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Columna
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Píldoras para ser feliz en el trabajo

El primero de enero empezó a funcionar en Verizan, empresa francesa de informática, la primera máquina expendedora de píldoras para mejorar los rendimientos en los horarios de trabajo. Adiós pues a la rudimentaria máquina del café indigesto y sus peores versiones en capuccino de plástico. El nuevo modelo se dirige más refinadamente a nuestros diversos problemas de ánimo.

Por un coste entre los 20 y 80 céntimos de euro puede obtenerse una gama de preparados que bien tratan de aliviar la depresión a través de los efectos del omega 4, 5 o 6, bien procuran tan sólo aplacar los nervios. Un muestrario de ansiolíticos para combatir la ansiedad o el estrés y otro de estimulantes para vencer el agotamiento y la desgana componen parte del surtido de esta psicofarmacia empresarial que también se ha instalado en estaciones, gasolineras y aeropuertos de algunas partes del mundo.

La felicidad, el optimismo, la salud son tres de las grandes categorías de nuestra época. Una ley antitabaco tan severa como la irlandesa, la italiana o la española, no habría sido aceptada socialmente hace pocos años, cuando todavía el mandato de la vida sana no había rozado la entidad de un dogma. La salud nunca poseyó un estatuto más sacralizado ni, como consecuencia, este valor cultural absoluto. La muerte no sobreviene ahora tanto como efecto de la vejez como de la mala salud y la mala salud no aparece tanto como una decadencia que como efecto de la negligencia. No somos responsables de ninguna misión trascendental después de nuestras vidas, pero sí de su inmanencia. Y de su productividad. No somos culpables si nos condenamos, pero sí, en buena medida, si enfermamos o no rendimos al extremo.

Simultáneamente, innumerables best sellers impulsando a la felicidad y el bienestar psicológico, al gozo de la autoestima y la obligación de paladear los momentos que se suponían insignificantes. Ser feliz aquí y ahora se expone como un objeto de fácil y compulsiva adquisición gracias a la propagación de métodos y recomendaciones físicas o psicológicas por todas partes. Pero también a través de la amplia serie de nuevos psicofármacos que protegen al cuerpo contra la tristeza, la desgana existencial o la mengua de amor propio.

Nuestro bien personal se confunde con el derecho al placer que propaga la dinámica general del consumo maduro. No basta ya con procurarnos satisfacciones a través de los objetos. Esta etapa ha concluido unida a una insatisfacción o un hastío moral.

Lo que resulta importante en este periodo más avanzado de la consumición es hacer de nosotros el máximo objeto a degustar. Hacernos deseables para sí y para los demás, construirnos como sujetos de felicidad por todos los medios al alcance, por todos los momentos significantes o insignificantes.

En Francia, ante la empresa Verizan, hubo manifestaciones de trabajadores que denunciaban las tretas del capital para succionar, mediante píldoras, una plusvalía adicional que no conocieron los tiempos del marxismo. Pero la mayoría de los empleados no se han sumado a la protesta o incluso han celebrado la oferta de dopantes para sentirse mejor. Puesto que ha quedado descartada la revolución como medio para cambiar las condiciones objetivas, la alternativa viene a ser la manipulación de las condiciones subjetivas. ¿Manipulación? ¿Automanipulación?

A la observación del marxismo sobre la cosificación de las personas y sobre el tratamiento del trabajo como mercancía, sigue el autotratamiento de uno mismo como soporte de felicidad y el tratamiento del trabajo como un aterrador insomnio que induce a ingerir pastillas. Netamente, escultóricamente la psicomáquina de Verizan se revela como un monumento sobre las insufribles relaciones laborales de los últimos tiempos. Un icono que se eleva sobre la superexplotación de los asalariados jóvenes, las semanas laborales de cincuenta y tantas horas, el mileurismo raso, la hipoteca sin término, la pareja con un niño al que apenas se llega a ver.

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