"Si cobrase por horas, me haría millonario"
Luis Monge es el propietario de la frutería de la Cava Baja, uno de los últimos comercios de la calle
Le gusta su trabajo, pero no tanto como para querer que a alguna de sus dos hijas les dé algún día por dedicarse a lo mismo. Luis se ha pasado en la frutería media vida, pero confiesa que cada vez es más difícil aguantar las sacudidas de la competencia, a veces desleal, que ha terminado con los pequeños comercios de la calle. "Lo de los horarios de los chinos es un cachondeo. Si les permiten abrir tanto tiempo, llegamos a la conclusión de que no habría que descansar nunca", explica contrariado.
"Me he pasado la vida yéndome de casa cuando mis hijas duermen y llegando cuando están a punto de acostarse". Luis se levanta cada día a las 5.30 para ir a Mercamadrid. "Eso es lo más duro", explica. Cuando termina de comprar todas las frutas y verduras que necesita, se pasa el día en la tienda despachando a los clientes. "Si cobrara por horas, me haría millonario", bromea resignado. Su mujer, Ana, y Nelson, un empleado dominicano, le echan una mano.
La frutería de Luis, en el número 8 de la Cava Baja, lleva abierta desde 1958. Él llegó en 1976, cuando todavía tenía otro dueño, pero 10 años más tarde se quedó con ella. "Llevo 30 años en la Cava Baja. He visto nacer, crecer y casarse a los hijos de mis clientes". Por eso cree que el trato familiar y cercano que les ofrece es algo con lo que no pueden competir los grandes comercios. "Allí nadie te dice nada; coges tu bandejita de fruta y te marchas". Mientras conversa, no para de entrar gente a la frutería. Un desfile de caras conocidas. "Pilar, ¿te pongo unas cerezas? Mira qué bonitas...". No la engaña: las cerezas tienen una pinta excelente. "Los pensionistas no tenemos para cerezas, que seguro que son carísimas", le contesta la clienta.
En los últimos años, a Luis se le han complicado un poco las cosas; lo atribuye, en parte, a los horarios de los centros comerciales. "Abren sábados y muchos domingos, las familias cogen el coche y cargan comida para toda la semana. Luego, eso sí, si les falta una cabecita de ajo bajan al frutero de la esquina". Además, el barrio ha ido quedándose sin pequeños comercios. "Antes podías comprar de todo en 100 metros, pero ahora quedamos cuatro gatos. La gente prefiere ir al supermercado y comprarlo todo de golpe", explica casi comprensivo con su desdicha.
La Cava Baja es hoy una calle dedicada a la restauración -acoge más de 40 restaurantes-, y la tienda de Luis es prácticamente el único negocio que no se sostiene en unos fogones. No es optimista. "Si el Gobierno no aplica un mayor control a la situación, el pequeño comercio desaparecerá. Y eso no es bueno para la ciudad".
Entra a la frutería un cliente joven. Bromea mucho rato con Luis y éste termina fiándole el importe de la compra. "Pon que el frutero es un enrollado", dice mientras se marcha. Luis conoce a todos sus parroquianos. Se fía de ellos y ellos se fían de él. Julio, un bombero del barrio, explica que vive en Pozuelo, pero que siempre que está de guardia o pasa cerca de la frutería aprovecha para comprar algo "porque tiene productos de calidad". Luis dice que es porque él puede elegir lo que le gusta en Mercamadrid. "Las grandes superficies compran más barato, pero se quedan palés enteros, sin poder examinar con detenimiento si el producto es bueno", explica.
Tiene dos hijas de 14 y 15 años. Dice que no están contentas con la vida que la frutería proporciona a su padre. A duras penas le ven. "Procuraré que ellas no sigan con esto, que se apliquen a los libros y tengan trabajos con vacaciones. Esto es demasiado duro".
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