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Columna
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Fin de año

Entre las innúmeras virtudes que adornan a nuestro lehendakari no se encuentran las dotes proféticas. A fines de 2004 auguraba que 2005 sería "un año fundamental" que abría "una maravillosa oportunidad". Quizás sea por que la ciudadanía no siguió su consejo de que "¡Y lo tenemos que aprovechar!", pero si ha sido año fundamental no se ha notado. Las maravillas han pasado desapercibidas. La evidencia de que para profeta no vale nuestro lehendakari enmarca su aseveración, un año después, de que "iniciamos una nueva y trascendental etapa para la sociedad vasca". Quizás, pero si hay que fiarse de los precedentes como pronosticador, estamos aviados. También preocupa la imagen de que atisba "una luz al final del túnel", manida y sobreempleada, pues indica cierto agotamiento de los recursos metafóricos.

Verdad es que el género de los discursos de fin de año no da para grandes requiebros políticos, pues el día de autos el personal no anda para profundidades analíticas. Con todo, los del actual lehendakari tienen estilo, un sugestivo toque personal. Está, de entrada, la tendencia a los augurios, como el de este año, como el del anterior. O la idea de 2003: "¿Por qué no convertir el año 2004 en la esperanza de vivir mejor?" (no recuerdo si le hicimos caso), o los pronósticos de 2002 y siguientes, según los cuales habría propuestas, llegarían negociaciones, se celebrarían consultas populares,...

No falta, en estos mensajes de Nochevieja, la tendencia, tan natural en el nacionalismo, a convertir nuestro transunto por el mundanal año en una epopeya histórica. No sólo ahora abriremos una etapa nueva y trascendente, sino que hace un año se aseguraba que "la legislatura

pasará a la historia por desbloquear el problema vasco" (sic), con más voluntarismo que habilidad analítica, tal y como han ido las cosas. A veces, al redactor de estas misivas se le va la mano, en un rapto de entusiasmo, al caracterizar la importancia histórica del momento. Véase lo que decía en 2002: "No ha sido un año más", sino que marcará "un antes y después" en el camino hacia la paz. Una desmesura. Un trienio después cuesta recordar a qué gesta se daba tanta importancia, pues, por el tenor del discurso, no se refería a la caída de asesinatos de ETA que se produjo aquel año.

Estos discursos navideños no buscan desear la felicidad a todos los vascos, pues consisten en manifiestos de parte. Eso sí, están llenos de bellas palabras. Siempre aparece el diálogo como la panacea. "Es preciso gritar menos y dialogar más", se aseguraba en 2000; "tenemos que hablar más entre nosotros y menos en los medios de comunicación", en la versión de 2005. Surge por lo común la paz como aspiración. "Necesitamos la paz, deseamos la paz y exigimos la paz", aseguraba en 2001 el lehendakari. Produce una cierta desazón lo de cuatro años después, una formulación calcada, el fin del saco de las novedades: "Nos merecemos la paz, necesitamos la paz, reivindicamos la paz". Tanto proceso de paz y acelerón histórico no nos ha servido para gran cosa. Estamos donde estábamos. Y donde estaremos, si las capacidades de futurólogo y de diagnosis del lehendakari no han mejorado.

En estos discursos lehendakariles cuando entra un tema ya no sale. En el principio era el diálogo, y se repite siempre; entró pronto la paz y ahí sigue. Y desde que llegó, el Plan constituye referencia obligada en las reflexiones postreras que liquidan el año. Erre que erre. También esta vez, tras meses en los que nadie quería ni mentarlo (menos Egibar, hombre de fe y de esperanzas), ha reaparecido antes de comer las uvas. Inevitable.

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Este año ha habido una curiosa primicia intelectual, la afirmación sorprendente de que "el Gobierno vasco representa la centralidad a la política vasca". Llamar "centralidad" a un Gobierno durante años incapaz de acuerdos con la oposición constituye algo más ilusionismo. Lo raro es que se reivindique ahora la centralidad como valor político, tras tantos años de presentarse como el adalid de las esencias nacionalistas de una parte del país. ¿Alguien le está viendo las orejas al lobo y se teme que venga otro y se lleve la tostada identificándose con el diálogo, los acuerdos y la centralidad? Quizás. Pero plan soberanista y centralidad son incompatibles. Sopas y sorber no puede ser.

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