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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Beti alai

La entrevista con mi ex me dejó hecha polvo. No podía dejar de pensar en Beti, el gixajo del maletín con la pasta, que había quedado en posición de recibir por todos lados.

Repasaba la cadena desde la carta de extorsión recibida por Felipe hasta el "buzón" etarra, pasando por el maletín de Beti; luego, el retorno hasta el hombre del maletín a partir de la previsible incautación por la policía de la lista de "pagadores"; y, finalmente, Beti atrapado en el dilema: o colaborar con la Justicia y ser acusado de traidor o avisar a la "organización" y acabar ante la Audiencia Nacional. Al final, la cárcel, el tiro en la nuca o ambas cosas.

En todo caso, Beti tenía los días contados en el club de quienes se afanan -y se ufanan- en seguir siendo amigos de todo el mundo. De quienes siempre reciben a tirios y a troyanos con un "¡¡Aspaldiko!!"

Beti no se reconoce como base social de ningún partido. Su opción política es la comunidad de los vascos que saben comer y beber, cantar y reír. Sobre todo reír. "Beti alai", siempre alegre.

Y ahora esa vieja encina iba a ser partida en dos por el hacha de la serpiente o por la espada de la Ley. Y si no, por la manzana del paraíso que condena a distinguir entre el Bien y el Mal.

En tiempos de Franco siempre se encontraba a Beti en aquella comunidad casi universal del antifranquismo. En la puerta de las cárceles mediando entre funcionarios y familiares de los presos. Enterándose de los chismes y transmitiéndolos instantáneamente antes de que se inventase el email. En este lado y en el "otro lado", entre los nacionalistas y los no nacionalistas. Para mí aquella comunidad duró poco. Sin embargo para él nunca ha dejado de existir.

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Cuando asesinaron a Miguel Angel Blanco estuvo en todas las manifestaciones. Pero unas semanas después, cuando el espíritu de Ermua se escindió en los dos espíritus irreconciliables de Lizarra y Bastayá, Beti se fue a Lizarra sin por ello dejar de querer a los que habíamos cogido el sendero del otro borde del abismo.

Creo que siempre fue capaz de reconocer a las víctimas, pero no estoy tan segura de que reconociese con claridad el rostro de los verdugos. Hasta el otro día, mientras les entregaba el dinero. En ese momento se dio de bruces con el principio de realidad. Es esa experiencia personal lo que a otros nos llevó a tomar partido. O, al menos, eso creía yo.

Porque volví a ver a Beti unos días después y me he encontrado al incorregible optimista de siempre. El "acojono" le había durado poco. En ese instante me di cuenta de que mientras en el país vasco haya "betis" no habrá final para las víctimas.

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