Insensibilidad
Me dirijo a los lectores de este diario para expresar el dolor y la
indignación de mi familia y míos hacia la clínica Santa Isabel. El mes de febrero de 2005 nuestro padre fue ingresado en este centro, donde murió dos días después de su ingreso. Y las últimas 48 horas de su vida las tuvo que vivir -tristemente- con una atención y trato bastante inadecuados, con un diagnóstico vergonzoso y con muchas ganas de no darle habitación y de mandarlo a casa a toda costa.
Nuevamente, pagan justos por pecadores, porque este tipo de personas hacen sombra a los buenos profesionales que, sin duda, también los hay, y son muchos.
Unas personas, la dirección del centro, porque tienen la sartén por el mango y actúan según sus conveniencias, considerando el dolor de los demás muy en segundo plano. Y otras personas, algunos trabajadores, que por la cotidianidad en la que viven, rodeados siempre de enfermos, acaban viéndolos como meros enseres que se encuentran aparcados en su centro de trabajo.
Son personas, en ambos casos, que acaban padeciendo la enfermedad de la insensibilidad y anestesia. Y no ven el dolor ajeno, no ven sus meteduras de pata y, por tanto, ni se plantean reaccionar cuando esto sucede. Es más, se molestan muchísimo -y no lo disimulan- cuando alguien, en el ejercicio de su dignidad, se queja por haber sido dañado.
Ante todo carecen de lo más importante, como es un sistema de prevención que evite actuaciones incorrectas.
Y esto lo conseguirán exigiendo una buena profesionalidad y preparación de su personal. Y fundamental en este trabajo, la sensibilidad.
Y en segundo lugar, que una vez ocurrido hechos que son perfectamente evitables, hechos que han dañado a personas, reaccionen, y actúen como no mirando hacia otro lado, sino que busquen la causa de muchos problemas y reconozcan sus equivocaciones responsabilizándose de ellas.
¡Y qué menos que dirigirse a la familia con interés y con respeto! Es una cuestión de moral y de conciencia. Pero su reacción ha sido de total y absoluta indiferencia.
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