Horror a la retórica
"Yo contemplaba el mundo / el caballo de circo que giraba armonioso", dicen los versos de El caballo, el poemario con el que Lorenzo Gomis ganó en 1951 el premio Adonais. Pere Gimferrer, que prologó con un artículo de 1978 la edición completa de la poesía castellana de Gomis (editada por el Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes, Madrid), observaba en estos versos la expresión de la unidad poética de su autor. "El poeta ve y lo que ve puede decirse", escribía Gimferrer, aludiendo a la confianza de Gomis en la existencia del mundo.
Sin embargo, los versos de El caballo dan mucho más de sí, y van más allá de la poesía. Gomis creía que el mundo podía decirse (y por tanto, mejorarse) y se aplicó a ello de modos muy diversos. En primer lugar, con su literatura, globalmente comprendida. Versos, columnas, ensayos, memorialismo, todo estuvo siempre escrito (en cualquiera de sus dos lenguas) con un minimalismo franciscano, con un horror por la retórica que ni siquiera se formulaba: para no contribuir oblicuamente a la hinchazón. Una hermosa prueba de que toda su literatura estuvo hecha con las mismas palabras y el mismo propósito la da esa Memoria literaria de un viejo de 77 años que reúne sus poesías completas, unas decenas de noticias que también pudieran ser aforismos, que también cuaderna vía y que siempre revelaban entendimiento y humor. Humor a secas, sea dicho de paso: siempre consideró que el malhumor (incluso en el malhumorado periodismo) era un género al alcance de cualquiera.
La confianza en la existencia del mundo la demostró, asimismo, al margen de la literatura. En su actividad cívica y política, ejercida igualmente sin retórica. El núcleo fue El Ciervo, la revista altamente improbable que ya ha pasado del medio siglo. El Ciervo y su fundador fueron en plena dictadura dos de los símbolos más tenaces del único antifranquismo que al cabo se reveló eficaz. A cambio y durante muchos años (en fin: yo creo que hasta ahora mismo) tuvieron que renunciar al heroísmo, y los hombres necesitan a veces la cordialidad de los himnos. Pero él eligió otro estilo moral. Aún era un niño cuando lo premiaron con un escrito sobre las aventuras de una gota de agua. Él mismo, en su habitual estilo indirecto.
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