Viaje al pasado
El Madrid designó ayer a su nuevo director deportivo. Es Benito Floro, que sucede a Arrigo Sacchi, que sustituyó a Butragueño, que relevó a Valdano. Todo esto desde julio de 2004. Cuatro responsables en el área deportiva del club más poderoso del mundo. El Madrid de los 300 millones de euros de presupuesto afronta su inmediato futuro con Benito Floro y Juan Antonio López Caro al frente del equipo. Suena a solución improvisada, con una música deprimente de fondo. Suena a debilidad y a falta de ideas. Suena a nostalgia de un tiempo que los aficionados detestan: el Madrid que claudicó ante el Barça de Cruyff. Benito Floro fue víctima de aquel repliegue frente a un equipo rampante y no se recuperó nunca más como entrenador. Dirigió al Albacete, al Sporting de Gijón, al Vissel Kobe japonés, al Monterrey mexicano, al Villarreal y al Mallorca. Ningún título, ningún éxito, ni nada que se lo parezca. Dimitió en el Villarreal porque se sentía hastiado del fútbol. No es el perfil de un hombre enfrentado a la gigantesca tarea de reflotar al Madrid. Es el perfil de un hombre que regresa al escenario de una pesadilla. El mismo Floro que padeció el fulgor del Dream Team tendrá que soportar la excelencia de otro gran Barça. En un lado estarán Floro y López Caro; en el otro, Rijkaard y Beguiristain. Es difícil pensar que los aficionados del Madrid se sientan ilusionados ante esta perspectiva.
Si se trata de generar algo de ilusión, el Madrid ha perdido una nueva oportunidad. Ha generado perplejidad y desconcierto. Florentino Pérez continúa encerrado en su juguete y prefiere la acción a la reflexión. El hombre que llegaba para procurar algo de serenidad al convulso mundo del fútbol es ahora mismo la bandera de la impaciencia. Frente a la crisis elige la agitación. Por el Madrid han pasado cuatro directores deportivos y cuatro entrenadores -Camacho, García Remón, Luxemburgo y López Caro- en apenas año y medio. El mensaje es muy poco prometedor. El club comienza a acostumbrarse a la cábala y a la corazonada, a la búsqueda de soluciones mágicas que no llegan. No ha habido un repuesto para Del Bosque, ni para Hierro, ni para Makelele, ni para Valdano. Casi todas las decisiones del segundo mandato de Florentino Pérez han sido desastrosas. El máximo goleador del Barça y de Europa (Eto'o) es un jugador desechado por el Madrid. Algo parecido ocurre con Ronaldinho, relegado frente al tirón comercial de Beckham. Los cuatro fichajes de la temporada anterior (Samuel, Owen, Woodgate y Gravesen) no están en el club, o no están en el equipo titular. La destitución de Luxemburgo se produce después de la victoria frente al Getafe, con el Madrid a seis puntos del Barça. Tres partidos después, el equipo se encuentra a 11 puntos del líder, con un entrenador calificado innecesariamente de provisional y luego confirmado hasta junio, pero con Benito Floro calentando por la banda.
Todos los datos apuntan a una temporada dramática. La tercera consecutiva. Demasiado para los madridistas, que temen un regreso al pasado, a la época donde el prestigio del club no sólo estaba quebrado por la deuda y las sospechas de corrupción. Aquel Madrid atormentado también fue víctima de la inestabilidad deportiva, de la falta de un proyecto consistente. Al Madrid actual no le duele el dinero, como en la década anterior, pero mantiene los mismos actos reflejos en el terreno que verdaderamente importa a los aficionados. Lejos de arreglar ese problema, a Florentino Pérez le ha salido la vena de hincha que lleva dentro. Lo insinuó Sacchi en su despedida. Florentino Pérez sería el presidente perfecto si abandonara su invasiva actuación en el área deportiva, donde no hay respiro, ni proyecto. Sólo hay gente que viene y se va. El Madrid es puro fast food. Comida rápida, para digestiones imposibles.
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