Proeza insuficiente
El Madrid convierte un duelo sin esperanza en una gesta inolvidable frente a un Zaragoza que estuvo al borde de la eliminación
Una hazaña en toda regla no resultó suficiente para colocar al Madrid en la final de Copa. Marcó cuatro goles y durante toda la noche arrolló al Zaragoza más encogido que se recuerda. Fue una demostración de poderío y orgullo, orquestada con un gran juego, pero también inteligencia. Nadie en Chamartín se sintió decepcionado. Después de tanto tiempo de trivialidad, el Madrid regresó al territorio de la épica. Jugó con tanta grandeza que la hinchada saludó la insuficiente victoria con el clamor que reserva a los triunfos memorables. Y con razón.
El Madrid apeló a la mística de las noches mágicas y el Zaragoza se creyó la historia. Fue un caso flagrante de derrota psicológica. Goleó en el primer partido, pero desde esa misma noche entró en un estado creciente de temor. No se sintió fuerte por la superioridad que había demostrado, ni ganó confianza, ni tuvo la arrogancia suficiente para no sentirse intimidado por la optimista campaña organizada por el Madrid. La maquinaria de propaganda convirtió un desastre en un desafío, casi en una victoria. Se convocó a los viejos mitos que pueblan la memoria madridista, se extendió la idea de un partido histórico y se generó un ambiente inflamado. El llamamiento puede relacionarse con los nuevos tiempos del fútbol. No surgió del ámbito natural, los jugadores, sino del departamento de comunicación del club, que hizo un trabajo impecable. El mensaje de la remontada impregnó al equipo, a la hinchada y al Zaragoza, que salió arrugado. Diez minutos después era un trapo.
REAL MADRID 4 - ZARAGOZA 0
Real Madrid: Casillas; Cicinho, Woodgate, Sergio Ramos, Roberto Carlos; Beckham, Gravesen (Diogo, m. 83) , Baptista (Casano, m. 83), Zidane; Robinho y Ronaldo.
Zaragoza: César; Ponzio, Álvaro, Gabi Milito, Toledo (Generelo, m. 81); Óscar, Zapater, Celades, Cani; Ewerthon (Sergio García, m. 86) y Diego Milito (Capi, m. 89).
Goles: 1-0. M. 1. Cininho dispara desde fuera del área tras un rechace de la defensa del Zaragoza. 2-0. M. 5. Beckham cuelga el balón sobre el área, recoge Ronaldo y pasa a Robinho, que remata a gol. 3-0. M. 10. Ronaldo remata un centro de Beckham ganando la espalda a Álvaro. 4-0. M. 61. Zidane saca una falta en corto sobre Roberto Carlos, que marca de fuerte disparo.
Árbitro: González Vázquez. Amonestó a Beckham, Óscar, Toledo, Ponzio y Zapater.
Unos 75.000 espectadores en el Santiago Bernabéu. Clasificado para la final el Zaragoza por el tanteo global de 6-5.
La hazaña requería de una perfecta puesta en escena, del toque singular que obliga a pensar en lo impensable. Cicinho se encargó de abrir fuego y aquello fue Jericó. El Zaragoza comenzó a derrumbarse en el primer minuto. El lateral brasileño enganchó un derechazo prodigioso, la pelota entró por la escuadra y el gol agitó todos los mitos del madridismo. El Madrid, que no se ha distinguido en los últimos años por la épica de su juego, se lanzó a una de las aventuras más hermosas que se ha visto en el fútbol español. Nunca en la historia de la Copa un equipo había remontado una diferencia de cinco goles. Pero lo que se antojaba una ficción se convirtió inmediatamente en algo posible. Robinho anotó el segundo gol en el siguiente remate. Ronaldo marcó el tercero en el noveno minuto. El huracán estaba desatado.
La noche resultó inolvidable por numerosas razones. El Madrid jugó el partido perfecto en todos los sentidos. Funcionó con energía, precisión y descaro. Rara vez fue superado por su euforia. Jugó con rapidez, pero con serenidad. Con energía, pero sin ofuscarse. Con riesgo, pero sin desorden. Todos colaboraron en el partidazo. Tan decisivos como sus rematadores fueron los centrales. Sergio Ramos y Woodgate contestaron uno por uno a todos los contragolpes del Zaragoza. Se impusieron en el juego aéreo y resistieron la trepidante velocidad de Ewerthon. Diego Milito no existió. El héroe del primer encuentro pasó inadvertido en el Bernabéu. Lo impidió la fenomenal actuación de los centrales del Madrid.
Los laterales no encontraron oposición en Cani y Óscar, abrumados por Cicinho y Roberto Carlos. Miraban estupefactos las arrancadas de los dos balines brasileños. Cicinho confirmó que es una pieza decisiva por su profundidad, clase y precisión tanto para el pase como para el remate. Su presencia en la alineación ha tenido un efecto inmejorable sobre Beckham, gran protagonista de la primera parte. Instalado en la derecha, sin otra función que enviar sus teledirigidos centros sobre el área del Zaragoza, Beckham se aprovechó de la indecisión de Cani y de la torpeza de Toledo para sembrar el pánico. Cada centro llevó el anuncio del gol. En parte, porque Robinho y Ronaldo acudieron con fe al remate, pero también porque la defensa del Zaragoza entró en un estado de pánico.
Al fondo se apreció la grandeza de la Copa, un torneo que sufre todo tipo de vejaciones en España. Sin embargo, cuando alcanza su máxima intensidad no hay nada comparable en el fútbol. La Copa es vértigo, sorpresa y leyenda. Beckham, que viene de un país donde la Copa es sagrada jugó con una felicidad desbordante. De paso, recordó el terrible error que ha cometido el Madrid durante los dos últimos cursos. El hombre del pie de oro fue destinado a labores de simple intendente en el medio campo. Dos años perdidos para el Madrid y para Beckham. Frente al Zaragoza volvió a demostrar lo paradójico de sus cualidades. Es un medio centro que funciona desde la raya derecha. Por imposible que parezca, es la realidad de Beckham. Desde allí distribuye, elige y conecta con casi todo el mundo. En largo, con los delanteros. En corto, con el espectacular Cicinho. Beckham fue una pesadilla para el Zaragoza. Víctor asistió paralizado al despliegue del jugador inglés y no tomó ninguna decisión. Pareció tan desbordado por los acontecimientos como sus futbolistas.
El cuarto gol situó al Madrid en el umbral de la proeza. El zurdazo de Roberto Carlos colocó al equipo en la situación soñada. Sólo quedaba un gol y media hora de partido. El Zaragoza no salió de la mediocridad, pero el Madrid no terminó el trabajo. Encerró al Zaragoza y estuvo al borde de una victoria colosal, pero no alcanzó la final. Nadie en el Bernabéu se lo reprochó. Sus errores los cometió en el primer partido. En éste consiguió algo más importante que una simple gran victoria. Devolvió a la hinchada la sensación de orgullo que se había perdido en años de intrascendencia y confusión. Convirtió un partido sin esperanza en una gesta inolvidable.
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