Portugal busca salvador
Las mujeres le estrujan por la calle, los jóvenes gritan a voz en cuello "otra vez, otra vez, el pueblo portugués quiere a Cavaco otra vez" y "Cavaco ve adelante, eres nuestro presidente". Cuando llega la comitiva de los Audi y BMW, decenas de jubilados con banderitas de tela, una tuna femenina y la máquina municipal del PSD local estallan en ovaciones y cánticos de alegría. Así se vive, más o menos, el efecto Cavaco Silva en Portugal: como si de repente Dios bajara de los cielos.
De hecho, hace unos días, un ex ministro de Aníbal Cavaco Silva dijo que el país necesita "un presidente que lo vea todo y lo oiga todo". Y poco después, el constitucionalista Vital Moreira escribía en su blog (http://causanossa.blogspot.com) un aforismo titulado "Aníbal Cavaco Deus: 'La clarividencia y la omnisciencia siempre fueron propiedades divinas. Felices los pueblos que pueden elegir a Dios como Jefe de Estado...".
Un tono apocalíptico rodea la elección de hoy, en la que el derechista Cavaco se enfrenta, con grandes probabilidades de éxito, a cinco candidatos de izquierdas
Lisboa es un escaparate de contrastes: miles de automóviles de lujo 'coexisten' en pleno centro de la ciudad con numerosos mendigos
Hay mucha gente que nunca votó por el PSD, pero que ahora lo hará por Cavaco porque cree que tiene el perfil preciso para salir del bache
Portugal es el país más desigual de la UE. La renta acumulada por el 20% de la población más rico es 7,4 veces superior a la del 20% más pobre
Arminda Ferreira, empleada de hogar: "Los portugueses tenemos a veces delirios de grandeza y damos pasos más largos que las piernas"
Las dos frases son un síntoma, entre otros muchos, del tono apocalíptico que rodea las elecciones de hoy en Portugal, en las que casi nueve millones de personas deben elegir al nuevo presidente de la República entre seis candidatos, cinco de izquierdas (dos de ellos, Manuel Alegre y Mario Soares, socialistas) y uno, Cavaco, que se autodenomina socialdemócrata, aunque los otros cinco le definen como "de derechas".
Pero lo curioso es cómo una gran masa de portugueses, que según las encuestas ronda el 55%, parecen entregados en cuerpo y alma a lo que Mario Soares ha llamado "el plebiscito Cavaco". El miércoles pasado, en la ciudad costera de Figueira da Foz, había unas 500 personas esperando al candidato conservador en la calle. Todos parecían encantados de poner su destino en manos del professor, aunque quizá eso sea pedir demasiado a una república semipresidencialista en la que el jefe del Estado es casi un cortacintas que no gobierna ni influye directamente en la economía.
El caso es que era mediodía y allí había muchos jubilados, algunas amas de casa y varios universitarios. Gente templada como Antonio Iglesias, de 59 años, director de una incubadora de empresas, que dice que Cavaco es "la única oportunidad de seriedad, confianza y esfuerzo que le queda a este país, el hombre que puede ayudar a que nuestras empresas y trabajadores desarrollen todo su potencial y se hagan más modernos e innovadores". O gente curtida y enérgica como José Rosa da Silva, picapedrero durante 43 años, que ahora tiene 75, y vive con una pensión de 700 euros. Como muchos portugueses de a pie, Rosa da Silva piensa que Cavaco es el único candidato válido: "Los otros sólo son unos provocadores y unos maleducados".
Desaliento general
Los analistas buscan las primeras razones de esta amplia onda Cavaco en el desaliento general, que ha provocado una profunda crisis que en sólo cuatro años ha doblado las cifras de paro y ha multiplicado las desigualdades. Sólo hay que pasear un rato por Lisboa u Oporto para ver el reflejo de esos números. Lisboa ofrece un explícito espectáculo de contrastes. Miles de coches de lujo, los centros comerciales con calles y avenidas llenos de artículos a precios dignos de Nueva York y las colas para adquirir la TV por cable (que es más cara que en España) conviven con los mendigos que pueblan la avenida de la Libertad y la plaza de la Alegría, los yonquis (Portugal encabeza el consumo de heroína de la UE) que guindan los móviles a los turistas en la Baixa al atardecer y los inmigrantes africanos que pasean por la plaza del Rossío en actitud de paro irremediable (la tasa de desempleo, que en 2001 era del 4,1%, es ahora del 7,5%).
El diario Público informaba hace unos días que, mientras las ventas de coches sólo crecieron un 3% en 2005, los aumentos en el segmento de la gama alta no bajan desde el año 2000 de las cifras de dos dígitos, y en algunos casos llegan al 50%. "Un comportamiento excepcional", según la asociación de empresas del ramo.
Pero hay más; según el último Eurostat, Portugal es el país más desigual de la UE. En 2003, la comparación entre la renta acumulada por el 20% más rico y el 20% más pobre daba una ratio de 7,4, es decir: los más pudientes ingresaron 7,4 veces más que los más necesitados. La cifra es idéntica a la de 1995, cuando acabó la década del Gobierno Cavaco. Hoy, en las cien mayores fortunas de Portugal se mezclan las históricas familias lisboetas, asociadas a la época salazarista (Champalimaud, Espírito Santo, Mello, Monteiro de Barros o Queiroz Pereira), con las nuevas fortunas surgidas tras la Revolución de Abril, entre las que destacan los empresarios norteños Belmiro de Acevedo y Américo Amorim. Entre unos y otros tienen 22.500 millones de euros, es decir, el 17,6% de la riqueza nacional.
Pero si el viajero sale de los centros urbanos, deja atrás los campos de golf y recorre las periferias o el interior rural del país, la cosa cambia.
Ahí el dinero es como si no existiera. La barriada gitana de São João de Deus en Oporto recuerda más a la favela de Río que a las afueras de cualquier ciudad europea. Y en el deprimido y bellísimo campo, al que, eso sí, se llega por espléndidas autopistas de peaje (de la era de Cavaco en el Gobierno), miles de hombres se siguen viendo obligados a emigrar a los núcleos urbanos o a la vecina España.
La economista Teodora Cardoso no cree que fueran un error aquellas inversiones en infraestructuras, pero sí que lo que caracterizó al Gobierno de Cavaco fue "la miopía y la falta absoluta de una visión estratégica" para el futuro. "No reformó la Administración pública; subordinó sus decisiones económicas a los ciclos electorales e hizo políticas profundamente conservadoras en empleo; burocráticas en materia de constitución y disolución de empresas, confusas en materia de ambiente y ordenamiento del territorio, ineficaces en la formación profesional y la regulación de la actividad económica, y prácticamente inexistentes en materia de competencia".
El escritor y novelista Pedro Rosa Mendes cree que "Portugal está pagando todavía el precio; aquella generación, que vivió un enorme desarrollo económico, no supo acompañarlo del desarrollo cultural y educativo. Y así estamos: ahora mucha gente tiene más en los bolsillos que en la cabeza, y somos dos países en uno".
Por un lado, dice, está el olvidado interior del Alentejo o Beira; por otro, el país más rico pero artificial del litoral: Lisboa, Oporto, Leiría, Setúbal, Coimbra... "La agricultura y la pesca no existen casi, la industria es cada vez más flaca y el país vive de una riqueza no producida. No hay que dejarse engañar por el dinero de Lisboa, los coches, la ropa, los condominios de lujo, los viajes... ¡Todo eso es a crédito! Somos un país que debe, luego existe. Que gasta y sueña a crédito. Es absurdo y algún día estallará. ¡Cada día nos parecemos más a Argentina!".
Rui Cardoso, uno de los autores del programa satírico de televisión Contrainformaçao, piensa que el único camino que queda es ponerse a trabajar: "Ya sé que es un discurso un poco salazarista, pero es que trabajamos poco. Preferimos hacer agujeros en el calendario para ver cuándo nos vamos de vacaciones a Brasil y así volver bronceados para parecernos a los otros; o si no, comprarnos un coche para parecer ricos. Y si tenemos que endeudarnos, nos endeudamos; o, mejor aún, damos cheques sin fondos".
Delirios de grandeza
Así y todo, en 2004, 925.000 portugueses mayores de 15 años se fueron en avión de vacaciones; mientras, dos millones de personas subsisten con menos de 350 euros al mes.
"Los portugueses tenemos a veces delirios de grandeza y damos pasos más grandes que las piernas", dice Arminda Ferreira de Sousa Silva, empleada doméstica en Lisboa. "Mi vecina, por ejemplo, pidió un crédito al banco para irse a Brasil porque otra vecina se había ido antes a Punta Cana".
Ferreira, de 58 años, no se queja de su suerte aunque hace 20 puso en casa un negocio de estética que tuvo que cerrar porque necesitaba máquinas y no pudo reunir el dinero suficiente. "Me hice canguro de niños y después empleada de hogar. No estoy mal. No quiero lujos, no voy a la peluquería, pero me gusta ir limpinha [aseada] y me defiendo, pago los gastos y el alquiler, que nos cuesta 100 euros, y si hay que comer judías, judías, y si pasta, pasta".
Arminda Ferreira piensa votar a Cavaco, "esperando que no sea para mal" y confiando en que ayude a superar el parón que sufre la economía desde 2002. Las últimas previsiones apuntan a un crecimiento del PIB del 0,3% en 2005 y de menos del 1% en 2006. Pero hay otras señales de crisis (y no sólo económica): el descenso del puesto 26º al 27º en la lista de desarrollo humano de la ONU, la peor tasa de abandono escolar de la UE, el mayor índice europeo de pobreza persistente y uno de los mayores porcentajes europeos de niños pobres, sólo por detrás de Irlanda e Italia.
A eso hay que añadir factores menos tangibles que colaboran a la decepción colectiva; lo que Pedro Rosa Mendes llama la "pérdida de soberanía y dignidad", o "el fracaso del proyecto nacional en asuntos tan graves como la Defensa, vergonzantemente subordinada a Estados Unidos, o la economía, que mira cómo España acentúa nuestra condición dependiente y periférica al ponerse a la altura del G-8".
Visto el panorama, parece sensato pensar que un hombre solo no puede hacer gran cosa. ¿Cómo se explica, pues, que el país parezca ansioso por llevar un economista a Belém para cinco años, "o probablemente diez", como sugiere la comentarista Teresa de Sousa?
Según Rui Cardoso, "el discurso simple de Cavaco, que parece hecho para empleados de banca, ese portugués vago como de programa informático, esa jerga Excel de empresario, cala en el país porque el país necesita cíclicamente oír cosas así".
Ahí está Cavaco, llegando a Figueira da Foz. Levanta los pulgares y hace el signo de la victoria. Una y otra vez. Sonríe sin parar y habla poco, entrega una octavilla de cartón con su mensaje de esperanza y unidad. Hace el signo de la victoria. Arturo Mendes, de 72 años, oficial retirado del Ejército que pasó seis años en Angola y cuatro en la India y que cobra una pensión de 2.000 euros, ha ido a verle. Y dice que va a votarle porque es "el más inteligente, el que más pruebas ha dado de capacidad; estamos a la deriva y es la persona indicada. Dinamizará el país y creará consensos entre oposición y Gobierno".
La misma pasión exhiben Elisabete Oliveira, de 22 años, estudiante de último curso de psicología, y Diana Duarte, que a la misma edad ha terminado periodismo. Oliveira milita en el PSD y cree que Cavaco dará "confianza, seguridad y credibilidad".
Hay gente que nunca ha votado al PSD que piensa votar a Cavaco. Por ejemplo, Eurico Silva, un ex profesor de 64 años que lleva siete jubilado y también cobra 2.000 euros. "Tiene una noción del Estado muy fuerte, pero no es un liberal ni un neoliberal; tiene el perfil que necesitamos en este momento".
Un halo de confianza
Acompañado por su hija Patricia y por su mandataria de juventud, la fadista Katya Guerrero ("el profesor es la referencia de esfuerzo y liderazgo, seriedad y espíritu emprendedor", dice), Cavaco Silva desprende un halo de confianza que parece contagiarse o suscitar sospechas: es un político, o un antipolítico, de filias y fobias. Según el editor Carlos da Veiga Ferreira, que apoya en público a Soares, lo que ha hecho durante la campaña "es cantar la canción del bandido, eso que se les canta a las chicas cuando uno quiere ligar". Es decir: "Ahora puede parecer otra cosa, pero lo que nadie recuerda es que él y otros economistas se opusieron a la plena integración en Europa; y que en todo lo que no fue cemento y carreteras su gestión fue horrible, arrogante y distante del pueblo y la opinión pública".
"Cavaco ganará como consecuencia lógica de que la izquierda ha hecho todo lo posible para que lo haga", dice Rui Cardoso. "Va a ganar", coincide Pedro Rosa Mendes, nacido en 1968. "Pero me temo que será víctima de su propio sebastianismo. Los milagros sólo suceden si hay ganas y coraje, y nosotros no tenemos coraje".
La historia del rey luso Sebastián narra cómo su pueblo esperó inútilmente el regreso del gallardo soldado que, desaparecido en combate en Alcazarquivir (Marruecos) en 1578, debía salvar a la patria. Es la metáfora más querida por los portugueses, afirma Rosa Mendes. "La grandeza de la victoria de Cavaco", añade, "sólo dará la medida de la amargura nacional. Siempre creemos colectivamente en lo que colectivamente sabemos que no debemos creer. Pero nuestra crisis es tan profunda que no hay Sebastián que nos salve".
Por eso, según Rui Cardoso, la imagen que define mejor Portugal es la de aquel turista que salió indignado en televisión protestando porque nadie le había advertido de que habría un huracán en México. "¡Decía que había invertido todo su dinero en ese viaje, pero el tío ni siquiera miró qué tiempo iba a hacer!".
José Gil: "Es un fenómeno casi religioso"
"CAVACO ES UN CASO extraordinario, como síntoma, de la irracionalidad que ha invadido a la sociedad portuguesa", afirma el filósofo José Gil. "Sin necesidad de hablar, sólo con su presencia, como si fuera un santo, las multitudes rugen ante él como si aquello fuera una procesión en rogativa o una concentración de comunistas". "Se trata de un fenómeno casi religioso", añade el autor del ensayo y éxito de ventas Portugal hoy: el miedo a existir. "Es un fenómeno irracional de masas que crea un populismo sin discurso. Como si fuera un mesías laico, Cavaco ha convencido al pueblo de que el milagro es posible".
¿Milagro? ¿Pero qué milagro? "El milagro de salir de este horrible lío en que estamos metidos sin que nada cambie, sin que hagamos sacrificios, sin que nos cueste esfuerzo, sin perder los privilegios que muchos tienen", responde Gil. El análisis del profesor de Filosofía de la Universidad de Lisboa, de 65 años, va un poco más lejos: "Estas elecciones son como una partida de ajedrez viciada antes de empezar. Ni las blancas son blancas ni las negras son negras, la reina se mueve como un alfil y los peones como una torre. Los candidatos de izquierda son el pasado; Cavaco es una gran masa de pasado. No hay una sola idea nueva para afrontar el futuro, sólo discusiones bizantinas. De lo que se deduce que el pueblo portugués ama la obstinación que no tiene y el autoritarismo. Porque Cavaco es eso: un jefe sin carisma, una persona encerrada en sí misma, que manda y sabe dónde va".
"No quisiera ser catastrofista", concluye el analista político de la revista Visão, "pero aún arrastramos los hábitos, vicios y defectos incubados por causa del salazarismo y de lo que no se hizo el 25 de Abril. Hace falta reformar el Estado, la justicia y la sanidad; acabar con el trapicheo, la picaresca y la irracionalidad de los servicios estatales. Somos incapaces de arriesgar, de creer en el futuro; es como si estuviéramos paralizados ante la inminencia de la catástrofe".
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