Bravura, virtuosismo, tesón
Se espera siempre estas ocasiones en que la química interna en una pareja de ballet clásico suele deparar sorpresas; esa chispa salta por múltiples razones: admiración común, el goce de bailar con un igual, hasta la rivalidad técnica (lo que no quiere decir nada negativo). Julio Bocca y Tamara Rojo tienen cosas en común tanto en lo técnico como en lo artístico; ellos proceden de troncos didácticos muy diferentes, pero el talento y el virtuosismo, el tesón y la calidad, terminan por hermanarlos. Lo decía Svitoslav Ritchter con respecto a unas determinadas sonatas para violín y piano: no hace falta un buen pianista o un buen violinista, sino que los dos sean muy buenos. Eso es lo que exige el ballet académico, ésa es la fórmula magistral de sostener su grandeza, sus valores propiamente clásicos, sus engranajes en las lecturas coréuticas de tradición. Ya tuvimos a ese Bocca en escena en Madrid acompañado de Arantxa Argüelles (precisamente en Don Quijote y más de una vez). Ahora, más de 10 años después, Julio Bocca hace este fragmento con la muy reputada Tamara Rojo, catalogada hoy día internacionalmente como una de las mejores ballerine del momento.
Ballet Argentino de Julio Bocca
Don Quijote: Petipa/Minkus; Ángeles sin alas: Attila Eherházi/Bach, Reich, Cage;
El paso a dos de Don Quijote de Rojo y Bocca estuvo lleno de verdadera y consciente bravura (una categoría de lo académico que poco a poco ha ido perdiendo fuste en el ballet globalizado de hoy), de entrega y de buena danza. No fue perfecto (Tamara denotó cierto nerviosismo e irregularidad en su coda), en cuanto la perfección en ballet es una quimera. Menos mal. Pues las emociones ya saltaron al aire y se concretaron más todavía en el soberbio dúo de Manon. Julio Bocca sigue siendo el solícito y atento partenaire de siempre, cuidando el cristal en el que bebe, llevando a la bailarina a una seguridad que le permita no pensar en quién la porta o la soporta. Rojo, con sus dotes y su obsesión (bendita obsesión) perfeccionista, hizo una variación ecléctica en la coreografía (mezclaba dos versiones tenidas como vernáculas) inolvidable, rica de matices, musical a la exactitud, en estilo. Es un goce ver la plenitud de ella y el gozoso mantenerse de él. Ese digno esfuerzo por seguir pulsando la danza clásica en su médula, ya merece todos los elogios posibles. Salieron a bailar Bocca y Rojo su adagio pulsando el aire hacia arriba, con los acentos aéreos muy determinados, dibujando esas esencias que son el material de disfrute. Luego, en Manon, el trabajo se interiorizó, se hizo lazo firme y enroque . Probablemente el más inspirado de todos los pasos a dos de MacMillan tiene en estos dos virtuosos su mágico instante de fuego y de belleza.
Hay que destacar también el baile de Luis Ortigoza, un artista delicado, sensible y también entregado a sacar a la interpretación sus detalles más sutiles. El nivel del Ballet Argentino es ya hoy muy bueno y Bocca continúa con una línea de trabajo interesante en lo estricto cultural: alternar el repertorio, tanto decimonónico como del siglo XX, con las nuevas creaciones de coreógrafos actuales. Eso crea ya, de entrada, una confianza en sus intenciones, en sus perspectivas.
Así el programa se completó con dos obras, Ángeles sin alas y Cruz y ficción. La primera adolece de tener un secuenciado que no le ayuda en la progresión y la convierte en repetitiva, aun conteniendo momentos de grupo muy elaborados; la segunda es una obra, cuanto menos, desconcertante. Habla de la anunciación, pero enseguida se pasa a una trama menos amable donde están el deseo y la traición (Judas y Magdalena). Stekelman tiene una manera de trabajar donde se cita, bajo cuerda, al ballet expresionista y a otras ramas de la danza moderna que hicieron buena escuela en sus tiempos en Argentina, y esto de alguna manera se ve, se deja sentir en la exposición y en el despliegue gestual.
Babelia
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