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Jóvenes de barrio

Joan Subirats

Aún afectados por el impacto de la explosión de rabia de los barrios marginales de la periferia de las grandes ciudades francesas, resulta esclarecedora y al mismo tiempo esperanzadora la imagen que da de unos de esos barrios el filme L'esquive, del director de origen tunecino Abdellatif Kechiche. La película, estrenada entre nosotros con el dudoso título de La escurridiza o cómo esquivar el amor, tiene una primera y gran virtud: no parte de los estereotipos de los barrios humildes del extrarradio urbano ni se regodea en ellos. El propio director afirma: "[Actualmente] es casi un acto revolucionario situar en ellos una acción cualquiera que no trate de agresiones, drogas, mujeres violadas ni matrimonios forzados". Podríamos convenir en que se busca demostrar la banalidad de la vida de unos jóvenes cualesquiera en un barrio cualquiera, sometidos a los mismos dilemas y pasiones que cualquier otro muchacho. Los juegos de amor y azar, que van solapándose en ese ir y volver de la obra de Marivaux que esos jóvenes han de representar en el instituto, y sus propias vidas convierten el filme en un auténtico alegato a favor de una representación más justa de la vida juvenil en un barrio de hoy de cualquier ciudad europea. La violencia verbal que rodea sus discusiones, el uso reiterativo del argot, esconde fragilidades y ternuras mucho más profundas, hasta desdramatizar formas y maneras de hablar que a primera vista inquietan. Se trata simplemente de un código de comunicación.

Es difícil explicar una historia corriente ambientada en un barrio conflictivo. La película 'L'esquive' lo consigue con naturalidad.
Las referencias de los personajes, un grupo de adolescentes, no están ya en la familia ni en la escuela, ni mucho menos en las expectativas laborales o de progreso individual.

¿Pueden o no esos jóvenes salir de su destino de clase, de ese enclave territorial que les encierra y estigmatiza? En el filme, se usa la presencia del texto de Marivaux y de la obra que inverosímilmente los jóvenes han de representar en ese instituto suburbial, para aparentemente llevarnos a considerar que por mucho que se disfracen y cambien papeles, su destino está marcado. La exclusión social viene marcada por elementos como la clase social, la representación y apropiación individual de la condición de excluido, y el factor territorial, que encierra y simboliza esa situación. En el filme, esos tres elementos están perfectamente presentados y subrayados. La obra de teatro de Marivaux apunta a que por mucho que ricos y pobres se disfracen para llevar a cabo sus juegos de amor y azar, al final su condición social de fondo prevalecerá. La pretensión del joven Krimo (Osman Elkharraz), un adolescente de 14 años, de enamorar a la bella Lidia (Sara Forestier), quedará sistemáticamente condenada al fracaso por su pobre formación, por su incapacidad de expresarse adecuadamente o de representar un papel que no es el suyo. No puede actuar, atrapado como está por su propia condición. Todos saben quiénes son y a qué juegan, cuáles son sus límites, unos límites grabados en su piel. Se han apropiado de esa condición y la única presencia externa al barrio, los policías, les demuestra con su extremada brutalidad y encarnizamiento que no pueden pasarse un milímetro de tal condición. El barrio, Franc Moisin en Saint Denis, apenas percibido en el filme, nos muestra la escasez, orfandad y deterioro de los espacios públicos disponibles en esa red de edificios dormitorio. Pero todo ello se explica sin explicitar mensajes, sin mostrarnos los problemas sociales inherentes a esos enclaves, sin caer en ningún momento en esa visión sobre la inmigración en la que sólo cabe la integración o la falta de ella. En este caso los protagonistas son, en su gran mayoría, de origen árabe, pero la única referencia de ello es el uso del Corán como complemento que refuerza una afirmación o una promesa.

Si la película de Kassowitz La haine era mucho más explícita, en este caso la sutilidad y la complejidad de sentimientos y pasiones hacen de esta película una forma muy inteligente de acercarnos a la realidad tozuda e interpeladora de la periferia urbana, mostrándonos los significados subjetivos de esa realidad colectiva. Después de la brutal aparición de la policía como fuerza ocupante incapaz de entender esa realidad, la película da un inesperado giro con la triunfal representación de la obra de Marivaux en el auditorio del instituto. Pero en este caso no tenemos un mensaje a lo Tavernier en Hoy empieza todo, en el sentido de que sólo a través de la comunidad y de la implicación colectiva se pueden abordar de manera potente los problemas específicos de la escuela, del territorio o de cada núcleo familiar. En este caso, los elementos individuales, las trayectorias personales, siguen pesando. Y el foco se sitúa en los propios jóvenes y sus pautas y reglas de interrelación, específicas de los chicos y específicas de las chicas, buscando demostrarnos que las referencias y pautas de conducta de esos jóvenes no están ya en la familia (por mucho que el peso de la tradición siga presente), ni en la escuela (en la que sólo la burbuja de la obra teatral consigue enganchar a algunos), ni mucho menos en las expectativas laborales o de progreso individual (totalmente ausentes). Entiendo que las dos horas de película y la apabullante intensidad de los diálogos tratan de acercarnos a la fuerza de la calle, de la peña de amigos, de la capacidad de aprendizaje y solidaridad que encierra esa interrelación con los pares, con los iguales. Esto nos debería hacer pensar en procesos de acercamiento, comprensión e intervención en esas realidades sociales que profundicen en los aspectos de ocio, de redes de amistad forjadas en los espacios naturales en que ello se da, de manera que cada uno sea el artífice de su propio destino, asumiendo las reponsabilidades que ello implica y contando con los lazos que libremente cada uno determine, pero al mismo tiempo sin olvidar los factores estructurales, los condicionamientos sociales que lo dificultan e impiden, y que colectivamente deben ser afrontados.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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