"Luz roja" o "pequeñeces"
Varios estadios sufren daños graves a seis meses del comienzo del campeonato
Falta medio año para que empiece la fase final del Mundial y, sin duda, para esa fecha los fallos actuales habrán sido subsanados. No obstante, muchos se avergüenzan estos días en Alemania por los graves defectos de construcción que presentan algunos de los estadios: agua que entra a raudales por los techos y una tribuna que no resiste los saltos de los espectadores y otra que muestra grietas con pedazos del voladizo que caen sobre el césped con riesgo para la integridad física de los futbolistas.
El presidente de la FIFA, el suizo Joseph Blatter, concedió "un notable alto" a la organización, pero advirtió de que "se encendió la luz roja" en algunos campos. Blatter añadió que la propuesta de los 12 estadios mundialistas fue responsabilidad alemana, no de la FIFA. En ese sentido, espera que en la inspección de principios del año próximo ya estén corregidos los problemas. El presidente del Comité Organizador, Franz Beckenbauer, replicó a la declaración alarmante de Blatter y aseguró en Leipzig: "No hay motivo para el pánico". Según Beckenbauer, los problemas en tres de los estadios "son pequeñeces que ahora se exageran". También recalcó Beckenbauer que la seguridad tendrá una prioridad absoluta en el torneo.
Entre la "luz roja" de Blatter y las "pequeñeces" de Beckenbauer, los hechos muestran que en el nuevo estadio de Francfort y en los remozados de Kaiserslautern y Nüremberg se han constatado problemas graves, incluso de seguridad. El nuevo recinto de Francfort, cuya construcción costó 126 millones de euros, se estrenó con un techo corredizo que provocó que le dieran el apelativo de "el mayor descapotable del mundo". La alegría duró poco. En el partido de la Copa Confederación del pasado junio entre Argentina y Brasil, el techo hacía agua por todas partes. El periódico Süddeutsche Zeitung, de Múnich, cambió el mote del descapotable por el de "la catarata de Iguazú", muy en consonancia con los dos equipos, Argentina y Brasil, que allí se mojaron. Durante otro partido de la actual Bundesliga, la riada se repitió y la pradera quedó inundada y casi impracticable. Además, se constató que el techo no sirve si nieva, pues no soportaría el peso de la nieve.
En Nüremberg el estadio construido en 1926 y que los nazis profanaron para sus ceremonias se reformó con un costo de 56 millones de euros. Allí juega el equipo de la ciudad. Hace unas semanas se constató con espanto que una tribuna se movía más de la cuenta con los saltos de los espectadores. Las oportunas mediciones dieron como resultado que tenía una oscilación de siete puntos. A partir de ocho se considera que empieza el peligro. La solución en marcha ha sido instalar en las tribunas del estadio amortiguadores que permitan retozar al público. El concejal de deportes declaró que los amortiguadores no evitarán del todo las vibraciones de la tribuna con los saltos, pero se ha conjurado el peligro de hundimiento.
En el remozado estadio de Kaiserslautern, que no lleva un nombre comercial del mecenas de turno y sí el de Fritz Walter, el legendario futbolista alemán del Mundial de 1954, ganado en Suiza a la Hungría de Puskas, las cosas fueron más graves. Al escándalo de los costos desmadrados en 16,2 millones de euros por encima de los 48,2 millones presupuestados se unió la aparición de grietas en una tribuna. Además, el viento se llevó un pedazo del voladizo, que cayó sobre el rectángulo de juego con riesgo de malherir a un encargado del mantenimiento. Se procedió con urgencia a la clausura de la instalación y se suspendió el partido de Liga entre el Kaiserslautern y el Francfort. Al parecer, los defectos se han corregido y este miércoles se jugará un encuentro.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.