El susto
Los ciudadanos españoles se merecen una moratoria como las ballenas. Una moratoria de sustos. Poder emerger por la mañana, tomar aire y lanzar un chorro dorsal sin escuchar el silbido de los arpones. Ya lo decía George Borrow, el autor de The Bible in Spain y uno de mis patriotas preferidos: "Aunque suene a cosa rara, España no es un país fanático". Igual que las ballenas. Lo lógico es que las ballenas, con ese cuerpo y con ese historial de caza, fueran fanáticas. Pero no lo son. El problema para los españoles y las ballenas es la obstinación del arponero. En nuestro caso, la paranoia del capitán Ahab, a quien me abstendré de identificar para no asustarles.
Vivimos en la llamada sociedad del riesgo, así que los sustos son inevitables. Pero debería haber un cupo en la producción voluntaria de sustos. Una directriz, algo. Dosificar los sustos: sólo se podrá asustar a los españoles una vez a la semana. O de pascuas a viernes. Y no repetirse. No ser abusón. Por ejemplo, ¿cuántas veces se le puede romper a uno España? En lo que va de año, a Ángel Acebes se le ha roto ya tres veces en televisión. Imagínense a puerta cerrada, en Toledo, en competencia con Mayor Oreja e tutti quanti. Menudo estropicio. Una cosa es vivir en un país emocionante, trepidante, y otra en un estado permanente de susto, este desparpajo con que llevamos el susto.
Además, a diferencia de los países aburridos, en España tenemos que tomarnos los sustos en serio. Hay gente que parece que se los toma en broma, pero es para disimular el castañeteo de dientes. Hay un discernimiento, una educación sentimental en el susto. Al susto se le ve venir. Dicen que no hay conspiración. Pero el susto conspira en sí. No está tanto en las palabras, sino en la mirada oblicua del pronunciamiento. Y es que entre los productores más cualificados de sustos figuran aquellos que debieran protegernos de los sustos.
Tengo amigos que añoran la utopía de una España aburrida. Un país como Suiza, con perdón, donde al señor Acebes y al señor Oreja únicamente se les rompiese el reloj de cuco. Pero a mí me estremece el situarme en esa hipótesis histórica de una España aburrida. ¿Qué sería del pobre cuco?
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