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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El tiempo de los gitanos

Las gitanas, con su belleza de caballo desbocado, posan ante Esteve Lucerón, o no posan, sólo se han quedado quietas un instante para que el fotógrafo las retrate; pero al detenerse se ha paralizado todo cuanto las rodeaba, y también le han sujetado a uno la mirada. Esteve Lucerón es un fotógrafo de La Pobla de Segur (Pallars Jussà) que ha retratado durante cerca de 10 años el hoy extinto barrio de la Perona. Esteve Lucerón les ha hecho a los gitanos de este lugar de Barcelona alrededor de 2.000 fotografías entre 1980 y 1990. Ha ido a visitarlos casi a diario a sus barracas a lo largo de todo ese tiempo, y así ha forjado en secreto el gran documentalismo de una Barcelona de chabolas, pelos revueltos y caballos desbocados que ha sido finiquitada por la Barcelona de la gastronomía y los puertos deportivos.

Esteve Lucerón ha hecho a los gitanos del antiguo barrio de la Perona cerca de 2.000 fotografías durante toda una década

"Cuando llovía era un barrizal y allí vivían 3.000 gitanos a lo largo de dos kilómetros", dice Esteve Lucerón. "Al principio tenía mi casa en L'Hospitalet, pero a los seis meses de empezar a hacer las fotos me instalé por la zona. Llevaba una cámara Mamiya y les hacía fotografías a los gitanos. Las revelaba cuando llegaba a casa y al día siguiente les regalaba las copias. Así me los fui ganando. Pasaba días enteros con ellos; pero nunca quise integrarme del todo. Les he fotografiado dentro de sus casas, en sus bodas; pero instalarme entre ellos, no, eso no lo hice. En 1980, trabajaba en una fábrica de motores eléctricos y me quedé en el paro. Tomé el dinero de la indemnización y me metí en esta labor de documentación, que me ha ocupado una década entera". Esteve Lucerón es un hombre de 55 años, alto, que se sujeta las gafas con una cinta para poder llevarlas colgadas como si fueran una cámara fotográfica. En sus fotos de la Perona, los gitanillos posan con cartucheras de vaquero y pistolas de plástico, y algunos mayores, de pantalones acampanados, con greñas, cazadoras tejanas, o de cuero modesto, o de motorista con listas en las mangas, enseñan una escopeta de caza, y en la calle sin asfaltar se ve la ropa tendida a secar, y se ven también montones de uralita en el suelo, y hay además grupos de muchachos que tocan la guitarra, y la guitarra lleva la cejilla en el cuarto traste para cantar las rumbas más alto (dicen que el cuarto traste era el tono del Camarón), y asimismo hay gitanas muy jóvenes con sus hijos en brazos, y un gitano se ha quitado la americana y la sujeta como en un lance torero, como citando a su suerte, y otros gitanos se reúnen a una lumbre donde arden las tablas de una obra, y en el tejado de una chabola alguien ha colocado la rueda de un automóvil, y los niños de 11 y 12 años, vencedores y luminosos como los ángeles, sonríen y sujetan entre los labios sus cigarrillos, y un señor que ha envejecido como el tronco de un árbol lleva un sombrero y un grueso jersey de cuello alto y un chaleco de tergal sobre el jersey y sostiene un radiocasete sin tapa, y sobrevuela por las calles de tierra una bruma de lavadoras rotas, carros con neumáticos, bidones serrados, Simcas, Renaults 8, Seats 124, furgonetas DKW, sillas destartaladas a las puertas de las casas, y cortinas en vez de puertas, y en una de esas calles come un patriarca un plato de arroz, y en su comida una silla le hace las veces de mesa.

Esteve Lucerón exhibe estas fotografías en la galería Reference (Sant Gil, 17), y su galerista, el tejano Paul Boswell, de ojos como un vaso de agua azul, no hace más que repetir una palabra: documentalismo. "Esteve es un verdadero documentalista", asegura Boswell, "como los que trabajaron para el Departamento de Agricultura de mi país en los años treinta. Eran fotógrafos como Walker Evans y Dorothea Lange, que documentaron las zonas más miserables de la América rural". Boswell admira la obra de Lucerón y se desvive a diario para darla a conocer, y llama a archivos públicos, a museos, a fundaciones, a instituciones... "Es increíble. Me dicen que no hay presupuesto. El presupuesto no les da para 10 años de documentación de la historia de su ciudad, o de la historia de 3.000 gitanos de su ciudad". A Esteve Lucerón los gitanos le llamaban el Payo Largo, y le guardaban en sus chabolas el paraguas, la bolsa con los objetivos, el trípode, las cámaras. Con algunos de ellos aún conserva el trato. "A éste le decían el Feo", Esteve señala una fotografía de un chico normal y corriente que tiene un cigarrillo en la mano. "Ahora trabaja en el Patronato Municipal de la Vivienda". Otro chaval, que perdió los brazos en un accidente cuando pasaba cerca de unas obras y quiso recoger unos cables, hoy vende cupones. Y otros ya andan como ciegos invisibles en el mundo de las sombras. "Al niño que me llevaba el trípode lo mató el tren", cuenta Esteve como de pasada. A continuación explica que siempre ha utilizado la cámara de un modo honesto y que cuando ha fotografiado la pobreza la ha retratado con toda su dignidad. "Una vez hicieron una exposición con varias de mis fotos, pero las usaron de una manera muy malintencionada. Era como si estuviesen diciendo: así era antes Barcelona, con gitanos con las caras sucias, y así de bonita nos ha quedado ahora. Los organizadores no supieron respetar la modestia de estos gitanos".

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