_
_
_
_
_
Reportaje:Islam y libertad | 2 | INVESTIGACIÓN Y ANÁLISIS

¿Podemos vivir juntos?

Una duda dramática deja en Dinamarca y en Europa el conflicto de las caricaturas. Se ofrecen distintos modelos de convivencia con los musulmanes. De ello depende nuestro futuro

Antonio Caño

La ministra de Dinamarca para Asuntos de Inmigración e Integración, Rikke Hvilshoj, muestra con orgullo la sencillez de su despacho, pequeño y de muebles funcionales; la escasez de su equipo, sólo dos jóvenes colaboradores -nada de guardaespaldas ni coches oficiales-, y dos récord nacionales: "Somos el país con más altos impuestos para gasto social y más presupuesto para integración". "Un solo ejemplo", insiste: "Todos los extranjeros pueden aprender gratuitamente el danés durante tres años, lo que le cuesta al Estado 150 millones de euros al año". No necesita extenderse demasiado en las bondades de su sistema. El éxito de la sociedad del bienestar escandinava es un paradigma mundial, y basta con dar un paseo por las calles de Copenhague para entender por qué.

Ministra Hvilshoj: "Les hemos dado educación, trabajo, y no es suficiente. ¿Qué más podemos hacer?"
Hvilshoj: "Si no haces frente a los problemas, no se solucionan; hay que decirles lo que queremos de ellos"
Abu Labán: "Europa tiene que incorporar el pensamiento islámico aun a costa de libertad"
"Hay que ser más pragmáticos y menos ideológicos"
"Hay una línea que une este caso con los que apoyaron el 11-S"
Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete
"Esa comunidad ha decidido ahora organizarse y actuar"
¿Por qué la reacción ha sido precisamente por motivos religiosos?

Cuesta trabajo creer que tras esa fachada de perfección democrática y de armonía ciudadana subyace una sociedad racista y xenófoba que ha dado motivos para el odio que hoy le profesa la comunidad islámica del mundo entero. Eso es lo que sostienen, en mayor o menor grado, muchos de los musulmanes y unos pocos políticos y activistas sociales de Dinamarca. Y, aunque, desde luego, el Gobierno lo desmiente rotundamente, sí admite que algo cambió en este país desde la victoria electoral de una coalición liberal-conservadora en 2001, algo cambió en lo que respecta a su política de inmigración, aunque cambió para bien.

"A diferencia de los años noventa, cuando se imponía lo políticamente correcto y la sociedad se negaba a hablar de los problemas de la inmigración, ahora hablamos de ello", explica la ministra. "Tenemos que aprender las lecciones de los atentados de Madrid y Londres. Tenemos que preguntarnos ¿qué ha fallado? Hasta ahora nos hemos preocupado de facilitarles la integración, de darles educación, trabajo, y hemos descubierto en Madrid y Londres que eso no es suficiente. ¿Qué más podemos hacer? No podemos controlar la mente de las personas, no queremos controlar la mente de las personas. Y, sin embargo, sabemos que hay gente que quizá esté utilizando la libertad de la que goza en Dinamarca para preparar actividades extremistas. No hablo de la mayoría -la mayoría quiere vivir en paz-, pero sí de algunos. Pero la mayoría y sus dirigentes tienen que responsabilizarse también. Sólo los musulmanes pueden decirles cómo se comporta un buen musulmán; yo no puedo hacerlo".

La consecuencia de esta nueva visión política, ratificada en las elecciones de 2005, fue el endurecimiento de las leyes migratorias, con normas como las que niegan el permiso de residencia en Dinamarca a los extranjeros que se hayan casado fuera del país con ciudadanos daneses de menos de 25 años. De esta manera, el número de permisos por reunificación familiar se redujo a la mitad entre 2001 y 2005. El número de permisos de asilo, que superaba los 5.000 en 2001, fue de unos pocos cientos en 2005, mientras que aumentaron los permisos de residencia otorgados a ciudadanos europeos y, de forma especialmente drástica, el número de residencias con permisos de trabajo o estudios.

Pero uno de los objetivos principales de las nuevas políticas migratorias es la seguridad. Los servicios secretos daneses detectaron en los últimos años actividades terroristas de varios ciudadanos de pasaporte danés en el exterior. El diario The New York Times informó el pasado mes de diciembre de la detención en Bosnia de una red terrorista islámica que preparaba atentados en varios países. Entre los detenidos, las autoridades bosnias identificaron a Abdulkadir Cesur, de 18 años, un ciudadano turco, pero con permiso de residencia en Dinamarca.

En 2004, la Fiscalía General de Dinamarca abrió una investigación sobre las actividades en el país de la organización extremista islámica Hizbut Tahrir (Partido de la Liberación). Hizbut Tahrir es un grupo muy activo en algunos países del Cáucaso y de Oriente Próximo que pretende alcanzar un mando único para el islam que compita en influencia y poder con Occidente. La policía detectó en agosto a un líder de ese partido repartiendo folletos entre jóvenes islámicos a los que animaba a sumarse a la resistencia en Irak. Pero, finalmente, el partido no fue prohibido en Dinamarca, porque las leyes impedían actuar contra una organización que no patrocinaba abiertamente la violencia. Incluso el partido nazi es legal en Dinamarca, un país que sufrió duramente el régimen de Hitler.

El Gobierno danés considera que las amenazas detectadas contra la seguridad en Europa refuerzan su posición contra el multiculturalismo y a favor de la plena integración. "Podemos hacer y haremos todos los esfuerzos para que los que estén aquí estén en las mejores condiciones posibles, pero para los que se queden no veo otro camino que la integración en la sociedad danesa", advierte la ministra.

Uno de los problemas, según Tim Jensen, secretario general de la Asociación Internacional para la Historia de las Religiones, jefe del Departamento sobre el Estudio de las Religiones de la Universidad del Sur de Dinamarca y una de las voces más autorizadas del país en esta materia, es que "no ha habido integración, ha habido asimilación". "Hay que respetar que somos diferentes", asegura.

Según el profesor Jensen, Dinamarca, un país de mayoría protestante y muy homogéneo a lo largo de su historia, trata al islam de una forma estereotipada, como una religión de segunda clase, y a los inmigrantes con esas raíces culturales y religiosas, como ciudadanos de segunda categoría.

"Por un lado, los apresuramos a incorporarse a marchas forzadas a esta sociedad, que para ellos resulta extremadamente difícil; les obligamos a ser como nosotros. Y, al mismo tiempo, nosotros hablamos del islam en los mismos términos que los fundamentalistas, como una religión antidemocrática y violenta, con lo que estamos siguiendo, de hecho, el juego a los fundamentalistas", opina Jensen. Este profesor también atribuye algunas responsabilidades en el desencuentro actual a los propios líderes de la comunidad islámica, a los que acusa de haber jugado al victimismo, pero comprende que, a la hora de luchar por el poder y la influencia política, todas las partes recurran a la manipulación de los sentimientos.

En su opinión, el actual Gobierno de Dinamarca afronta este problema de una forma demasiado ideológica. "Hay que ser más pragmático y menos ideológico", recomienda; "hay que separar moral y negocio, y tratar de encontrar un espacio para el diálogo". En este sentido, cree que el primer ministro, Anders Fogh Rasmussen, que desde el primer día se negó a negociar con la comunidad islámica y con los embajadores islámicos sobre el caso de los dibujos sobre Mahoma publicados en el Jyllands-Posten, no hubiera transgredido ningún principio si hubiera aceptado "tomar un café para hablar del asunto".

El Gobierno surgido de las elecciones de 2001 tiene, ciertamente, un fuerte sello ideológico liberal. El endurecimiento de su política de inmigración se ha visto en parte potenciado por el apoyo que actualmente requiere en el Parlamento de parte del Partido Popular Danés, una formación conservadora ultranacionalista que en las últimas elecciones consiguió 24 escaños y se convirtió en la tercera fuerza política del país.

Las posiciones de este partido, como expresa con claridad uno de sus principales dirigentes y su portavoz para asuntos europeos, Morten Messerschmidt, son de abierta hostilidad a la comunidad islámica: "Hay una clara línea que une a esa gente que abusa de sus mujeres, a los que apoyaron y aplaudieron los atentados del 11 de septiembre y a los que protestan por las caricaturas sobre Mahoma".

Desde su punto de vista, lo que se está discutiendo en estos momentos en Dinamarca "es si prevalece la coalición de los que defienden la libertad o de los que están en contra de ella". "Éste es un conflicto", dice, "entre el modo de vida islámico y la libertad". "Los musulmanes que acepten la libertad y nuestros valores pueden seguir aquí; a los otros habrá que preguntarles qué hacen en Dinamarca".

Hasta el momento no han ocurrido en Dinamarca actos conocidos de violencia racista, aunque algunos grupos denuncian ciertos casos de discriminación y de hostilidad verbal a musulmanes. En los últimos días han circulado mensajes de SMS anónimos en los que se pide el boicoteo a los establecimientos cuyos propietarios sean de origen musulmán.

Kamal Quereshi, del Partido Socialista del Pueblo (11 escaños) y uno de los tres diputados islámicos en un Parlamento de 179 asientos -los musulmanes representan alrededor del 4% de la población-, se queja de que, en todo el país, no hay una sola mezquita -aunque sí múltiples locales en los que rezar- ni un cementerio islámico. "Cuando murió mi padre tuve que enterrarlo en Pakistán", dice.

Quereshi presentó en 2002 una denuncia en Ginebra ante el Comité de Discriminación Racial de Naciones Unidas contra algunos políticos que, en la campaña de 2001, habían hecho declaraciones islamofóbicas, no suficientemente combatidas por el Gobierno, según él. El comité no encontró, sin embargo, ninguna responsabilidad en el comportamiento de las autoridades.

El caso fue llevado por los abogados Niels-Erik Hansen y Line Bogsted, que dirigen, a su vez, una oficina llamada Documentación y Asesoramiento sobre Discriminación Racial. Según ellos, lo ocurrido en los últimos meses es "el reflejo de la frustración acumulada entre la población musulmana por muchos años de humillación y estigmatización". "Por mucho tiempo, lo que ha oído la comunidad islámica son declaraciones racistas y actitudes racistas; incluso los socialdemócratas se han sumado a ese lenguaje porque consideran que es el de la mayoría de la población. Y ahora ha llegado el momento en que esa comunidad ha decidido organizarse y actuar".

Pero ¿por qué ha sido ahora? ¿Por qué ha sido precisamente un supuesto ataque a su religión lo que ha provocado tal grado de movilización en Dinamarca y en el mundo? La verdad es que nadie en Dinamarca tiene respuestas contundentes a estas preguntas, aunque sí entiende todo el mundo que lo que está sucediendo es una lección de la que Europa debe aprender de una forma u otra.

El imán Ahmed Abdel Rahman Abu Labán, el principal líder espiritual de la comunidad islámica de Dinamarca y promotor de la ola de solidaridad internacional, propone lo que él llama "diálogo de civilizaciones". "Éste es un momento de priorizar integración a costa de libertad. Europa tiene que incorporar el pensamiento islámico, tiene que encontrar un nuevo recipiente en el que quepan los 25 millones de musulmanes que aquí estamos". En su opinión, Europa debe incluir el respeto a las creencias religiosas entre los principios básicos de convivencia. "¿Por qué, si se respeta el derecho a la vida privada de los políticos, no se respetan también los símbolos religiosos?", se pregunta.

Entre las personas de cultura cristiana partidarias de la idea del diálogo de civilizaciones, el abogado Niels-Erik Hansen resume su punto de vista con la idea de que, "igual que los europeos hemos aprendido que no podemos ofender a los judíos, tenemos que aprender ahora que no podemos ofender a los musulmanes". Hansen menciona como un ejemplo de la "hipocresía" de la mayoría conservadora gobernante en este momento en Dinamarca el hecho de que, mientras se obliga a los nuevos inmigrantes a firmar un documento en el que se comprometen a no usar castigos físicos y psicológicos contra los niños, esos mismos partidos se opusieron hace cinco años en el Parlamento a una ley que prohíbe a los padres el recurso a los cachetes a sus hijos.

El profesor Tim Jensen es partidario de una reafirmación de los principios de laicidad. "Ya que no aprendimos", dice, "del caso de Salman Rushdie, tenemos que aprender ahora. Tenemos que hablar de esto en la Unión Europea, no podemos crearnos un nuevo enemigo. Y el camino no es precisamente intentar meter a Dios en la Constitución europea; el camino es decir a la que gente que hay que respetar a los que creen en Dios, pero que hay que sacar a Dios de la política. Si no hacemos eso, va a ser difícil crear una paz estable".

El primer ministro Rasmussen advirtió la semana pasada que la crisis se había convertido ya "en un debate sobre el significado fundamental de cómo funcionan las democracias" y, por tanto, había traspasado las fronteras de Dinamarca para ser una preocupación de toda Europa. Las reacciones oficiales de Gobiernos e instituciones europeos han sido hasta ahora prudentes y escasas, con un cierto trasfondo de pánico ante la envergadura de los acontecimientos. Pero el Gobierno de Dinamarca, desde luego, quiere llevar el asunto a Bruselas y tiene sus propias ideas al respecto.

"Por supuesto que miramos a Europa y sabemos que estamos en la misma batalla", afirma la ministra Hvilshoj. "Yo creo que en Europa cada vez somos más conscientes de lo que tenemos por delante, y ahora es el momento de hacerle frente. Si no confrontas los problemas, no se solucionan. Nosotros ya intentamos en el pasado el diálogo de civilizaciones y no funcionó; ahora somos más directos".

La ministra de Integración danesa considera que los Gobiernos europeos tienen que decirles a los inmigrantes, particularmente a los de origen islámico, cuáles son exactamente las condiciones para la convivencia en Europa, qué valores hay que respetar y qué puede ocurrir si no los respetan. En su opinión, la política de ignorar el problema, de camuflarlo con falsa terminología políticamente correcta, no sirvió en el pasado para evitar el auge del radicalismo entre las propias comunidades musulmanas de Europa y no lo frenará tampoco ahora. "Se trata", explica, "de establecer un trato igualitario, se trata de decirles con claridad: las mismas expectativas, las mismas posibilidades, pero también las mismas exigencias, los mismos deberes que los ciudadanos europeos".

El camino no parece sencillo. Rushy Rashid, escritora danesa de origen paquistaní, musulmana y casada con un danés cristiano, siente que algo muy profundo se ha quebrado con el episodio de los dibujos de Mahoma. Sabe que viajar con su marido a visitar a su familia en Pakistán es en estos momentos una aventura de gran riesgo. De hecho, ha renunciado a hacerlo. Confiesa que lloró al ver por televisión las primeras imágenes de quemas de la bandera de Dinamarca, país al que llegó con nueve años y del que se siente ciudadana al cien por cien. Pero también es musulmana y reconoce que algo dentro de ella la empuja a proclamar estos días su fe a voz en grito, como nunca le había ocurrido antes. ¿Cómo se concilian todos esos sentimientos? ¿Cómo si viven a la vez tantas dimensiones diferentes de un mismo ser humano? "Siento mi fe y me siento orgullosa de mis valores democráticos daneses. ¿Puedo hacer ambas cosas compatibles?", se pregunta Rushy.

Manifestantes musulmanes, en Londres, con un cartel en el que se lee: "Europa es el cáncer, islam es la respuesta".
Manifestantes musulmanes, en Londres, con un cartel en el que se lee: "Europa es el cáncer, islam es la respuesta".AP
El primer ministro danés, Anders Fogh Rasmussen, junto al presidente de Afganistán, Hamid Karzai.
El primer ministro danés, Anders Fogh Rasmussen, junto al presidente de Afganistán, Hamid Karzai.AFP

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_