Siete vírgenes y la educación pública
Pido referencias a mis amistades sobre la película del sevillano Alberto Rodríguez. Me dicen que es muy dura y deprimente. Mis alumnos de 14 años me la recomiendan y acudo a verla. Me parece ni más ni menos que un trozo de vida llevado a la pantalla y mientras que la veo me acuerdo constantemente de ellos. Comprendo su entusiasmo. Ellos se sienten identificados con esos adolescentes y atraídos por un mundo marginal y rebelde en el que se sienten importantes y protagonistas.
Adolescentes sin futuro, procedentes de familias desestructuradas, desarraigados y en contacto con el mundo de la droga y de la delincuencia llenan, en mayor o menor medida, muchos de nuestros centros públicos de enseñanza. ¿Qué les ofrecemos? La sociedad se desgasta en eternos debates sobre las clases de religión o sobre la libertad de los padres para elegir un centro en el que sus hijos se mantengan alejados de estos ambientes sociales y mientras los profesores nos sentimos impotentes para afrontar los graves problemas que se nos presentan en las aulas.
Tomemos ya medidas urgentes. Centros públicos dignos, instalaciones no ruinosas, más profesores, libros, bibliotecas, medidas de refuerzo realmente eficaces, menos alumnos por aula, un verdadero control del proceso educativo que no se limite a pedir interminables programaciones y memorias. Menos burocracia y más inversión.
La educación ha de ser solidaria, ha de contribuir a paliar las desigualdades sociales y no a acrecentarlas. Terminemos con las eternas polémicas ofreciendo una verdadera calidad de enseñanza en los centros públicos.
