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Columna
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Esto no es Jauja

El 55,2% de los catalanes no están satisfechos de la situación política y económica en general ni del funcionamiento de los partidos políticos catalanes. Que nos lo explique la Generalitat, a través del flamante Centro de Estudios de Opinión (CEO), tiene su gracia: esto no es Jauja, amigos. Imagino que se da por enterado quien corresponda. La novedad del segundo Índice de Satisfacción Política (ISP) es que los 1.900 encuestados en noviembre de 2005 están cuatro puntos menos descontentos que en junio de 2004. Quien no se consuela es porque no quiere.

Los sondeos son siempre comprometidos, pero es bueno darlos a conocer: no se puede esconder la cabeza bajo el ala como cuando pensábamos que esto era un oasis. Los insatisfechos -críticos, escépticos, realistas, o disconformes con la situación- ganan, y las catalanas encabezan el grupo. Ellas, sin embargo, y de acuerdo con los datos ofrecidos, no parecen formar parte de un complot de tristes: tienen más esperanza en la mejora de la situación que los catalanes, muestran bastante más interés que ellos por la política, se consideran mejor informadas, leen más prensa y conocen mejor los otros medios de comunicación.

¿Por qué son más críticas las catalanas que los catalanes? La encuesta responde sibilinamente equiparando su insatisfacción a la de parados, jubilados, gente desconfiada o poco informada y a la de quienes se sienten más españoles que catalanes (sic). Vaya por Dios con las catalanas: menuda carcundia, tías. Ser mujer = queja perpetua: se confirma el cliché. El trabajo no va más allá de la detección de un malestar mayoritario ni indaga en sus causas y, mucho menos, en por qué las mujeres están más distantes de lo establecido como políticamente correcto.

La realidad diaria ofrece motivos suficientes para aventurar alguna hipótesis sobre el particular. Por ejemplo: ¿no es el Estatut cosa de hombres como todas las cosas serias de este mundo? En la ponencia de la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados, de los 23 miembros sólo 5 son mujeres. En la tramitación anterior, en Cataluña, las prima donnas de lo estatutario son hombrecitos dispuestos a comerse el centralismo machista salvo esa gran excepción: ¡viva Manuela! Viva, aunque al verla ahí metida, tan discreta, den ganas de correr a darle un abrazo por su osadía en aparecer como guinda del masculino pastel. Ah, pero ¿a quién le interesa lo que las mujeres piensen sobre la forma del Estado, la España autonómica o el choque de civilizaciones? Salvo para Josep Cuní y alguna otra arriesgada especie masculina, las catalanas es como si no tuvieran opinión. Que la tienen.

¿Qué Estatut hubieran hecho las catalanas? ¿Da miedo pensar en las sorpresas que podríamos llevarnos? ¿Y si esa mitad de la población femenina no está de acuerdo en cómo los hombres -lo catalán, que conste, es gloria al lado de lo que sucede ahí fuera- están llevando sus peleas políticas hasta el esperpento?

Dadas las dificultades evidentes de comunicación entre los políticos-hombres en todo el mundo quizá valdría la pena averiguar si existe alguna idea alternativa para que el planeta y la piel de toro sean unos lugares más amables y acogedores. Tal vez pudiera conseguirse, al menos, que los constantes diálogos para besugos y sordos de esos hombrecitos que derrochan vanidad, intolerancia y violencia, fueran sustituidos por diligentes practicas de humildes cuidados femeninos a los supervivientes del desastre planetario. ¿Resultaría mucho más provocativa una aportación pacificadora de las mujeres descontentas que las caricaturas de Mahoma que, como Yavéh, Alá y los demás, es bien sabido, son modelo de los grandes hombres que deciden por todos los demás? Que las mujeres no opinen sobre las cosas serias que manejan los grandes hombres ni aquí ni en ninguna otra parte es un indicador nefasto. Hay silencios clamorosos, explícitos.

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