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Reportaje:ESCAPADAS

La llanura de las 40 lagunas

Norfolk, paraíso ornitológico con una coqueta capital de estilo Tudor

El nombre de Norfolk evoca un paisaje inglés exótico y salvaje, una región de aves solitarias, lagunas y páramos deshabitados. Sherlock Holmes debió de amar esta parte de Inglaterra, pues era aficionado a las marismas y a las huellas invisibles. La tierra de Norfolk es tan plana que su elevación máxima, Beacon Hill, no supera los cien metros sobre el nivel del mar. La primera vez que fui a Norfolk era noviembre, llovía y apenas se veía a treinta metros de distancia en Norwich, la capital de la región. Los edificios en forma de zigurat de la Universidad de East Englia parecían espejismos construidos por la niebla. Cuando regresé el verano pasado, gracias a una invitación de la School of Creative Writing (Escuela de Escritura Creativa), donde enseñaba el escritor alemán Sebald, todo me pareció diferente. Desde el tren al que subí en la estación de Liverpool Street tomada por los bobbies (dos días antes había estallado el terror en Londres), el llano que atraviesa el condado de Cambridge tenía el verdor apacible de un paisaje plácido y seguro, donde era impensable que pudiese explotar una bomba. El sol brillaba, hacía calor, el tren cerrado a cal y canto era una sauna. A ambos lados de las vías brotaban patios traseros repletos de flores. De repente, brazos de mar entraban en una costa baja y remota, donde flotaban veleros varados. Pensé que el sombrío Holmes hubiera arrugado el entrecejo ante un verano tan insolente, y en cambio Hercules Poirot se hubiese encontrado a sus anchas.

Y por fin Norwich, con su venerable placidez provinciana, me recibió con una dorada luz de tarde. Era domingo en la estación adormecida. El taxi atravesó el centro de la ciudad, agrupada en torno a una fortaleza normanda que domina un tramo del río Wensum. Reconocí la torre de la catedral, que había entrevisto un día lluvioso de otoño, y algunas calles tranquilas, así como la plaza del Mercado.

Gótico perpendicular

Mi destino era el campus de una de las universidades más modernas de Gran Bretaña, fundada para revitalizar una zona que había perdido el esplendor de otro tiempo. En Norwich, uno tiene la impresión de que hay una iglesia en cada esquina, pues en un casco antiguo no muy grande se agrupan más de treinta, casi todas edificadas en un estilo gótico perpendicular con una mezcla de sílex y piedra que da un halo brillante a las fachadas. Tal fervor religioso, así como la concentración -rara en ciudades británicas de su tamaño- de ricos edificios antiguos, testimonia que Norwich fue una de las ciudades más prósperas de Inglaterra desde que tejedores flamencos se establecieron allí, creando un gran centro de fabricación de lana y seda.

A fines del siglo XIX, la villa empieza su declive, siguiendo el ocaso de la industria textil. La historia se concentra en los edificios que forman la plaza del Mercado: el Guildhall, el Ayuntamiento y la iglesia de St. Peter Mancroft, además de la severa fachada de sílex de la Biblioteca de Norfolk. No lejos se encuentra el edificio más elegante de la ciudad, en mi opinión, esta vez de ladrillo rojo: la Assembly House, ahora sala de conciertos.

Un paseo por Norwich siempre llevará a Elm Hill, una calle que conserva un aire medieval embalsamado como pocas en Inglaterra. Viejas casas estilo Tudor enmarcadas con tablones de madera, cada una diferente y misteriosa, atraen la mirada, y uno piensa en el bullicio que debía de rodear esa calle en sus buenos tiempos. Otro paseo que recomiendo en Norwich es el que lleva, dejando atrás la catedral, al río Wensum y al Bishop Bridge, uno de los puentes más antiguos de Gran Bretaña.

La piedra con la que se construyó la catedral proviene de Caen, en Normandía, y tiene un color de arena que le da una luminosidad especial, tanto de día como de noche. La aguja de su campanario se destaca en el cielo y su claustro de dos pisos invita a deambular admirando las losas que lo adornan y sus elegantes arcos y bóvedas. En el interior se halla el trono episcopal sajón del siglo VIII, y en un ángulo del lado sur, el esqueleto que marca la tumba de Thomas Gooding. Ese caballero de la época Tudor insistió en ser enterrado de pie con el pretexto de que cuando llegase el día de la resurrección él podría dar un paso adelante sin perder tiempo en levantarse de la tumba. La devoción, por cierto, es la responsable de la existencia de Adam & Eve, un pub que data al menos de 1249, pues los peones que trabajaban en la construcción de la catedral se reunían allí para beber la cerveza de la casa. Como puede imaginarse, muchos tipos singulares pasaron por el pub a lo largo de ocho siglos, pero quizá el más interesante fue James Blomefield Rush, un célebre asesino victoriano que planeaba sus crímenes ante una espumosa pinta en Adam & Eve.

Lagunas y plácidos ríos

Hay quien dice que tres o cuatro días resultan suficientes para sentir la atmósfera de Norfolk. Ahora bien, a quien le gusten los lagos, ver y escuchar a los pájaros y devorar cangrejos, una semana le parecerá poco. No digamos a quien ama la pesca, pues esta tierra es el paraíso de los hombres pacientes. Lo que llaman los Norfolks Broads son lagunas poco profundas que se abren entre vastas extensiones de cañas y helechos. Sobre el mapa forman un triángulo en el que la cima es Norwich, mientras que la base está formada por la costa entre Lowestoft y Palling. La ciudad de Great Yarmouth está situada a medio camino. Hay unas 40 lagunas, de las que 12 son muy grandes, y desembocan en ríos plácidos, como el Yare, el Bure y el Waveney. Los canales navegables llegan a superar los 300 kilómetros, por lo que la tentación de abandonar la tierra firme es irresistible.

Se puede alquilar un barco con cabina en diferentes lugares, como en Stalham o en el mismo Norwich, y pasar varios días navegando, deteniéndose aquí o allá sin estrés de carreteras ni estar pendiente de la fuerza del viento o de la altura de las olas. O se puede ser menos ambicioso, como en mi caso, y alquilar un motora en Wroxham y navegar todo un día por el Bure, río abajo. Junto al Yare, es el río más interesante porque pasa por humedales y reservas naturales donde pueden observarse gran variedad de pájaros y más aún ojeadores de pájaros, como en el tranquilo Cockshoot Broad, donde el silencio permite oír el vuelo de las libélulas. Nunca olvido que la primera vez que me encontré con la palabra ornitólogo fue en las novelas de Enid Blyton, pues entonces el interés por las aves era algo muy raro, muy inglés. Las marismas del Bure sólo pueden ser visitadas en barco remontando la corriente desde Salhouse Broad. De repente, el río, cuya anchura es muy irregular, se aproxima a una población como Horning y se vislumbran las ruinas grises de la abadía de Saint Benets, fundada hacia el año 1000 por el rey Canute.

Fachada marítima

Hubiera sido imperdonable olvidarse del mar después de emborracharse de ríos y lagunas. Norfolk tiene una larga fachada marítima. La praderas cercanas a la costa fueron los aeródromos de la RAF en la II Guerra Mundial, y de ahí partieron los bombarderos que destruyeron las ciudades alemanas. Dediqué un fin de semana a recorrer la costa desde Cromer hasta Southwold, teniendo la fortuna de gozar de un buen tiempo inusual incluso para el mes de julio. Las playas estaban llenas de bañistas y surfistas. Recuerdo espléndidos baños en Winterton-on-Sea y en Mundesley; villas costeras como Caister-on-Sea, que tiene ruinas romanas; el impresionante monumento a Nelson en Great Yarmouth, con 217 escalones. Pero el recuerdo más suculento es el sabor de los cangrejos de Cromer, sin desdeñar las jugosas langostas de Southwold.

En Cromer, donde celebran un carnaval en agosto, un camarero aseguró que los cangrejos se pescaban usando beicon como cebo. Pensé que bromeaba y estuve a punto de decirle si habían probado con huevos fritos, pero su cara imperturbable me hizo pensar en el Jeeves de Wodehouse y comprendí que estaba hablando en serio.

Barcos en el puerto de Blaneney, una de las localidades de la costa norte de Norfolk situada a unos 50 kilómetros de la capital, Norwich.
Barcos en el puerto de Blaneney, una de las localidades de la costa norte de Norfolk situada a unos 50 kilómetros de la capital, Norwich.PETER PHIPP

GUÍA PRÁCTICA

Cómo ir- Norwich está a 180 kilómetros al noreste del centro de Londres.- En tren (www.nationalrail.co.uk), el viaje dura dos horas y cuesta unos 53 euros por trayecto.Información- Oficina de turismo de Norfolk (www.visitnorfolk.co.uk).- www.south-norfolk.gov.uk.- www.visitnorwich.co.uk. (00 44 1 603 72 79 27).- www.broads-authority.gov.uk.- Turismo del Reino Unido en España (902 17 11 81; www.visitbritain.com).

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