Partisanos
Bien plantados ante César, los chicos de Víctor Muñoz se habían organizado en dos líneas de contención para prevenir la estampida del Real Madrid. Deberían resistir el asedio de un abigarrado tropel en el que coincidirían la energía detonante de Ronaldo, la elegancia musical de Zidane, el ímpetu bronco de Baptista y, para completar la manada, la furia elástica de una fiera de adrenalina llamada Robinho; una síntesis de guepardo y antílope que reunía las cualidades del cazador y la presa. Si lograban contenerlos durante un cuarto de hora, tendrían la final en la mano.
Unidos por la necesidad, repasaron mentalmente la secuencia de tareas: al principio, cerrar filas; después, contener, acosar y perseguir al contrario en todas las rutas del juego. Dicho y hecho: a los diez segundos habían interceptado el primer pase, y a los treinta, el primer tiro.
De pronto, a los cuarenta, Cicinho, el gato con botas, vino por el ángulo. Con su zancada deslizante se presentó en el tercer cuarto de cancha. Luego cargó los pulmones y fue al encuentro de la pelota con la mirada fija. En una milimétrica sucesión de movimientos, tensó las fibras, acortó los pasos, enfocó la escuadra y logró integrar en la acción de correr la acción de tirar.
Su gol abrió la eliminatoria, inflamó el Bernabéu y provocó un curioso efecto secundario: por si se trataba de un desafío, Roberto Carlos despertó de su sueño invernal. También los espectadores intercambiaron un gesto de sorpresa; en aquel minuto de ensueño y de pesadilla, Cicinho había reivindicado el linaje más ilustre de defensas laterales.
Hace unos treinta años, los laterales, esos partisanos de ocasión, fueron, más que un recurso natural, un arma secreta. Bajo la influencia de Helenio Herrera, los grandes equipos aligeraban la delantera para reforzar la defensa y, puestos a empezar por alguna parte, eliminaron a los extremos. Con ello aceptaban un dudoso intercambio que consistía en cortarse las alas para afilarse las uñas. Encontraron una sola fórmula de compromiso para compensar el desajuste: reeducarían a los defensas laterales. Desde su demarcación natural deberían transformarse en profesionales de la sorpresa; atacarían irregularmente, sin previo aviso, y sus despliegues serían la viva representación de una carrera de relevos. Así empezó la nueva estirpe.
Con su aparición, Cicinho nos ha devuelto el perfil azulado de Facchetti, la llegada serena de Gerets y la cabeza voladora de Conejo Tarantini. Aún más, su disparo tuvo la prestancia artillera de los zambombazos de Eder y su cuerpo dejó en el aire la huella borrosa de un flechazo.
Para él, la línea de banda es una línea de goma. Por ella se desdobla y se estira como nadie. ¡Ci...ci...nho...oh...oool!
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