Problemas domésticos
Encontré a mi vecina en el rellano de la escalera y no podría decir si entraba o salía del piso, porque casi siempre la encuentro ante su puerta, manipulando las llaves. Estaba hecha un mar de lágrimas y su disgusto, tan aparente, debía tener orígenes fundamentados. La recuerdo siempre con las piernas hinchadas -"cosas de la circulación", me dijo- y su carácter suele ser risueño y amable. Lloraba y maldecía, al mismo tiempo, algo perfectamente compatible, con expresiones no muy de acuerdo con su madura y casi venerable condición. Advertí, con cierta aprensión, que estaba dispuesta a encontrar consuelo en mi hombro, cosa que no deseaba, en absoluto, pues soy bastante torpe para salir airoso de situaciones delicadas.
"Me ha dejado la Demetria. La muy... tal y cual. Ahora, precisamente, cuando espero a mi hijo y a mis nietos". Recordé al instante que la tal Demetria era otra mujer de su edad que, mediante una cantidad estipulada, aparece dos o tres veces por semana, le va a la compra y finge desempeñar las tareas más duras de la casa. Es su asistenta. He aquí la tragicomedia doméstica que hube de presenciar por haber salido en un momento dado, no antes ni después. La Demetria, la Deme para los conocidos, hace lo que un alto porcentaje de las personas dedicadas a los trabajos del hogar por cuenta ajena: adquiere todos los productos de limpieza que aparecen anunciados en la tele, con especial reiteración en los que proporcionan apetitosos regalos a sus adquirentes.
A través de la escasa consistencia de los tabiques escuchaba, sin quererlo, alguna de sus conversaciones telefónicas, bastante prolongadas, que se realizaban -es una suposición- en ausencia de la dueña. No prestaba la menor atención, pero la consecuencia que se extraía de aquellas llamadas es que se trataba de negocios, distintos negocios. Podía deducirse que, además de asistir, la Deme se dedicaba al comercio, pues sus mensajes se referían a proveedores, pagos aplazados, reclamación de mercancías, unas veces de forma suplicante y otras imperiosa, según el interlocutor o la materia de que se tratase.
Otro tema recurrente parecía ligarla con el negocio de la venta de periódicos. Por retazos oídos, debería regentar o participar en la explotación de un quiosco de periódicos, pues percibí algunas frases relacionadas con el último problema que ha tenido este gremio con el asunto de la prohibición de vender tabaco. Eran pellizcos de charlas que ni me concernían ni me interesaban.
El drama actual es que, para desolación de su ama, la auxiliar doméstica se ha visto agraciada con alguno de los suculentos premios, quizá procedentes de los productos que ella pagaba. Acababa de comunicarle que se largaba a Moscú la semana próxima con un familiar. Ocho días para conocer la ciudad de los zares y de Putin.
Este invierno ha sido especialmente duro para nosotros y el resto del país, con temperaturas extremas, y, según las noticias, en Rusia el frío es más intenso que otros años, lo que no ha arredrado, en absoluto, a la emprendedora Demetria, que, por otra parte, había disfrutado de un precedente viaje a Bora-Bora y procura engancharse en los circuitos del Inserso. Una viajera nata e indomable.
Mi desventurada convecina se quejaba amargamente. En otras ocasiones había sido prevenida con tiempo suficiente para organizar su solitaria vida, pero ahora, precisamente ahora, esperaba la visita, como se ha dicho, de su hijo, divorciado y con tres churumbeles, que eran la alegría de la abuela. El panorama me fue explicado con detalles, salpicados con juramentos que no conocía, y maldiciones contra los desaprensivos comerciantes que corrompían la moral de las asistentas, sin dejar fuera de sus invectivas a la televisión, copartícipe en la organización del viaje. Y de cómo está el servicio. Raro me pareció el destino, en estas semanas invernales, que parecían invitar al desistimiento por parte de los ganadores.
Pero a personajes tan emprendedores como la Deme nada puede detener. La semana que viene estará administrándose unos lingotazos de vodka -o unas tazas de té, ignoro sus preferencias- y echándole un vistazo a la momia de Lenin, si es que todavía recibe a los forasteros.
Intenté consolar a la compungida dama. Eso le puede ocurrir a cualquiera.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.