_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Volver al trabajo

Hoy termina el puente más largo del año y, según los expertos, más de uno dormirá mal pensando que mañana tiene que volver al trabajo. No nos extraña. Para empezar, habrá que levantarse con la luz deprimente del amanecer en medio de un silencio en que la ducha suena como las cataratas del Niágara y la maquinilla de afeitar, como una sierra eléctrica. A continuación, tendremos que cruzar Madrid. Podríamos hacerlo en metro o autobús, pero preferimos coger el coche para ir preparando el cuerpo. Pitidos, bordería, pasadas a traición, algún insulto para terminar de despejarnos, el reloj taladrando la muñeca, la prisa en el estómago. Ya estamos listos para soportar el siguiente reto, el encuentro con jefes maniáticos, compañeros inaguantables y empleados vagos. El día es largo y hay que ser un todoterreno mental para tragar con el carácter de alguien, de quien además no nos podemos divorciar, durante un mínimo de ocho horas.

Adiós a la barba de pordiosero, adiós a las deportivas, los vaqueros y el anorak de plumas. Adiós a la sudadera y al cariño de nuestro perro Igor. Hay que descolgar el traje y sacar los taconazos porque encima ahora se lleva ir a la oficina superguapos. Quien no me crea que se pase por Azca y, sobre todo, por la plaza de Colón al mediodía cuando ellas bajan de los despachos y salas de reuniones a almorzar por los alrededores con las faldas tubo ligeramente arrugadas y encaramadas sobre fantásticos zapatos. En ese momento, servidora no querría ser modelo ni actriz, sino una ejecutiva. Y ellos moldeando los pantalones casi como los que hacen los anuncios de Emidio Tucci. Se intuye mucho difusor para el pelo, fondo de maquillaje con microcápsulas de seda, depilación integral y lencería de ésa que se deshace en la mano. Se intuye mucho pilates, natación, yogures de soja e hidromasaje. Francamente, tendrían que exigir un complemento por todo este esfuerzo adicional que, al fin y al cabo, redunda en el look de la empresa y a crear un clima a lo Manhattan. Claro que también podría considerarse una forma de rebeldía, de decir, aquí estoy yo con todo este equipaje mientras me quemo las pestañas en el ordenador, pero no podrán conmigo.

No sé, la verdad es que las cosas están cambiando. Desde que desaparecieron los guardapolvos y batas que marcaban la frontera entre la vida privada y la laboral todo es más confuso. Y luego con tanta filosofía capitalista, movilidad de un sitio a otro y tanta terapia, los jefes están dejando de ser enemigos naturales. Y los colegas, la competencia directa de la que siempre hay que recelar. Las discusiones más agrias se integran sin traumas y sin rencores en la dinámica del día y la ambición no está mal vista. Que gane el más trepa. La pauta la marcan las series americanas de televisión que nos enseñan a disfrutar del trabajo en equipo, a pasarlo bien trabajando, y a decir eso de, tenemos que hablar, cuando el ambiente se enrarece. Hay tanta compresión en el ambiente, tantas situaciones graciosas, tan buen rollo. Es como vivir en una comedia que se acaba al salir de allí, quizá por eso los personajes también se lleven el trabajo a casa. Después de ver Ally McBeal, por ejemplo, no se entiende por qué la gente se toma vacaciones. Así que una alza la vista hacia las lejanas ventanas de los despachos sospechando que quizá no se pase tan mal ahí arriba.

¿Qué harán? Ya lo sé: reunirse. Por eso van tan bien vestidos, porque han de verse y observarse constantemente los unos a los otros. Para comprobarlo sólo hay que llamar a algún sitio preguntando por alguien y ese alguien estará reunido. Uno enseguida visualiza una sala de reuniones con gente sentada alrededor de una mesa ovalada organizando el mundo. "Reunido" es la palabra mágica. Suena a concentrado, a estar dándolo todo en la mesa ovalada y a no poder distraerse con banalidades del exterior. Y más definitivo aún si se dice "acaba de entrar en la reunión", lo que la vuelve insondable, infinita, sideral.

¿Por qué no se planea un tour turístico por algunas de esas reuniones que engullen a las personas durante horas y horas? Sería muy ilustrativo. Me muero de ganas de asistir a alguna. ¿Será todo trabajo o se contará algún chiste? Podríamos verlas tras un cristal como los interrogatorios de Sin rastro. Lo malo es que los que trabajamos solos y sin equipo no tenemos ocasión de reunirnos, salvo en el bar de enfrente. Lo que tampoco es mala idea porque empiezo a sospechar que las salas de reuniones sólo existen en nuestra imaginación.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_