Revolución 'hip hop' en Houston
Chicos negros con gruesas cadenas de oro y fundas dentales de diamantes inundan la ciudad que acoge la gran fiesta de su deporte
Llegaron de todas partes. De los arrabales de Houston y del vecino estado de Luisiana. De Nueva York y de Los Ángeles. De Chicago y Dallas. Llegaron en masa para celebrar el juego callejero: el baloncesto. Llegaron ante la mirada atónita de dos mujeres blancas -madre e hija conversaban- que no alcanzaban a comprender lo que sucedía. Sentadas en la barra del restaurante Ruggle?s, hacían la vida que acostumbran. Pidieron un cóctel y un refresco. A los pies de sus taburetes, unas bolsas certificaban su peregrinaje por The Galleria, el centro comercial más exclusivo de Houston, un kilómetro de galerías, tiendas, hoteles y tres grandes almacenes. En las bolsas primorosamente diseñadas, los logotipos de Chanel, Jimmy Choo y Louis Vouiton. Hija y madre tenían mucho en común: rubias, discretamente teñidas, discretamente peinadas, discretamente vestidas. Lo que en su círculo se entiende por mujeres elegantes. Su ropa evitaba cualquier curva. Líneas rectas y sobrias para dos mujeres más destacables por sus maneras -movimientos contenidos, una rigidez convenientemente aprendida, una disposición fría- que por su atractivo. Como máximo, el paradójico encanto de lo asexuado. Eran ricas. Eran tejanas. Estaban donde les correspondía, un lugar para gente de su clase a esa hora de la tarde. Pero ninguna de las dos podían evitar una mirada de sorpresa ante el insólito paisaje que comenzaba emerger a su alrededor: decenas de chicos y chicas jóvenes, todos negros, sin otro equipaje que sus camisetas extralargas, pantalones desmedidos y zapatillas de baloncesto. Chicos con gruesas cadenas de oro alrededor del cuello, algunos con aparatosas fundas dentales de diamantes, casi todos hablando por los teléfonos móviles o conectados a los pinganillos futuristas que adornaban sus orejas. Chicas vibrantes, con vaqueros ajustados como una segunda piel, tacones de aguja, escotes profundos, pechos generosos. Cientos y cientos de chicos y chicas negros irrumpieron en The Galleria proclamando que era su fin de semana, la celebración del juego que les fascina y de los héroes que lo glorifican: Allen Iverson, LeBron James, Shaquille O'Neal.
Una comunidad musical
Las dos mujeres de la barra eran las únicas blancas en aquel escenario inaudito. Una nueva generación de jóvenes negros, educados fundamentalmente en los ritmos del hip hop, aparecía representada en aquel instante. Houston era un buen lugar para encontrarse, una ciudad que se ha convertido para el hip hop en lo que fue Seattle para el grundge. Houston ha matizado los ritmos agresivos de Nueva York con inteligentes pinceladas de gospel, soul y blues. En Houston ha crecido un hip hop cadencioso y elegante que tiene fascinado a la comunidad musical dominante entre los jóvenes americanos. El 15% de las ventas discográficas en Estados corresponden a músicos de hip hop. Siete de cada diez tonos de móvil son de hip hop. Algunos de los músicos más influyentes y ricos proceden del hip hop y derivados. Músicos que definen la nueva estética y encarnan otro sueño americano: el del chaval que vive en la marginalidad y se convierte en una especie de Moisés negro. Muchas veces al margen de las grandes compañías discográficas, crecen las leyendas de muchachos que han encontrado en los ritmos sincopados un lenguaje nuevo -muchas veces criticado por su violencia y por el sexismo que pregonan algunos cantantes- y una manera de agrupar a una comunidad de desheredados.
El baloncesto es su deporte. Es un juego de calle, de ritmo, de expresión individual. Un juego barato: una cancha en cualquier barrio, un balón y unas zapatillas. El juego que alcanza en la NBA su máxima expresión. El 90% de los jugadores son negros y las demás barreras comienzan a ceder. Hay entrenadores, directores deportivos y algunos propietarios negros. Cuando Michael Jordan se convirtió en una marca por sí mismo, un héroe que atravesó todas las fronteras raciales, la NBA cambió una manera de entender el deporte y las viejas convenciones sociales. El hip hop celebra este cambio porque se identifica con jugadores como Allen Iverson, un chico de la calle, destinado a una vida turbulenta en los arrabales de Washington, pero amparado por su genio de jugador: un base orgulloso, valiente, ganador, siempre dispuesto al desafío. Un millonario además. Un Moisés flaco. Uno de los suyos. La confluencia del baloncesto y el hip hop es categórica. Gente como Jay Z, el multimillonario artista que comenzó a grabar en el independiente y pequeño sello Def Jam, es un imperio en sí mismo. Su línea de ropa Rocawear arrasa en las ciudades. Gente como el productor Russell Simmons, empeñado en generar un movimiento de orgullo negro. O como Sean P.Diddy Combs, hombre de excesos, multimillonario, ex marido de Jennifer López y creador de una línea de ropa (Sean John) que factura cerca de 200 millones de dólares al año. P.Diddy está en Houston. Jay Z está en Houston, elevado a la categoría definitiva de triunfador: Reebok acaba de lanzar la línea S.Carter -nombre de Jay Z- con un éxito apabullante. Es el primer cantante con su propia línea de zapatillas deportivas. Miles de chicos y chicas saben que Diddy, Jay Z, Ludacris y R. Kelly han llegado a Houston para celebrar fiestas tumultuosas. Saben que acudirán a The Galleria acompañados por sus guardaespaldas y su escuadrón de acompañantes.
Dependientes asombrados
Una marea humana se mueve por el enorme edificio. Los únicos blancos son los dependientes de las lujosas marcas que se suceden en la primera planta: Cartier, Gucci, Armani, Ferragamo, Vuitton, Versace... las marcas que tradicionalmente están identificadas con las clases más pudientes, con la América que representan las dos discretas rubias de la barra. Pero no este fin de semana. Los dependientes también observan asombrados la película que tienen ante sus ojos. No se alteran, sin embargo. Con sus gorras ladeadas, con las cazadoras que llevan dibujada amenazadora imagen del virulento Scarface que interpretó Al Pacino, con sus exuberantes acompañantes, entran en el paraíso del lujo y son recibidos como reyes. Arden las tarjetas de crédito. En una esquina, dos policías controlan la escena sin aparente tensión. "No pasará nada", dice uno de ellos. No les preocupa que algunos muchachos crucen miradas desafiantes o que sus vestimentas proclamen diferencias tribales. Están aquí para celebrar a sus estrellas. Es el fin de semana de Iverson, de O'Neal, de Rasheed Wallace. Y esto es Houston, la nueva Meca del hip hop. Aunque las dos rubias no lo sepan.
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