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Columna
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La Feria del Campo

Madrid es hoy una potencia ferial. Lo es por mérito propio al ganar esa posición partiendo de cero tras padecer el veto franquista. Por si no lo saben, la dictadura prohibió a nuestra capital la organización de este tipo de eventos con el objeto de favorecer su desarrollo en otras grandes ciudades. Una circunstancia que privilegió a Valencia y sobre todo a Barcelona, cuya actividad ferial, sin la competencia de Madrid, creció a sus anchas. A Madrid sólo le permitieron una feria, una sólo de carácter oficial y sin ánimo de lucro que cada cuatro años se convertía en un gran acontecimiento popular. Era la Feria del Campo. En el afán de elogiar los progresos del sector rural gracias al impulso del invicto caudillo, cada región y cada diputación provincial mostraba allí lo mejor de sí misma.

El resultado fue un espacio naif en el que podías recorrer España en un solo día y advertir que, a pesar de la grisura política, vivías en un país policromado y maravilloso. De la Feria del Campo salías cargado de folletos, cartelones y con el estómago como una boa después de haber catado los mil productos de la tierra que ofertaban alegres paisanos ataviados con trajes regionales. Allí podías contemplar los aperos de labranza de antaño junto a los últimos adelantos en maquinaria agrícola y los más lustrosos representantes de nuestra cabaña ganadera. La feria constituía en definitiva una oportunidad única de mostrar a los urbanitas una forma de vida que empezaban a olvidar o que ni siquiera habían conocido. Les diré que en la cabeza de más de un político ronda actualmente la idea de recuperar de alguna manera la esencia de aquella muestra. Un valor pedagógico que hoy día resulta indispensable para evitar que los chicos crean que la leche sale de las botellas, y los tomates del bote.

Todo eso que les cuento ocurría en el recinto ferial de la Casa de Campo, que todavía ocupa 70 hectáreas del gran pulmón de Madrid y en el que sobreviven 60 pabellones. Desde la última edición de la Feria del Campo ha llovido mucho en aquel espacio a cuya situación privilegiada la Administración nunca supo sacarle un buen partido. En lugar de darle una utilidad homogénea que elevara su categoría, destinaron los distintos edificios a los usos más diversos, desde Escuela de la Vid o de Hostelería hasta los típicos restaurantes, pasando por dependencias de la Policía Municipal, de la Cámara Agraria y, por supuesto, pabellones feriales. De éstos, el más importante es el de Cristal, cuyo estreno albergó una exposición que, bajo el título de Alemania y su industria, exhibía el llamado "milagro alemán" para ponerle los dientes largos a la España desarrollista aún panderetera. Ni siquiera ese Pabellón de Cristal, que es el más moderno, reúne ya las condiciones de espacio y accesibilidad para montar grandes ferias. Superado por los nuevos recintos feriales del parque Juan Carlos I, el de la Casa de Campo, tal y como está, resulta claramente obsoleto. El recinto, sin embargo, continúa siendo un enclave único cargado de posibilidades. La anterior administración municipal trató de convertir la zona de pabellones regionales en una especie de parque gastronómico. Así, a los que ya venían funcionando como restaurantes se unieron otros que devolvieron el lustre a varios edificios. El resultado fue desigual e incompleto porque desde el Ayuntamiento no supieron ni envolver ni vender la idea, y según parece, el dinero de la promoción se fue por los desagües.

Era todavía Gallardón presidente regional cuando habló de otro proyecto bastante más atrevido. Animado probablemente por la incontenible avalancha de prostitutas en la Casa de Campo, llegó a plantear la conversión del recinto ferial en una especie de barrio rojo como el de Amsterdam. Al final no hubo nada. Ahora, el gobierno municipal ha dado el primer paso para acometer en 2007 un plan de rehabilitación de aquel recinto. Un plan que pretende derribar 20 pabellones sin valor arquitectónico y crear un anillo viario con el objetivo -dicen- de potenciar el carácter ferial del recinto. La intención será buena, pero transmite la sensación de que no saben muy bien qué hacer. Falta una gran idea para un espacio emblemático cuya situación mejorará con el soterramiento de la M-30. Cuarenta años después, la Feria del Campo sigue siendo lo mejor que ha ocurrido allí.

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