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Mahoma y nosotros

Cuando digo nosotros quiero decir todos aquellos que reivindicamos la libertad de pensamiento y de crítica como un valor societario y político irrenunciable, somos ajenos a la religión que proclamó el profeta Mahoma, y además queremos seguir siéndolo, sin que por ello tengamos que adoptar una actitud necesariamente hostil frente a todo lo islámico. La amenazante reacción provocada en algunos sectores musulmanes por causa de una simple caricatura de la imagen de Mahoma aparecida en un periódico danés nos enfrenta a un problema de difícil resolución, en el que la libertad se encuentra comprometida. Parece evidente que no existe en nuestro mundo global un consenso generalizado respecto a cómo se deben relacionar las libertades de crítica y de expresión con las libertades religiosas y de culto. La debatida cuestión de la laicidad se plantea también a escala planetaria.

Falta un consenso sobre cómo se deben relacionar las libertades de crítica y expresión con la libertad religiosa

Nunca podemos dar por irreversible ningún logro, y menos el de la libertad política y de pensamiento. No hay más que leer los informes anuales de Amnistía Internacional para comprobarlo. Podemos pensar que el islam no es seguramente una alternativa espiritual para una Europa arraigado en los valores del pensamiento griego, la espiritualidad judeo-cristiana y la crítica de la Ilustración. Menos aún es imaginable que, con su sharia, pueda ser en Occidente un orden integral de la vida colectiva, en sociedades que se han hecho a sí mismas gracias a una larga y combativa tradición de pensamiento crítico. Aunque, para ser fieles a la verdad, tenemos que reconocer que ese pensamiento crítico no nos ha eximido de padecer formas políticas que don Fernando de los Ríos definió como Estados-Iglesia y que han tenido además sus modernas manifestaciones neopaganas (nacional-socialismo) y ateas (comunismo).

Sin embargo, el islam está cada vez mas presente entre nosotros dada la movilidad de las poblaciones y por efecto de la globalización. Por desgracia, el islamismo no puede medirse en términos sociales y políticos por sus versiones de gama alta, es decir por las agudas y sensibles interpretaciones de Al-Arabí o por las de la poesía sufí del siglo XV sino, como en todos los grandes movimientos, también en el cristianismo, es su Vulgata la versión que da el tono al conjunto.

Por otro lado, la religiosidad islámica está adherida a ciertas identidades culturales y étnicas, que ha moldeando de una manera muy profunda aquellas sociedades en las que se ha instalado. De modo que, si hemos de pensar en una evolución de estas sociedades, no podemos dejar de lado la necesaria evolución simultánea del mismo islam, sin la cual aquélla no sería posible.

Después de las luchas del pasado por la mutua emancipación de las iglesias y del Estado en el seno de nuestra tradición cristiana, no podemos retroceder a tiempos de sumisión premodernos en aras de un mal entendido respeto del islam. No se trata tampoco de plantear una confrontación con el islam en su conjunto, que sería injusta y seguramente contraproducente, sino de promover por medio del diálogo formas ilustradas del mismo, formas abiertas a la modernidad y, a estas alturas, también a la post-modernidad. Se puede ser firme y dialogante.

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Es fácil una crítica externa y una burla del islam, como, por otra parte, de cualesquiera otras tradiciones religiosas, siempre llenas de oscuridades, paradojas e inconsistencias, pero es un ejercicio gratuito e inútil. Ese tipo de críticas no tienen ningún efecto sobre los fieles, que preservan su adhesión a la fe en un compartimento no-racional de su intimidad y suele, más bien, servir para reforzar reacciones defensivas de negación y rechazo.

Es preferible buscar vados que permitan el diálogo y la mutua influencia. La autorizada voz de Hans Küng (El cristianismo y las grandes religiones. Hacia el diálogo con el islam, el hinduismo y el budismo. De. Europa. Madrid. 1987) nos revela que existen vetas también dentro del islam que permiten pensar en un dinamismo reformador, que todavía no ha sido activado suficientemente pero que al menos está presente. Algunos musulmanes críticos hablan de un islam de transición que pueda remover el actual, acampado mentalmente entre la Edad Media y la Reforma. Existe una tradición reformista que va desde Sayyid Ahmad Khan (1817-1898) en la India, pasando por Jamaladdin Al-Afgani (1838-1897), hasta los contemporáneos Fazhur Rahman, profesor en Chicago o el filósofo sirio radicado el Líbano Sadiq Jalal Al-Azam, o el profesor en Gottinga Bassam Tibi autor de una interesantísimo libro La crisis del Islam (1981).

Todos estos teólogos musulmanes sólo han podido trabajar y publicar en universidades occidentales - muy significativo-, pero mantienen vínculos estrechos con la Umma, es decir con la comunidad de los creyentes. Son autores que plantean ya abiertamente la cuestión central que impide una evolución hermenéutica del islam: la superación de su infalibilidad literal y de su autoría exclusiva y directa de Dios. Sólo este paso puede permitir una mayor libertad interpretativa de sentido, análoga a la experimentada por la Biblia y capaz de dar paso dentro del mismo islam, como algo propio, a instituciones autónomas para la salvaguardia de la dignidad del hombre, varón y mujer, de los Derechos Humanos y de la tolerancia. Uno valores todavía desconocidos en la mayoría de los países de observancia islámica, que se mueven entre el fundamentalismo de derechas de Arabia Saudí y su Liga Islámica Mundial, y el fundamentalismo de izquierdas y revolucionario de Irán y del FIS argelino.

Hay motivos para la preocupación, pero también para la esperanza. Sepamos, de todas formas, que la libertad es un asunto siempre pendiente.

Javier Otaola es abogado y escritor.

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