Innovar importa, créanme
El apabullante uso de las siglas I+D+i por algunos representantes de la clase política, y por un número considerable de agentes sociales, esta propiciando una suerte de fe religiosa que conduce a muchos empresarios, carentes de estos fondos en sus pequeñas organizaciones, al remordimiento y a la contrición. Esta confusión impide la puesta en marcha de políticas efectivas de innovación, al tiempo que lubrica el sermón de los predicadores del tópico. En todo el mundo, pero con mayor motivo en España, lo que está al alcance de la mayoría de los empresarios es la innovación, es decir, lo expresado en minúsculas debería ser lo mayúsculo y viceversa. Recientes trabajos llevados a cabo por la consultora Booz Allen Hamilton sobre los procesos de innovación en las 1.000 empresas que más invierten en I+D en el mundo, concluyen que el dinero invertido bajo este epígrafe no guarda una relación directa con el incremento de las ventas, el beneficio, la capitalización bursátil o los dividendos distribuidos. Aspectos relacionados con la creatividad, el análisis y la gestión disciplinada contribuyen más significativamente a los resultados empresariales.
Un discurso parecido es proclamado respecto a la competitividad. El argumento razona que la I+D+i es la clave para ser más competitivo en un mundo que, según Thomas Friedman, es plano. De nuevo se retrasa el balón para ocultar algunas incapacidades rematadoras. La competitividad depende de un número considerable de factores exógenos a las empresas: tipos de cambio y de interés, costes de la energía, escaladas bélicas, escándalos financieros, etc. La productividad es el factor endógeno que puede ser controlado por el empresario, fundamentalmente mediante la innovación. El que la tasa de cobertura de nuestras exportaciones esté en el entorno del 66%, o que ocupemos el lugar 29 en el ranking de competitividad mundial del World Economic Forum 2005, tiene que ver más con la baja productividad que se deriva de nuestra discreta innovación empresarial, y del "patriotismo económico" postulado por Villepin para Francia, que con los evidentes bajos índices de inversión el I+D.
La innovación, siguiendo las indicaciones del Manual de Oslo de 2005, implica la obtención de un producto, proceso o servicio, nuevos o significativamente mejorados. Supone la instrumentación de un nuevo método de comercialización, de una nueva estructura organizativa o de una mejora en la externalización de funciones. La condición necesaria es que la innovación suponga un éxito para la empresa en el mercado. Medio siglo antes, Schumpeter, además de evidenciar la creación destructiva del mercado, postulaba áreas en las que las empresas eran susceptibles de innovar: la introducción de un producto, nuevo o mejorado, la aplicación de nuevos procesos productivos, el desarrollo de nuevos mercados de compra y de venta, y la reorganización y/o la reestructuración de la empresa. En suma, el concepto de innovación permite a la empresa española recorrer un extenso camino para conseguir la productividad necesaria para competir en el mercado global. Esto lo puede hacer la mayoría de los empresarios, está en su ADN.
Así las cosas, las actividades empresariales relacionadas con la innovación tienen que ver con la generación y adquisición de conocimiento (adición de inmovilizado material o inmaterial), con la preparación para la producción (diseño e ingeniería) o con la mejora de la comercialización (exploración de mercados, reducción del riesgo comercial). Países que tienen un nivel relativamente discreto de base tecnológica instalada, disponen de una considerable bolsa de acervo tecnológico a su alcance, vía inversión en capital e innovación, consiguiendo un alto factor de aceleración en las ganancias de productividad. Por ello, y dado el punto de partida de España en estos dominios, sería sensato hacer una decidida apuesta por la innovación y ser más prudentes al hablar de apuestas infundadas sobre la I+D. El Gobierno de la Nación, desde el más absoluto voluntarismo, ha marcado como objetivo para el 2010 que el porcentaje de inversión privada en I+D alcance el 55% del total, quizás pensando que el hecho de que podamos predecir los eclipses faculta al Ejecutivo a envidar por la materialización de sus sueños.
La respuesta de cada país ante la I+D+i debería derivarse de su calificación objetiva, bien como país plenamente innovador (lo que vendría determinado por su necesidad de invertir en I+D para crecer, casos de Japón, EE UU o Alemania), o bien como país que sufre un significativo gap tecnológico, como España, lo que aconsejaría adoptar una estrategia catch-up aprovechando las enormes bolsas disponibles de tecnología, de innovación y de procesos para fomentar la riqueza. Además, en estos momentos del avance tecnológico, ya no es tan fácil distinguir entre ciencia y tecnología. La nanotecnología y la supercomputación se encuentran a mitad de camino entre ambos escenarios. Las investigaciones tecnológicas producen ciencia y viceversa.
En paralelo, la brevedad de los ciclos de vida de los productos exige que la oferta deba reaccionar con prontitud ante la demanda de nuevas características y funciones, lo que refuerza la posición competitiva de las empresas innovadoras. Las ideas más brillantes de la electrónica durante el 2005 no vinieron de la mano de nuevos productos, sino innovaciones sobre los ya existentes (Google Earth redefinió nuestra visión del planeta, los teléfonos Razr introdujeron glamour a la comunicación, iPod ha supuesto que la juventud acceda a la música de manera conveniente).
En la primavera de 2003 Nicholas G. Carr anunciaba que la tecnología de la información ya no era una fuente de ventaja competitiva para las empresas. Había exuberancia tecnológica, estaba al alcance de todos y se podía adquirir a precios decrecientes. Lo importante era su utilización en la forma más conveniente, se podía innovar a partir de la tecnología existente. Informes del McKinsey Global Institute han demostrado que más allá de la tecnología, factores como la competencia, la desregulación, la apertura de mercados y la globalización suponen fuentes esenciales de productividad.
No es necesario siquiera utilizar la última tecnología para ser innovador. Mercadona no emplea tecnología de Identificación por Radiofrecuencia (RFID), pero es tan eficiente como Wal-Mart, Target, Best Buy o Metro, que sí lo hacen. Sus procesos de innovación permanente en materia social, en políticas de aprovisionamiento y logística, en los planes de formación de sus empleados, en la consideración del cliente, etc. la han convertido en uno de los mayores éxitos empresariales en la España de todos los tiempos. La innovación permanente será, más que nunca, la clave del éxito de la empresa del S.XXI.
José Emilio Cervera es economista (jecervera@jecervera.com)
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