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Columna
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El despido

Aquella mañana, la noticia ocupó la primera de todos los diarios, y los informativos radiofónicos la dieron antes de que saliera el sol: el presidente, por fin, había destituido al entrenador. El vecindario, sobrecogido, permaneció en silencio, y sin saber a qué atenerse. Los más intrépidos espiaron la calle, a través de los visillos, y nada: ni un alma. Claro que, en cualquier momento, podían estallar los disturbios. No obstante, el funcionario de Hacienda, después de mirar despensa y frigorífico, movió la cabeza con pesadumbre, y echándole coraje a la cosa, mandó a su mujer a la tienda a por conservas, leche y pan de molde, por si acaso. "Estamos sin provisiones de boca, y, en estas circunstancias, ya me dirás tú qué otro remedio te queda". Poco después, por el transistor supo que el relevo del entrenador despedido ya se había incorporado a la plantilla, y que en aquellos momentos, volaba, al frente de los expedicionarios, al terreno de la Hélade, donde habían de vérselas con sus rivales. El funcionario de Hacienda experimentó un alivio, aunque efímero, porque si el nuevo relevo conseguía una brillante victoria, como había insinuado lapidariamente - "desde que nacemos hasta que morimos tenemos una gran oportunidad"- el presidente restañaría prestigio y poder, pero, ¿y si regresaba con otra derrota? Volvió a mirar a través de los visillos, sin advertir indicios hostiles, y algo más sosegado, telefoneó a sus compañeros de trabajo, quienes coincidieron en sus apreciaciones: aunque en un principio el país entero se conmocionó, no solo se había restablecido el orden, sino que además estaban seguros de que ganarían. De modo que, después de comer, advirtió a su familia que no saliera, y para infundirles confianza se fue al bar, a jugar al cinquillo. Mientras le daban a la baraja, no le quitaban el ojo a la pantalla, pero la pantalla después de hablar sobre los cambios climáticos y la situación del hambre en el mundo, les ofreció un documental de los últimos premios Nobel. Entonces, uno de los jugadores, se levantó, tiró bruscamente los naipes y exclamó: Y del encuentro, ¿qué? Encima de que nos estarán dando, insultan nuestra inteligencia con esa telebasura.

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