Gripe, alerta y alarma
Aunque con estilo más académico, matizaba el profesor Sánchez Vizcaíno en el Botánico de Valencia: no es lo mismo estar ojo avizor que montar una escandalera, y el ser humano es a veces más peligroso con un micro que con una jeringuilla. Andreu Segura, epidemiólogo, comparaba la gripe aviaria con la fera ferotge de Ovidi Montllor, anunciada por la autoridad para tenernos en un puño y con el alma en el ídem. El catedrático Pere Marset habló de las políticas neoliberales y los recortes del gasto público: "Al Banco Mundial y al FMI habría que llevarlos ante el Tribunal Internacional de Justicia porque han causado más muertes que las guerras".
Las aves migratorias se globalizaron avant la lettre y pudiera ser que en sus etéreas parábolas sobre el planeta porten camuflado al temido virus.
Pero los especialistas que participaron en aquel encuentro, iniciativa de varias asociaciones cívicas, temen más al avión que al ave, porque si hubiera mutación fácilmente transmisible entre humanos no nos entraría por el Fondo d'Elx sino más bien por la puerta de desembarque de L'Altet. También se dijo que urge ayudar a los países asiáticos, donde la epidemia en animales no es una hipótesis demagógica sino una realidad descontrolada. No por justicia social ni generosidad, sino por egoísmo y eficacia: pararla allí significa evitar que llegue acá, así de sencillo.
En cuanto a la compra masiva de vacunas, gran negocio para las compañías farmacéuticas, no sirve para nada, puesto que la cepa aún no existe. Sería como encargar cortinas para ventanas cuando puede que nos mudemos a un piso con balcones: un gasto (un gastazo) inútil. Otra cosa es vigilar y prepararse por si hubiera que fabricar reactivos propios. Y promover políticas de desarrollo que eviten tan ingentes bolsas de pobreza. Una gripe, y cualquier afección que resulta nimia en Gandia, acaba diezmando a la población vulnerable de otros continentes. El virus puede ser altamente patogénico. Pero más cornás da el hambre y ni la prevenimos ni la curamos.
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