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Columna
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La rana y el BEC

La modestia es una gran virtud, solo que no vende. Vende más su vicio contrario, aunque luego pase factura. Lo advertía un fabulista latino llamado Fedro en el cuentecillo de la rana que quiso ser buey. ¿Recuerdan? Acomplejada por su imagen corporal frente a la del buey que pacía en el campo aledaño a su poza, la rana se propuso convertirse en eso, en buey (hoy está ocurriendo, en materia corporal, justo lo contrario, que los bueyes quieren convertirse en esbeltas y ágiles ranas, pero esa es otra historia) y se infló a comer. Comió tanto que se fue hinchando hasta reventar.

Pues bien, esto es lo que ha ocurrido en Bilbao. Un muerto civil -nadie, circunstancia que ha atontado a mucho comentarista por el absurdo que parecía suponer prohibir algo a quien no era nada (el verdadero absurdo radicaba en que aun no siendo querían ser lo que no podían)- se ha hinchado hasta reventar, o hasta que le ha hinchado tanto las narices a la sociedad que ha reaccionado reventándole el congreso y bastante más. Es de imaginar que alguno lo estará lamentando. Con lo fácil que les hubiera sido seguir morro morro sin levantar mucha polvareda hasta conseguir montar la mesa que les hubiera concedido una legalidad de facto. Pero no, tenían que hincharse, va en su naturaleza y, claro, al final han explotado.

Porque lo más grave de todo esto es que se estaba dando por hecho -y con todas las bendiciones, por no decir todas las albricias- que el no ente Batasuna formaba parte de la realidad, es decir, de la legalidad, política. Variaba la argumentación, pero casi todos los partidos coincidían en la razón de necesidad, es decir, en el sentimiento puramente utilitarista de que la rana Batasuna debería entrar en la charca común con todos sus derechos. Y quienes creían eso no se paraban a dar razones sobre por qué debía estar, se limitaban a la pura tautología, o algo peor: tiene que estar porque tiene que estar. Y en ese afán de dar identidad a quien la perdió en los tribunales se olvidaban del par de detalles o pegas que solían ponerle a Batasuna para que fuera: a) que rechazara la violencia de ETA y b) que rompiera inequívocamente con ETA.

Cierto, de vez en cuando se lo recordaban -cuando las monsergas habituales no daban para tapar el ruido de la dinamita o el clamor de los extorsionados-, pero no por ello dejaban de seguir haciendo todo lo posible para insistir ante la sociedad en que había que legitimarles, así como facilitarles el camino recurriendo a elementos extraños en democracia como son las mesas, la constitución de mesas para otorgar legitimidades fuera del Parlamento y al margen de la Justicia, pero en exótica connivencia con los ejecutivos.

Ya se ha visto que nadie quiere rectificar -¿se puede pedir el derecho de reunión para quien se sabe que forma parte de una banda anti-Estado y quiere seguir formando parte de ella?- y que muchos acatan a regañadientes un auto judicial que no hace más que poner al día -recordar- la estricta situación de la rana. No sé cómo se las van a ver en adelante los forofos de las mesas, pero cabe suponer que las ranas en sí deben de estar no ya reventadas sino mohínas viendo cómo se les desvanece la posibilidad de participar en las municipales. Me da que les espera mucho frío. Y, sin embargo, les resultaría tan fácil cambiar las tornas... ¿Cómo no va a ser preferible que quien se autodenomina Batasuna se dedique sólo a la política? Para hacerlo únicamente tiene que condenar la violencia etarra y desmarcarse clara y distintamente de la banda. Y eso lo puede hacer sin necesidad de mesas ni de BECs.

El patinazo y reventón que acaban de sufrir tendría que servirles para comprender que no pueden esperar otra cosa. De la misma manera que tendrían que comprenderlo quienes están dispuestos a tragar demasiadas cosas, entre ellas, los pilares del Estado de Derecho. Ya lo dijo el viejo Protágoras, el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son.

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