La cerilla que prendió el fuego
Las caricaturas de Mahoma han sido una cerilla encendida lanzada contra un depósito de gasolina. Sean cuales sean sus diferencias, los musulmanes de todo el mundo comparten la percepción de que Occidente los trata de forma injusta. Los dobles raseros en Palestina, la ocupación de Irak y la difícil integración en Europa son sólo los focos más visibles de una relación de clara desigualdad. Algunos grupos aprovechan ese sentimiento de acoso al islam para convertir la ofensa provocada por las caricaturas en una protesta violenta que ha conmocionado a los europeos y ocultado el hecho de que la gran mayoría de los 1.300 millones de musulmanes ha contenido su dolor.
"En los últimos años ha aumentado mucho el resentimiento contra EE UU y Occidente", señala el escritor paquistaní Ahmed Rashid, que menciona como causas la guerra en Irak, el trato a los presos en Abu Ghraib, el fracaso en reconstruir Afganistán o las nuevas restricciones a esa comunidad en Europa tras los atentados de Londres. "Las viñetas, como en su día el Corán arrojado al retrete, crean la tormenta perfecta en la que estalla esa animosidad", dice.
Muchos observadores ven la mano de Irán y Siria detrás de los excesos. Ambos son aliados y se encuentran bajo intensa presión política de Washington
En Irak y Palestina, los islamistas han utilizado el malestar para mostrar su fuerza y contestar en la calle la creciente presión internacional
No obstante, los observadores ven una clara desproporción entre las viñetas y la quema de embajadas. "Los sentimientos árabes y musulmanes están a flor de piel por el abandono de sus causas, la política nuclear hacia Irán y el ascenso de los islamistas", admite un diplomático español con experiencia en el mundo árabe e islámico. Subraya, sin embargo, que "en Jordania, Egipto o Marruecos no se ha producido violencia porque los regímenes no han permitido veleidades con las representaciones extranjeras".
Como dice Rashid, la ofensa causada por las viñetas "es panislámica, no un problema de una u otra rama del islam", y "fácilmente manipulable tanto por los ulemas como por los países con contenciosos abiertos con Occidente". Así se explican las diferentes reacciones.
"Irán y Siria exacerban la situación contra Occidente. Aunque la indignación se dirigía hacia Dinamarca, en la práctica [la han orientado] hacia Israel y EE UU", escribe el comentarista Sabih Maayteh en el diario jordano progresista Al Ghad, tras las agresiones a las embajadas danesas en Damasco, Beirut y Teherán.
Muchos observadores, no sólo jordanos, ven la mano de Irán y Siria detrás de los excesos. Ambos países son aliados y se encuentran bajo intensa presión política de Washington que les podría haber empujado a querer complicar la situación en la zona. Recuerdan que las manifestaciones son inusuales en Siria y que su Gobierno se proclama laico. "El aparato de seguridad se mantiene vigilante y si hay alguna concentración, está sancionada por el régimen", apunta la periodista Suha Maayeh.
"En Líbano, los acontecimientos han sido importados", corrobora un residente en Beirut. "Siria todavía ejerce el poder total sobre este país". El hecho de que entre los 150 detenidos tras la violencia del pasado domingo hubiera 76 sirios, parece probarlo. Las manifestaciones en Damasco y Beirut se realizaron, si no con el aliento, al menos con el visto bueno sirio. No obstante, la presencia de extremistas suníes en los incidentes revela la creciente presión que los islamistas ejercen sobre los Gobiernos autocráticos de la región. En estos meses, las elecciones en Palestina, Irak y Egipto han mostrado que millones de votantes prefieren esa opción política frente a los corruptos regímenes que Occidente ha apoyado hasta ahora.
En Irak y Palestina, donde dominan la escena política, los islamistas (chiíes en un caso y suníes en el otro) han utilizado el malestar por las caricaturas para mostrar su fuerza y contestar en la calle la creciente presión internacional. Su interpretación de lo sucedido como una nueva prueba del acoso al islam y la islamofobia de Occidente se vio además reforzada con la insistente reproducción de las viñetas, que la mayoría de los musulmanes han percibido como un insulto deliberado. Ese clima fomentó el asalto a la representación de la UE, la quema de banderas y las amenazas.
La respuesta de Irán contrasta con las de esos países donde el islamismo es una fuerza ascendente con gran capacidad de movilización. En el único régimen islamista en ejercicio, el hastío con el Gobierno de los clérigos convierte cualquier causa oficial en sospechosa. Así, las protestas en la calle han sido un pálido reflejo de la retórica de sus dirigentes. Tras unas pacíficas manifestaciones del día 3, apenas un par de cientos de basiyis (voluntarios defensores de los valores de la revolución) han acudido a tirar piedras y bombas a las embajadas de Austria, Dinamarca y Noruega. La escasa concurrencia no resta gravedad a unos hechos que sin duda contaron con el visto bueno de las autoridades.
En países como Yemen, Somalia y Afganistán, los organizadores de las protestas han tratado de ganar capital político retando a sus gobiernos. A nadie se le escapa la mano del movimiento talibán en los incidentes afganos.
Ahora se corre el riesgo de que esos Gobiernos utilicen los sucesos para recortar los pequeños espacios de libertad conquistados.
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