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Columna
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Vistiendo el Currículo

Ante la propuesta de Currículo Vasco para el periodo de la escolaridad obligatoria, realizada por iniciativa de la Confederación de Ikastolas y Kristauen Eskolak y más conocida como Euskal curriculuma, cabe hacer de entrada al menos un par de preguntas. Nos preguntamos, en primer lugar, si el tal currículo es, o quiere ser, el oficial y normativo de nuestra Comunidad, fruto del acuerdo entre las diversas administraciones educativas. La segunda pregunta trata de indagar sobre el carácter de vasco por antonomasia que se autoatribuye el Currículo, y sobre lo que encierra esa pretensión. Ambas preguntas se solapan de alguna manera, ya que la intención de afectar de manera global a todos los territorios vascos, que es uno de los alcances de la vasquidad por excelencia del Currículo, responde ya a la primera pregunta sobre el carácter problemático de su naturaleza normativa. La propuesta se quiere para todos los territorios vascos, para toda la Euskal Herria celestial, de ahí su carácter voluntario, lo que no obsta que pueda ser incorporado por la Administración educativa de la comunidad autónoma vasca, o sea, la nuestra.

Lo Vasco no se limita, sin embargo, en el Currículo a tener un alcance meramente territorial. Lo más llamativo de esta propuesta es que si bien carece de carácter normativo -al menos de momento-, va cargada y bien cargada de una vocación prescriptiva. Estamos en lo de siempre. Bien, supongamos que se trata de salvar una Cultura, propósito loable donde los haya, como lo prueban todos los documentos internacionales que se puedan exhibir para refrendarlo, pero primero hay que definir esa Cultura. Y ahí topamos con el problema, como el propio documento no deja de reconocer. En un pasaje determinado se pregunta en él acerca de la cultura vasca en los siguientes términos: ¿qué es lo que tenemos y, sobre todo, qué es lo que queremos tener en común los que vivimos en Euskal Herria? La respuesta queda en el aire, si bien la reacción es inmune al desaliento. En realidad, es esa embarazosa respuesta la que justifica el proyecto, de ahí su vocación prescriptiva, y su talante político y netamente reactivo. Veamos la respuesta: "En estos momentos en que todavía no se ha hecho un análisis riguroso que nos muestre cuáles son o pueden ser las características comunes de la cultura vasca, se ha de priorizar la definición y selección de los elementos comunes que compartimos y queremos compartir". De otro modo, caeríamos absorbidos por toda la parafernalia de la modernidad, asimilados totalmente bajo un modelo cultural único y uniformizador. ¿Se trata de salvar algo, o de construir algo contra algo, de buscar un cobijo frente a tanta maldad? ¿Y es esa la tarea de la educación?

Puede llamar la atención la escasa o nula referencia que se hace en la propuesta a la realidad española. Del nivel vasco se salta siempre -a modo de tic que quisiera cubrir algún fantasma- al europeo o al universal, sin recalar nunca en ese otro nivel constitutivo de su realidad actual. Naturalmente, el propio alcance territorial del proyecto, al ser transfronterizo, puede justificar ese silencio, pero, a resultas de ello, de la misma forma que la definición de la cultura vasca quedaba en el aire, también Euskal Herria queda flotando como una realidad virtual que ha de ser puesta en práctica. El deseo sobrevuela una realidad tozuda y uno no puede pretender abrirse al mundo si previamente intenta aislarse del mundo en el que está. Euskal Herria no es sólo el país del euskera -una definición que orienta todo el proyecto-, sino un país mestizado cuyos ciudadanos no pueden ver mutilado su horizonte cultural salvo a riesgo de pérdida.

El problema de los ciudadanos vascos actuales no es el de la integración en su ámbito cultural real, sino el del trasiego, y el de estar preparados para afrontarlo, un problema común a todas las sociedades modernas. Y ese trasiego se da en términos espaciales, mentales y virtuales. Tratar de forzar el ámbito cultural real en función de un designio político-ideológico y diseñar un proyecto educativo para que se integren en él los ciudadanos va en contra de los intereses reales de estos y de lo que hoy puede demandar una sociedad moderna. Si, como todo parece indicar, nos hallamos en los umbrales de un cambio de paradigma cultural, proyectos como el que nos ocupa, lejos de afrontarlo, parecen querer amurallarse a la defensiva. Armados de un bagaje conceptual aparentemente moderno, invocan en realidad a formas del pasado que ya no podrán ser. Salvo que el despotismo decida lo contrario.

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