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Columna
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Queremos ver más

Cada vez más en arte se hace necesario desconfiar de la primera mirada. Esa desconfianza la han gestado muchos de los artistas contemporáneos, empeñados en fabricar productos de efectos rápidos e impactantes. Son chispazos tan fulgurantes como efímeros, que se vienen abajo después de una segunda mirada. Ante la fácil fabricación de productos conducentes al brillo momentáneo, no es extraño la plaga fraudulenta de artistas -más bien seudo artistas- que nos rodea. Ahora los papás no sólo quieren que sus hijos sean futbolistas, ahora les gustaría también que se hagan artistas.

Nada tienen que ver con lo dicho arriba los cuadros de la pintora alemana Karin Kneffel (Marl, 1957), expuestos en la galería bilbaína Vanguardia. En una primera impresión, ni los temas ni la factura de los óleos van más allá de lo discreto. Los valores que viven dentro de las obras son ajenos a la mirada rápida. Requieren un dilatado miramiento. Como primera opción, la artista nos induce a bajar la vista hasta el suelo, pues sus temas protagonizan varios fragmentos de los suelos de una casa más o menos común y habitable. Sin salirse de esa misma casa, otros de los temas tienen como modelo unos huevos -de dimensiones gigantescas-, partidos o cascados por el medio. Los fondos de esas figuras aovadas tienen como fundamento el suelo. Otra vez la visión se queda sin horizonte, obligada en cierta manera a los puntos de vista tendentes a lo cenital.

Mas donde radica el mayor logro de esta muestra es en la fabricación del producto y en los pequeños detalles. Ejemplificamos uno de esos detalles, allí donde unas grecas geométricas dejan de serlo en algún punto por la impostación de alguna irregularidad; o en una fase donde los colores de los objetos podían ser uniformes, sin embargo unas veces se oscurecen y otras se aclaran; o las superficies de ciertos suelos con sus reflejos al modo de vibraciones como el agua estancada. En suma, la fabricación del producto cautiva...

Y cautiva porque el simple y basto lienzo del soporte se ha ido convirtiendo en un ente aterciopelado o cosa parecida. El lienzo ha pasado de lo poco a ser el mapa de una superficie inventada, creada como si desde siempre hubiera existido. No le ha hecho falta buscar el efecto ultrarrápido. Todo lo contrario. Con mano paciente y pasión creciente ha tejido un producto sólido, lleno de matices. Uno de ellos se inscribe en la fabricación de las pinceladas y su afán por ocultarse. Sólo en una alfombra floreada aparecen algunas pinceladas con un poco más de pasta. En el resto, su ocultación se trasviste de aguda, sorda, tenue opacidad. Kneffel es una artista con la que uno se queda deseoso de ver más obras.

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