Ciofi da la vuelta a la tortilla

Todo estaba preparado para el éxito y, sin embargo, tardó en llegar. El reparto vocal era, sobre el papel, atractivo con cantantes adecuados para los personajes. La puesta en escena de Mario Gas estaba suficientemente contrastada, con medio centenar de funciones a sus espaldas en clima triunfal desde que se estrenó en el Grec en 1983. Con algunos cambios en lo anecdótico, pero no en el espíritu, ha llegado al Real esta producción, que tiene melancolía y sentido poético de la derrota. Funciona bien en su atmósfera evocadora de un momento histórico.

Con estas perspectivas era previsible un punto de intensidad mayor en la primera parte. No es que fuese una "castaña pilonga" como decía una espectadora en el descanso, pero la verdad es que aquello no arrancaba. El revulsivo necesario vino de la soprano Patrizia Ciofi y se produjo en el dúo con Raimondi anterior a la famosa Furtiva lacrima del tenor, que Siragusa hizo con gusto. Pero las diferencias vocales las ponía la soprano italiana, que tiró de la función cantando extraordinariamente, echándole empuje y, en fin, animando el cotarro, lo que llevó a un éxito sonado lo que se estaba perfilando como una representación monótona. Fueron pocos minutos pero los suficientes para el giro emocional. Raimondi puso en el asador todos los trucos que la experiencia le permite y consiguió, sin cantar demasiado, un personaje comunicativo y con presencia escénica.

Siragusa, aunque con algún altibajo, sacó adelante uno de esos personajes que han cantado todos los grandes y en los que la memoria suele jugar malas pasadas por el vicio de la comparación. Marco Vinco y María Rey Joly completaron con acierto el quinteto vocal. La dirección de Benini fue pedestre en ocasiones pero, en general, acertó en los concertantes, lo que no es poco. Pasó bastante desapercibida. Y Mario Gas volvió a convencer con su ópera más mimada.