Los últimos minutos de Lieven De Wilde
Reconstrucción de los hechos que rodearon la muerte del ciudadano belga fallecido tras ser reducido por policías de Marbella
A pesar del frío, Lieven De Wilde salió de casa el lunes pasado en pijama y sin camiseta. Después de quedarse perplejo frente a su casa unos cinco minutos, salió corriendo hacia la playa. Descalzo, atravesó las calles a gran velocidad y debido a su corpulencia llamó la atención de todo aquel con quien se cruzaba. Ésta es la reconstrucción, según el relato de los testigos y fuentes de la investigación, de los últimos minutos de vida del hombre belga de 44 años que murió tras ser reducido por la policía local de Marbella.
Cuando llegó a la playa en una zona repleta de restaurantes, De Wilde decidió darse un baño. Vestido sólo con su pijama claro y a cuadros oscuros, resaltaba entre la gente del paseo marítimo, que se apartaba a su paso. Las parejas agarraban a sus hijos de la mano sorprendidos por la actitud de De Wilde, que parecía desubicado. Se dirigió a la orilla y estuvo bañándose, chapoteando y buceando con el agua por la cintura durante diez minutos mientras canturreaba y gritaba.
Salió del agua y subió hasta el paseo marítimo. Tras entrar en algunos establecimientos y ser rechazado por los guardas de seguridad, momentos que recogieron las cámaras de seguridad, regresa al paseo marítimo, adonde había acudido una pareja de agentes de la Policía Local alertada por las llamadas. Tras invitarle a subir por una rampa a la calle Gregorio Marañón, De Wilde accede sin oponer resistencia.
"Lo vamos a arrestar y usted se viene a comisaría con nosotros", le indica un agente. De Wilde se niega y comienza un violento forcejeo para intentar reducirle. "Demostraba una fuerza descomunal y los policías no podían agarrarlo porque se resistía y, además, iba empapado", relata un testigo. Mientras De Wilde intenta deshacerse de los agentes entre porrazo y porrazo avanzan unos 50 metros por la calle Gregorio Marañón hacia la cercana Camilo José Cela. Los testigos aumentan a medida que transcurre la pelea.
Dos trabajadores de mantenimiento ayudan a los agentes a intentar reducir a De Wilde, que forcejeaba violentamente, pero va perdiendo brío mientras exclamaba en un perfecto español: "No he hecho nada. ¿Y esto por qué? ¡Dejadme tranquilo!".
Al llegar al paso de cebra, uno de los golpes de porra acierta en la nuca de Lieven y éste, aturdido, cae contra el suelo abriéndose una brecha en la ceja. Los agentes esposan e inmovilizan a De Wilde, completamente consciente y que observa la escena a ras de suelo.
A continuación acude otra pareja de agentes de la Policía Local en moto. Uno de ellos coloca una de sus rodillas sobre la nuca de De Wilde y éste tiene desde entonces tanto la nariz como la boca pegados contra el asfalto. Los testigos comienzan a increpar a los agentes: "!Asesinos! ¡que lo asfixiáis!", gritaban. La pareja que acudió en primer lugar cruza miradas de duda, pero el agente motorizado mantiene la rodilla sobre la nuca de De Wilde durante más de tres minutos.
Cuando finalmente el agente la levanta, los agentes elevan la cabeza de Lieven. Su rostro tenía adheridas pequeñas piedras del asfalto debido a la presión, los labios morados y los ojos ensangrentados. Al soltar la cabeza, ésta cae sobre el asfalto. "Se lo han cargado, se lo han cargado", se oyó entre la gente.
Un testigo le coloca la cabeza de lado, mientras los empleados de mantenimiento intentan reanimar a De Wilde y sacarle la lengua con unos guantes. Los agentes dialogan y, a continuación, quitan las esposas y piden una ambulancia al 061. La pareja motorizada se aleja del lugar. "¿Ahora os váis? ¡Que se van!", gritaban los testigos indignados.
Diez minutos después acude la ambulancia, pero el masaje cardiaco es completamente inútil. Un furgón de la Policía Nacional pasa frente a la escena, pero no se detiene. Al minuto regresa y comienzan a interrogar a los agentes y a los testigos.
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