_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Indígenas

Su existencia es un milagro. La inmensidad de la Amazonia y su naturaleza rabiosa e impenetrable ha sido capaz de mantenerlos en estado puro hasta el tercer milenio. Son unos cientos miles de seres humanos repartidos en un puñado de etnias cada una de las cuales posee una lengua, una cultura y su propio universo espiritual. Viven como en el paleolítico, nunca han tenido el menor contacto con la civilización y habitan un espacio natural gigantesco que les proporcionan todo lo que necesitan para ser felices. El valor antropológico de estas tribus es inconmensurable. Ningún experimento sociológico por oneroso que fuera nos ofrecería tanta y tan cualificada información sobre nuestro pasado y el comportamiento del hombre en comunión con la naturaleza. Su aislamiento del resto del mundo, libres de toda contaminación e influencia externa, les convierte en piezas únicas de la arqueología humana.

Los indios aislados del Amazonas son Patrimonio de la Humanidad. Ahora la supervivencia de esa gente corre extremo peligro. Ya en los últimos decenios la presión ejercida por los madereros, hacenderos y garimpeiros (buscadores de oro) contra las tribus indígenas venia siendo brutal. Sólo la protección ejercida por la Funai (Fundación Nacional del Indio), órgano del Gobierno de Brasil comprometido con la defensa de estas tribus, había logrado hasta ahora frenar su acción depredadora. De un tiempo a esta parte algo esta cambiando en la Funai, algo que propicia una bajada de la guardia en beneficio de quienes quieren devastar la selva amazónica para enriquecerse sin escrúpulos. Lejos de lo que cabía imaginar de un gobierno pretendidamente progresista el equipo de Lula da Silva parece cuestionar las áreas de protección hasta ahora intocables.

Especialmente alarmantes resultan en este sentido las declaraciones del presidente de la propia Funai, Mércio Gomes, al afirmar que "son muchas las áreas indígenas protegidas por el gobierno para tan pocos indios". Manifestaciones que han sido seriamente contestadas por quien tiene mayor autoridad moral para hacerlo, un personaje bien conocido aquí en Madrid por sus conferencias y divulgaciones sobre el tema. Se trata de Sydney Posuelo, creador y director del Departamento de Indios aislados de Brasil, quien en 1998 recibió de manos del Príncipe de Asturias en la Casa de América el premio Bartolomé de las Casas por su labor humanitaria. Este personaje de leyenda, reconocido por Naciones Unidas, fue cesado al afirmar que las palabras del presidente de Funai son más propias de los enemigos de los indios. Un cese que, según los expertos, ratifica la falta de interés de los actuales gobernantes por preservar una forma de vida milenaria única en el mundo y lo que es más grave la insensibilidad creciente por mantener intactos los últimos territorios vírgenes del planeta. El sistema de protección a los indios aislados implantado por Posuelo, con funcionarios armados que prohibían la entrada a sus territorios, era hasta el momento la mejor salvaguarda para la selva amazónica.

Estados brasileños como el de Rondonia presentan pruebas espeluznantes de lo que son capaces de hacer quienes escaparon a ese control ocupando la selva en beneficio propio. Allí han sido extinguidas tribus enteras cazando a sus miembros a tiros como si fueran animales o colgando en los árboles bolsas de azúcar envenenado para que se sirvan su propia muerte. Es el caso de los Acuntsú, una etnia de la que apenas queda media docena de individuos cuyas vidas tendrían las horas contadas sin el amparo de los funcionarios de Funai. A su alrededor, miles y miles de hectáreas devastadas han sustituido la selva por pastos para el ganado o cultivos de soja. Puede que aquel nos parezca un problema muy lejano. Puede, incluso, que lo que este aconteciendo allí se nos antoje uno de tantos dramas humanos en los que la injusticia se ceba con los más débiles. Esto sin embargo nos afecta también a nosotros. La Amazonia es la gran reserva natural del planeta y su deforestación provocaría cambios climáticos de consecuencias catastróficas para toda la humanidad. Esos "pocos indios" son el último escudo protector de la selva amazónica. La comunidad internacional debe exigir a Lula que no consienta su exterminio.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_