizar sus puntos de vista (a fin de volverse reconocibles) o navegar en la indefinición, confiando sólo en su carisma personal.

Ante la falta de hechos y propuestas concretas, la batalla entre los candidatos se reduce por ahora a una simple guerra de palabras. El lugar común, asumido por los tres, es que ganará quien consiga el apoyo de los indecisos, quien obtenga el llamado voto útil y quien se coloque más al centro. Ésta era la jugada esencial de Madrazo (quien esperaba que el carácter irritable de López Obrador y Calderón los mostrase como fanáticos), pero también, en buena medida, la de Calderón.

La estrategia de López Obrador es, en cambio, más compleja: ¿debe presentarse como un reformista moderado o debe volverse cada vez más incendiario? Si hace lo primero, apaciguará el temor de los empresarios, de la clase alta y de Estados Unidos, pero no se diferenciará demasiado de Calderón. En cambio, si elige lo segundo tal vez se gane la simpatía de la mayor parte del país (casi el ochenta por ciento es pobre o muy pobre), pero a riesgo de que los estratos más altos e influyentes lo tachen de autoritario e insistan en compararlo con Hugo Chávez, aun si no comparte casi nada con él.

En el fondo, el resultado de la elección se decidirá a partir de la actitud que López Obrador tome a lo largo de las siguientes semanas. Al ser el primero en las encuestas y el único con la credibilidad necesaria para arriesgar un "giro por los pobres", su apuesta determinará los movimientos de sus adversarios. Es difícil saber cómo reaccionarán sus contrincantes, pero no cabe duda de que es el único candidato que podría convertir la lucha contra la desigualdad -el mayor desafío que enfrenta el México moderno- en el centro del debate nacional. Y entonces corresponderá a Calderón (tal vez para Madrazo sea ya demasiado tarde) decidir si el continuismo económico bastará para despertar el entusiasmo de los electores.

Jorge Volpi es escritor mexicano.

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