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Columna
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Adulación

EN UN artículo inicialmente publicado en La Revue Blanche en julio de 1896 con el título 'Aduladores de la juventud', Marcel Proust fustigó con dureza a los partidarios del sufragio universal de la "posteridad inmediata" bajo la particular especie de los veteranos artistas y escritores, que no sólo ensalzan a sus emergentes colegas bisoños, sino que se curan en salud adoptando como propios los programas que éstos defienden. Esta actitud denunciada por Proust podría interpretarse como una de las inmemoriales maneras en que el ser humano practica el tráfico de vanidades o la simple muestra de su temor ante el hecho insoslayable de su próximo fin, combatiendo esta angustia de no perdurar mediante el torpe expediente de una vicaria fama póstuma a plazo fijo. Todo lo comprensible que se quiera, este falso rejuvenecimiento es más patético que cínico, y, en cualquier caso, por completo inútil.

Proust, sin embargo, apunta certeramente en la diana al percatarse de que lo que provoca universalmente esta ansiedad contemporánea tiene que ver con una concepción moderna —esto es: temporal— del arte, porque, como casi inmediatamente indica, "esas prácticas sólo se dan en escritores que tienen una concepción del arte tan temporal y que creen tan inocentemente que su reino es de este mundo que sólo a medias podemos lamentar las lecciones que no nos dan". Sin duda, la búsqueda de un reconocimiento público tan precoz y, por tanto, tan aleatorio y fugaz está condenada al terrible fracaso del autoengaño, pero, a mi juicio, lo más interesante en la descalificación de Proust es que se percata de la corrupción que difunde este sistema, en el que los artistas viejos no pueden enseñarnos el precioso tesoro de su experiencia, ni los jóvenes desplegar su energía revolucionaria, que, cuando genuina, es intutelable.

Pero ¿cuál será, según Proust, las pérdidas lamentables de este sistema moderno de "bombos mutuos" intergeneracionales? Quien lea este breve ensayo, junto con los otros que sobre literatura y artes plásticas escribió Proust, ahora recopilados en una selección antológica, titulada En este momento (Cuatro Ediciones), de reciente traducción en castellano, descubrirá que el verdadero artista, sea cual sea su circunstancial edad, es, sobre todo, finalmente un arquitecto del "santuario de su pasado", aunque inicie su carrera explanando, dentro de lo que cabe, los que construyeron sus ancestros inmediatos.

Por lo demás, hoy día, a poco más de un siglo de lo escrito por Proust al respecto, no creo que sean tanto los artistas, jóvenes o viejos, los que se corrompen mutuamente cantando en falso sus respectivas virtudes, sino las instituciones y los medios de comunicación de masas con sus insistentes proclamas de una visión restrictiva hasta el ridículo de lo que hay que entender por "actual", sobre cuya espúrea delgada línea no dejan a nadie ser lo que es y como es. Políticos y periodistas usurpamos de esta manera la función de los artistas atufando al público consumidor con el elixir de lo que en absoluto se relaciona con el arte, porque no es ni innovación, ni experiencia; ni juventud, ni madurez; sólo la manifestación de que no nos interesa ni la vida, ni el arte.

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