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Columna
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Elogio

La semana pasada se celebró en Barcelona un encuentro sobre novela negra al que acudieron especialistas del género de todas partes. Especialistas, en este caso, es sinónimo de autores, porque fuera de los autores y los lectores, a nadie más le interesa el género. Como no estuve presente, no tengo ni idea de lo que allí se dijo. Quisiera pensar que los participantes se intercambiaron formas sutiles de matar sin ser descubierto, pero tal como están las cosas, es probable que sólo hablaran de impuestos, contratos y anticipos. Lo mismo da. La ocasión es buena para el elogio de la novela negra y sus autores. Éstos, sin excepción, son gente buena. Y aún más, bondadosa. El bueno es bueno; el bondadoso extiende la bondad a lo que toca. A los autores de novela negra nada les produce más placer que encontrar un cadáver en la biblioteca, y si la puerta está cerrada por dentro, más juerga. Sólo una buena persona puede tomarse las cosas de este modo. Dicho de otra manera: en un mundo donde es habitual llevar lo trivial al terreno del crimen, los autores de novela negra llevan el crimen al terreno de lo festivo.

Tal vez por esta causa el mundo les es hostil y los autores de novela negra son una especie en peligro de extinción. No porque les falten las ganas ni el ingenio, sino porque los avances de la civilización están acabando con su hábitat. Mirar las cosas con lupa, atar cabos, disfrazarse, interrogar al servicio y seguir a la gente en coche por San Francisco es una pérdida de tiempo cuando existen la telefonía móvil y la prueba del ADN. Por más que nos duela, Sherlock Holmes y Watson son dos jubilatas.

Sin embargo, indiferentes a este mal fario, los autores de novela negra siguen en la brecha, porque no han apostado por la realidad, sino por la pura ficción, de la que ellos son el último reducto. Sobrevivirán mientras no les alcance el virus de la filología. Por fortuna, sólo ha habido tímidos intentos de incorporar la novela negra a la academia, adjudicando al género un supuesto elemento de crítica social muy poco convincente. Pero la ficción en estado puro no puede resistir el embate de los tiempos. Y un día aparecerá definitivamente muerta en una biblioteca, con la puerta cerrada por dentro y también por fuera.

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