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Columna
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El signo de la melancolía

Diciembre. Había bastante gente esperando entrar en el Grand Palace a ver la exposición Melancolía. Genio y Locura en Occidente. Nieve. Nevaba sobre el Sena, que huía como asustado, frío y sorprendido; nevaba sobre las calles de París, que se despoblaban mientras se poblaban los cafés y las cervecerías, lugares cálidos y amables, donde la gente ocupaba las mesas que daban directamente al exterior y veían caer la nieve, como plumas, como finos hilos, como semillas de esperanza. Monotonía de la lluvia tras los cristales, como supo Machado. La nieve es diferente; es un juego, una danza, una exhibición aérea. Melancolía.

Aristóteles la definió con las siguientes palabras: "No sé por qué razón, pero todos los hombres de excepción en el campo de la filosofía, de la política, de la poesía o de las artes son manifiestamente melancólicos, y algunos hasta el punto de padecer males cuyo origen es la bilis negra". "Melagholía", hiel negra, según los griegos. En latín prefirieron la forma "melancholia", transcripción del griego, antes que "atra bilis" o bilis negra, atrabiliaria denominación que ha caído, afortunadamente, en el olvido.

No hay melancolía sin recuerdo, y no hay recuerdo que no se vuelva, a la larga, melancolía
El melancólico no busca lugares lejanos donde esconderse, le basta la multitud

En la Edad Media al mal biliar, al triste humor negro se le denominó "acedía": pereza, inconsistencia del corazón y de los sentidos, pesada dejadez, abandonada pesantez, considerada durante largo tiempo como uno de los pecados capitales, "la bañera del diablo", según Lutero. En el canto XXI del Paraíso, Dante evoca a Saturno como el astro de la contemplación y de la sabiduría. Es de esta época (1514) el grabado de Durero, representando a la Melancolía, el semblante ido, la mano izquierda sobre la mejilla derecha, la actitud pensativa, mirada alejada de todo aquello que lo rodea.

Erwin Panowsky escribió en 1923 un ensayo sobre esa imagen. Años más tarde, con su colega Fritz Saxl y con Raymond Klibansky, escribiría el libro fundamental Saturn and Melancholy publicado en Londres en 1964. En 1621, Robert Burton publicó Anatomía de la Melancolía, un estudio médico sobre el tema. "Escribo para curar mi mal", se justificó. Para Diderot la melancolía es "la consecuencia de la debilidad del alma y de los órganos". La melancolía se convierte en una enfermedad espiritual, pereza de vivir, deseo de soledad y de refugio en lugares inaccesibles, apartados y ocultos: rincones del alma, rincones de la naturaleza, rincones del tiempo. Mal du siècle.

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A finales del siglo XIX y comienzos del XX, la melancólica huida es ya la negación del mundo y de Dios, la negación de lo visible y también de lo invisible. El melancólico no busca lugares lejanos donde esconderse, le basta la multitud. La soledad adquiere otro paisaje, otro color, otra forma en que encarnarse. Spleen. La Melancolía de Giorgio de Chirico (1912) puede tomarse como símbolo gráfico de lo que Baudelaire o Huysmans sintieron, sufrieron y expresaron, de esa vida au rebours, de la perdida de las referencias básicas, de una existencia llevada hasta el margen o hasta el límite, más allá del cual sólo se advierte la poderosa presencia de la muerte. Con el psicoanálisis, la melancolía adquiere nuevas denominaciones: "psicosis maniaco-depresiva", "depresión bipolar". El ser se rompe por dentro en múltiples pedazos, difíciles de recomponer. Duelo.

El mundo también se rompe y se deshace a consecuencia de los terribles acontecimientos que han sucedido en el siglo XX: dos guerras mundiales, el Holocausto, el gulag, la bomba nuclear sobre Hiroshima, el fracaso de las utopías sociales. Caída. El totalitarismo favorece el repliegue del ser en sí y sobre sí. El ángel de la historia, del que hablaba Benjamin, que mira al pasado y sus ruinas, mientras la tormenta del Paraíso se enreda en sus alas y lo empuja hacia el futuro, es la figura que mejor define esta edad posterior, que vuelve sin haber ido antes, que olvida sin haber recordado, que muere sin haber vivido.

Tormenta en el paraíso, tormento en la tierra. No futur. Tierra baldía, esperando esperanzadamente a Godot, el sentimiento de orfandad perpetua, de extrañeza de ser uno mismo, de sentirse extranjero hasta en casa, el exilio eterno, en las cimas de la desesperación... El cuadro que mejor represente, a mi juicio, esta melancolía postmoderna y a la vez finisecular es uno de Edward Hopper titulado Mujer al sol. Una mujer desnuda y sola fuma un cigarrillo en una habitación. Su mirada está fija en la pared de enfrente. Por la ventana abierta entra el sol.

Melancolía es el viaje del cuerpo humano hacia sí mismo, el retorno de la nieve hacia su origen, el sueño que se rompe, el ideal truncado, el deseo apagado. La melancolía son ese cúmulo de pequeñas frustraciones: el mal sabor de boca por las mañanas, el dolor de estomago, la impotencia sexual, la calvicie prematura, el pan duro, las noticias del diario, la radio que va a su aire, la lenta marcha hacia el lugar del trabajo, el autobús abarrotado, el olor agrio del cuerpo ajeno, las miradas insanas de los compañeros de trabajo, el desprecio del jefe, la indiferencia de la otra parte contratante en el matrimonio de hecho o de derecho, el desamor, la hipoteca, el electrodoméstico que deja de funcionar, la mosca cojonera, con perdón, la cama sin hacer, la nada cotidiana...

Melancolía es diciembre con sus luces y sombras, sus fastos y sus nefastos, su alegría y su pena. Diciembre sin nieve pero con frío, con flores robadas en el luminoso jardín de la memoria. No hay melancolía sin recuerdo, y no hay recuerdo que no se vuelva, a la larga, melancolía.

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