El Barça se pone serio
El equipo de Rijkaard se apodera del balón y del centro del campo y vence al Villarreal
A falta de la delicadeza del lesionado Xavi, el Barça se puso serio en El Madrigal. Para eso fue Motta el elegido para suplir a Xavi y no Iniesta. Para imponer su físico en el centro del campo, que fue lo que hizo, además de apoderarse del control del balón. Y de desquiciar completamente a Riquelme, que abdicó a la media hora de juego, harto de chocar y perder en el cuerpo a cuerpo con el brasileño. Cansado de verse rodeado de una maraña azulgrana que acababa casi siempre por arrebatarle la pelota. Entre los dos equipos más apuestos del campeonato, el Barça impuso su fútbol de acordeón, su presión asfixiante sobre la defensa amarilla, su velocidad supersónica y, por supuesto, la calidad de algunas de sus estrellas, con un extraordinario Messi a la cabeza, que fue ovacionado al ser sustituido por el público castellonense. No por la defensa local, claro, martirizada como había estado por el extremo argentino. "Pressing, pressing", gritó Edmilson a sus compañeros de ataque en el minuto 80, y éstos, entusiasmados, le obedecían. Pese a ir ganando 0-2. Pese a tener el encuentro absolutamente controlado. Esa es la ambición y el rigor de este Barça que sabía que sus opciones para revalidar el título pasaban por ganar en este estadio tan esquivo en los últimos años.
VILLARREAL 0 - BARCELONA 2
Villarreal: Viera; Javi Venta, Peña, Gonzalo, Arruabarrena (Roger, m. 65); Josico, Senna, Sorín; Riquelme; José Mari y Figueroa (Xisco, m. 78).
Barcelona: Valdés; Oleguer, Puyol, Márquez, Sylvinho; Edmilson, Motta (Gio van Bronckhorst, m. 72), Messi (Larsson, m. 80), Deco, Ronaldinho; y Eto'o (Gabri, m. 89).
Goles: 0-1. M. 23. Peña, en propia puerta después de que Viera rechazara un disparo de falta de Ronaldinho. 0-2. M. 63. Deco dispara desde fuera del área y el balón golpea en Peña y despista a Viera.
Árbitro: Muñiz Fernández. Expulsó a Márquez (m. 88) por doble tarjeta amarilla y amonestó a Josico, Deco, Arruabarrena y Motta.
Unos 22.000 espectadores en El Madrigal.
El Villarreal, por tanto, claudicó ante el paso del rey. No estuvo a la altura de su reciente trayectoria. Superado en todas sus líneas: desde el portero, Viera, que erró en el primer gol tras no blocar el balón como debía; la defensa, que se marcó los dos tantos en propia puerta; el medio del campo, engullido por la presión azulgrana; y el ataque, simplemente desaparecido. En parte porque el cuadro de Pellegrini se vio privado del balón, sin el cual no subsiste. En parte porque Riquelme dimitió al ver que luchaba él solo contra el mundo. Y en parte también porque el árbitro le escamoteó dos penaltis: uno de Valdés sobre Sorín en el arranque del encuentro; y otro, más sutil, de Márquez sobre José Mari, poco antes del primer gol azulgrana. Lo que de no minimiza la evidente superioridad barcelonista.
Apenas concedido el Balón de Oro a Ronaldinho, El Madrigal asistió en el arranque del choque a una especie de pique entre algunos de los mejores futbolistas de mundo. Se disputaba algo más que un partido. Algunos tenían verdaderas ganas de medirse con Ronaldinho. A la cabeza de todos uno recién aparecido, Messi, que rompió al Villarreal en mil pedazos. Siempre de la misma manera. Recibía, aceleraba, quebraba, se escapaba, desquiciaba, en fin, a la defensa amarilla, que recogía los desperfectos cada vez que por allí había pasado el diablillo argentino. Es como si Messi jugara a otra velocidad, por encima del resto de sus rivales, equiparable a la de sus compañeros de ataque, Ronaldinho y Eto'o, que desarrollaron contragolpes estremecedores. Todo gracias a la tremenda presión que ejerció Eto'o sobre la zaga castellonense, muy a disgusto cuando le tapan la salida del cuero. El público del Madrigal, tan correcto siempre, disfrutó de las cucharas de Ronaldinho, las carreras de Eto'o (hubo una en la que le sacó los colores y muchos metros a Peña, que corría junto a él), y las escaramuzas de Messi.
El Barça se hizo fuerte en el centro del campo. De eso se trataba cuando Rijkaard, a través de Ten Cate, había optado por Motta. De que el brasileño, junto a su compatriota Edmilson, impusiera su músculo ante la creatividad de Riquelme. Lo consiguió ante la rabia nada disimulada del argentino, que bramó contra Motta ante la sucesión de refriegas en que se vieron envueltos. De modo que Riquelme presentó la renuncia. Y se largó poco después del centro del campo porque entendió que era una batalla perdida. Se quedó arriba y el Villarreal se partió en dos. Tres que atacaban y el resto que se defendía. Lo aprovechó Deco para ejecutar su jugada predilecta: disparo lejano, rebote y gol. Con la mediación de Peña, el mismo que había marcado en propia puerta el primer tanto. Al defensa boliviano siempre le costó marcar en portería adversaria, pero no tanto en la propia, aunque en su primer gol de ayer el demérito fue más bien del portero Viera, que rechazó hacia el centro de su área pequeña un disparo no demasiado potente de Ronaldinho. El arquero uruguayo tiene un serio problema para atajar el balón.
Con el partido perdido, Pellegrini dio paso a Roger en lugar de Arruabarrena, mientras Cate le ofreció unos minutos a Larsson para que Messi se llevara, camino del vestuario, una merecida ovación a domicilio. Pero ninguno de los dos cambió ya el rumbo definitivo del encuentro. El que marca la locomotora azulgrana. Que no dio tiempo a que el media punta catalán del Villarreal entrara en calor. Dando muestras de estar, como sus compañeros, a años luz del ritmo que dicta este Barça, que no es de este mundo. Y que se sostiene hasta el último suspiro, a las órdenes de Edmilson, que grita y ordena. Y todos le obedecen. Con entusiasmo.
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