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DIETARIO VOLUBLE
Columna
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Sin móvil

Enrique Vila-Matas

1. En tal día como hoy, pero del año 1894, un político francés (de cuyo nombre prefiero no acordarme) se comió un plátano. Lo sé porque lo anotó en su dietario. Escribió esto: "Por primera vez en mi vida he comido un plátano. No lo repetiré hasta llegar al purgatorio".

Dejo aquí testimonio de la oportunidad que hemos perdido de celebrar hoy el 112º aniversario de la deglución de aquel plátano. Nuestros cada vez más numerosos organizadores de efemérides han andado francamente despistados en esta ocasión. Pero puedo entender su distracción: andan desbordados ante tanto aniversario y centenario.

2. No se ven teléfonos móviles por las calles de esta ciudad de Sofía tan callada. Y esto me hace recordar el silencio feliz de nuestras calles de antes: aquellos días en los que, por ejemplo, no teníamos que sufrir monólogos callejeros de pobres desquiciados.

Bulgaria, país silencioso. Se nota todavía la estela de represión que dejaron los totalitarismos, el comunismo muy especialmente. Pero también es verdad que llevo ya cinco días en Sofía y aquí me siento bien, es más, diría que me siento muy bien, y no sólo por la ausencia de los móviles. ¿Por qué tan bien? Tal vez porque intuyo que se me ha contagiado el silencio y no tengo casi nada que decir sobre este país. No tengo nada que contar sobre Bulgaria, quizá porque aquí en Sofía no he escuchado nada, nadie me ha dicho nada. Cualquiera diría que vine aquí para actuar de forma inversa a la de un espía. Mañana regreso a casa sin mucho que contar, y eso en el fondo da una cierta tranquilidad. Sé que sólo podré decir que me sentí bien en mi hotel búlgaro. Pero, pensando en Barcelona (que para mí es lo que para el actor W. C. Fields era Filadelfia), me digo que quisiera ya que fuera mañana, me gustaría ya estar en mi ciudad. No estoy nada mal aquí, pero ya dejó escrito W. C. Fields en el epitafio de su tumba: "A pesar de todo, preferiría estar en Filadelfia".

3. No tener mucho que contar de mi viaje es algo que parece darle la razón al eminente doctor Johnson cuando, a mediados del siglo XVIII, observa lo poco que los viajes por el extranjero enriquecen la conversación de quienes han estado en otros lugares. "De hecho", decía el doctor, "el tiempo que hemos pasado fuera es delicioso y, a la vez, en cierto sentido instructivo; pero parece apartado de nuestra existencia sustancial y auténtica y nunca se une bien a ella".

Para el doctor Johnson, en los viajes no somos la misma persona, sino otra, acaso más envidiable; pero estamos perdidos para nosotros, así como para nuestros amigos. Nos vamos de nuestro país y también nos vamos de nosotros mismos. Según el doctor Johnson, los que desean olvidar ideas penosas hacen bien en ausentarse durante un tiempo, pero sólo podemos decir que realizamos nuestro destino en el lugar que nos vio nacer. "Por ello, me gustaría mucho pasar el resto de mi vida viajando por el extranjero, si en algún otro lugar pudiese pedir prestada otra vida, para pasarla después en casa".

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4. Ahora, ya en casa, en Barcelona, tengo la sensación de que pedí prestada otra vida en Sofía y estoy viviéndola aquí. Me ayuda a llevar esa vida el hecho de no tener teléfono móvil. Es lo que me digo mientras aguardo a que dentro de una hora me llamen del programa de Carles Francino, porque se han enterado de que soy uno de los pocos de este país que no tienen teléfono portátil. Seguramente la llamada guarda relación con la triunfante feria de teléfono móvil Barcelona 3GSM. Deben de haberse propuesto averiguar si hay algo detrás de mi extravagante actitud de no querer tener un móvil como todo el mundo. Como no puedo decirles que en Sofía he pedido prestada una vida búlgara sin móvil (no me entenderían y, además, no es exactamente cierto), quizá les cuente algo más aproximado a la verdad, por ejemplo esto: no tengo nada contra los portátiles; pero, teniendo en cuenta lo poco que los necesito, todavía encuentro muy altos de precio esos chirimbolos.

5. Esperando a Francino, leo el breve ensayo Dar un paseo, de William Hazlitt. Al terminarlo, pienso en la pregunta que se hace el autor al comienzo de su reflexión sobre el paseo: "¿Hay que pasear solo o en compañía?". Contra la opinión de Laurence Sterne ("déjenme tener un compañero de viaje, aunque sólo sea para observar cómo se alargan las sombras y declina el sol"), Hazlitt cree que la frase de su colega es muy bella pero que en realidad es fundamental pasear sin compañía alguna "porque no se puede leer el libro de la naturaleza sin encontrar perpetuamente la dificultad de traducirlo para beneficio de otros". "En una caminata", dice, "yo estoy a favor del modelo sintético sobre el analítico; me contento con apilar una serie de ideas para examinarlas y analizarlas más adelante, cuando llegue a casa".

Es precisamente lo que estoy haciendo ahora: examinar mis recuerdos del silencio búlgaro y vivir la vida prestada en Sofía, pero analizándolo todo en casa.

6. Me pregunto qué clase de alta cólera se habría apoderado de William Hazlitt si en una de sus caminatas solitarias, mientras apilaba ideas, le hubiera sonado el teléfono móvil y alguien, al otro lado de la línea, le hubiera interrumpido con esa pregunta tan corriente hoy en día: "¿Dónde estás, William?".

7. ¿Qué sucede cuando uno, en lugar de ir acompañado por alguien, viaja solo? Creo que quien viaja en compañía (y un móvil también debe ser considerado como compañía) tiende a comentar con los otros cuanto va viendo y a encontrarlo todo muy extraño, y eso le hace incapaz de percibir que en realidad el extraño siempre es él.

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