Vigo, la belleza imperfecta
Dónde reside el atractivo de Vigo? El arquitecto Alfonso Penela responde sin vacilar: "Vigo atrae porque es un no lugar". Y continúa explicando: "Aquí puede darte la sensación de estar en París o en Mozambique porque la ciudad es un caos; pero un caos lleno de vida". Ese desorden vigoroso que se desparrama, trepa o se escalona con el mar como límite cautiva a quienes visitan la ciudad, pero también duele a sus habitantes, especialmente a aquellos que contemplan sus defectos con los ojos expertos del profesional. Penela habla de dos ciudades: la de la zona central en torno al agua, el ensanche y la Alameda, y la de los barrios descuidados y escasamente dotados donde habitan 250.000 personas.
No hay que visitar esta ciudad buscando hitos arquitectónicos, sino ejemplos de convivencia
El pequeño puerto que Vigo era a finales del siglo XIX se transformó a partir de la segunda mitad del XX en un importante enclave industrial gracias a la actividad conservera y naval, a la creación de la Zona Franca y a la instalación de factorías como la de Citroën, produciéndose un espectacular crecimiento de la población y de los propios límites físicos de la ciudad. Pero esa mutación urbana tuvo lugar sin criterios que la orquestaran ni controlaran, de ahí la naturaleza caótica del Vigo contemporáneo, que con un área metropolitana formada por 14 municipios continúa ostentando el liderazgo demográfico y económico en Galicia, y ha sido designada sede de la Agencia Europea de Pesca.
En el centro y las inmediaciones del puerto deportivo resulta difícil percibir esa hermosura peculiar -desordenada y confusa-, consecuencia del acelerado pulso de crecimiento de la ciudad; en cambio, salta a la vista la belleza convencional de lo recién diseñado. Adjetivo usado en la acepción que califica aquello que se atiene a la norma mayoritariamente observada, porque no otra cosa parecen haber pretendido algunos de los últimos proyectos llevados a cabo en Vigo, por autores gallegos o por foráneos. Unos y otros han observado una actitud tan cortésmente comedida que no hay que visitar esta ciudad buscando hitos arquitectónicos, sino ejemplos de convivencia o, en última instancia, de reconocimiento explícito de su exuberante diversidad urbana.
A mitad de la pasada década se celebró un concurso para la ordenación del frente marítimo que tenía como lema "abrir Vigo al mar". Fruto de aquella convocatoria son el sobrio edificio de la Xunta de Galicia, obra de los catalanes Esteve Bonell y Josep Maria Gil, y el meticuloso rosario de intervenciones que transforman en paseo marítimo y peatonal un recorrido de dos kilómetros entre las plazas del Berbés y la Estrella, a cargo del sevillano Guillermo Vázquez Consuegra. Esta última obra, ejecutada a lo largo de una década, ha recibido el Premio Nacional de Arquitectura 2005, cuyo jurado destacó el "tono callado" de la actuación, que "sin alardes materiales ni efectos especiales" pavimenta, amuebla, ajardina y coloniza con pabellones de usos diversos una porción degradada de la banda litoral más significativa. En vías de realización se encuentra ahora un centro comercial de tamaño medio, adjudicado en el mismo concurso al desaparecido Sáenz de Oiza y que concluirán sus hijos en el mismo registro: rehuyendo llamar la atención. Y aún queda pendiente la construcción en primera línea marítima del auditorio y palacio de congresos de Beiramar, cuyo encargo ganó César Portela con la ingeniería Idom frente a Valcárcel, Mangado y Chipperfield. Los monumentales prismas del arquitecto pontevedrés ocuparán el sitio de la emblemática fábrica Casa Mar y se alzarán envueltos en un velo de acero, una vez más buscando no desentonar con el esplendor áspero del entorno portuario.
Con delegaciones en Ourense y
Pontevedra, la Universidad de Vigo, cuya sede central se encuentra en esta ciudad -donde Nieto y Sobejano ampliaron las oficinas del rectorado-, es otro polo de producción arquitectónica a tener en cuenta. Para construir en el campus de Pontevedra el Edificio de las Artes se celebró a finales del pasado año un concurso que ganó el joven estudio coruñés de Creus y Carrasco con un planteamiento pragmático de edificio-ciudad, capaz de acoger y organizar los estudios de Bellas Artes, Diseño y Moda. Pero es el campus de Lagoas-Marcosende, a unos quince kilómetros de Vigo, el que se hace eco de esa imagen de la ciudad como amalgama, donde la fuerza del conjunto se impone a la de sus distintas partes. A partir del plan especial elaborado por Enric Miralles y Penela -este último autor de la Facultad de Económicas, de su biblioteca y de una residencia de estudiantes- surge un "paisaje construido" que integra la biblioteca central que diseñaron Noguerol y Díez o el edificio administrativo y la plaza de Miralles y Tagliabue, y que hará suyas las vías elevadas que ha proyectado el brasileño Paulo Mendes da Rocha.
Pero hay que volver de nuevo al centro de la ciudad para encontrar el último edificio, y el que probablemente mejor encarna esa condición multifacética y cambiante de la ciudad, poniéndose a su servicio. En manos de firmas locales estaba, hasta hace bien poco, el parque museístico -Fraga, Quijada y Portolés recuperaron la antigua cárcel como Museo de Arte Contemporáneo (Marco), y de Portela son el Museo del Mar y la Casa de las Palabras o Verbum, un ente interactivo dedicado a la comunicación humana-, pero a éste acaba de sumarse la nueva sede de la Fundación Pedro Barrié de la Maza, que eligió como arquitectos a Mansilla y Tuñón. Esta fundación, muy activa en el contexto cultural regional y con sede en A Coruña, había decidido establecerse de forma permanente en Vigo. Su primera opción para hacerse cargo del proyecto había sido Manuel Gallego, cuya obra sea tal vez la más unánimemente admirada en el panorama de la Galicia contemporánea. Pero Gallego no estaba disponible y el estudio madrileño acabó asumiendo la obra.
La Fundación Barrié se oculta tras la fachada de un inmueble proyectado por el vigués Manuel Gómez Román en 1919. La disposición original de los huecos en esa fachada condiciona la propuesta: todo el programa, que apila una serie de espacios equipados para actividades diversas, se dispone en dos bandas: una paralela a la fachada y otra de mayor tamaño en el fondo de la manzana, separadas por ascensores de vidrio de transparencia regulable. Mientras la banda exterior actúa como distribuidor en cada planta, la interior acoge salas de exposiciones y conferencias. Al atravesar el vestíbulo principal se localiza el espacio más representativo de la institución: una suerte de "caja mágica" dilatada y sumamente flexible, dotada con maquinaria teatral para poder modificar el suelo, escamotear paneles o hacer descender telones. Hacia la calle, la puerta abatible de doble hoja inspirada en el Op-Art resume la condición dinámica de este nuevo enclave cultural; y en la cubierta, el gran lucernario de color acuoso es un homenaje a la ría. Por lo demás, se respetan los elementos originales del frente del edificio y su vínculo con el Banco Pastor. Cautivados tal vez por el ajetreo de Vigo y por su belleza imperfecta, Mansilla y Tuñón hablan en la memoria del proyecto de espacios que ceden el protagonismo a las sensaciones, y de arquitecturas que no son marco para la contemplación sino escenarios para la acción.
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