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Columna
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25 de mayo

José Luis Ferris

La desmemoria organizada y dirigida desde el poder para acabar con cualquier signo evidente de existencia, con cualquier rastro de persona o de hechos no deja de ser un delito de suma gravedad. Los ejemplos abundan, como abundan también los personajes y acontecimientos de nuestra Historia que, por las razones citadas, han desaparecido de las crónicas escritas y de la memoria colectiva. Sin ir más lejos, durante la pasada centuria, en esa España que osciló pendular y trágicamente entre dictaduras y periodos de floreciente libertad, se fraguaron grandes intelectuales que hoy son carne de olvido. En la misma línea cabe citar ciertos episodios de poderosa trascendencia que fueron aviesa y deliberadamente borrados de los libros de texto. Sabemos que tras la guerra civil, la victoria del bando rebelde vino acompañada de una aguda voluntad de desterrar también del recuerdo a políticos, escritores y artistas que no interesaba nada evocar y, mucho menos, tener como referente en la reconstrucción de un nuevo país o en la memoria de generaciones venideras. Quizá por todo esto, por un deber ineludible que ya es hora de saldar, la recuperación de ciertos acontecimientos y el hallazgo de algunas vidas ejemplares que derrocharon sabiduría y lealtad en un país que soñaron libre va poniendo a cada cual en su sitio y devolviendo a esos hombres y mujeres relegados al silencio su derecho a regresar. En este sentido y en lo que atañe a nuestra cultura y nuestra Historia, son muchos las novedades que están sacando a la luz episodios y figuras caídas en desgracia durante décadas. No hace mucho les hablaba del libro Sueño y pesadilla del republicanismo Español. Carlos Esplá: una biografía política, admirable trabajo de Pedro Luis Angosto sobre un alicantino felizmente rescatado de las sombras. Ahora, el escritor Miguel Ángel Pérez Oca hace lo propio con un hecho estremecedor: el bombardeo que sufrió Alicante el 25 de mayo de 1938 y que costó la vida de 311 personas. Casi setenta años después, en el lugar de la tragedia, el Mercado Central, no hay una humilde inscripción que lo recuerde. ¿Resulta tan difícil cancelar esa deuda con aquellos inocentes?

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