Una historia de lobos y corderos
Reza el dicho popular: "piensa el ladrón que todos son de su misma condición". Quizás algunos, pues al fin y al cabo "poderoso caballero es don dinero" y poco hay que no pueda comprar el vil metal, pero afortunadamente todos no. Pues hay problemas que se solucionan con el oro, y otros, tal vez menos pero no por ello de menor importancia, que se solucionan con el hierro. La historia que se describe a continuación pertenece a esta última categoría de ejemplos. Hace unos meses, el alcalde de Alboraya, Manuel Álvaro, enseñó la patita de un proyecto que debió de estar fraguando durante bastante tiempo: construir una serie de viviendas y apartamentos de lujo frente al mar, en esta ocasión en Port Saplaya, con sus correspondientes amarres, marina y paseo marítimo. Es decir, un macroproyecto urbanístico al uso, maravillosamente ilustrado con todo tipo de animaciones con las que reconducir la opinión de la gente del pueblo, y de la sociedad valenciana en general, hacia un pensamiento único y claro: el proyecto es bueno para los vecinos de Alboraya. Ahora todos a la vez: el proyecto es bueno para los vecinos de Alboraya. Un proyecto, en definitiva, con el que le pusieran buena nota en su partido. Como no podía ser de otra manera, este proyecto también tenía letra pequeña, más pequeña para algunos que para otros, pues como en toda historia aquí también hay un escollo que se interpone entre el proyecto del señor Álvaro y la gloria a la que se supone está llamado. Una gran superficie comercial, integrada por Alcampo, Leroy Merlín y Norauto, descansa actualmente en los terrenos para los que este prodigio de la política ha pensado un mejor uso y aprovechamiento. Es ahí donde entramos los agricultores propietarios de una huerta que hoy por hoy representa nuestro medio de vida. Y en esta triste historia, al señor Álvaro no se le ocurre mejor idea que la de instalar esa gran superficie en nuestra huerta, sembrando toneladas de cemento y negocio sobre lo que recientemente un magnífico articulista definió como una tierra noble y señera. No contento con los pingües beneficios que este macroproyecto urbanístico legará al bien general, el protagonista de esta historia planteó una recalificación de la huerta, que hoy día es suelo protegido, amparado en un expediente de expropiación con el que arrebatarnos la tierra que hemos trabajado durante toda nuestra vida, con fiereza leonina, camuflada -eso sí- bajo el paraguas del bien general. ¿Bien para quién? ¿Para los agricultores y vecinos de Alboraya, o para el alcalde, los socios promotores privados y los afortunados que puedan comprar una de esas viviendas de lujo con amarres? Es decir, ¿bien general para los corderos, o bien general para los lobos? Una de dos, pues lo que es bueno para los lobos, no puede ser bueno para los corderos. Tampoco para los vecinos de Alboraya, ya que detrás de esa realidad virtual que se ha difundido desde el Ayuntamiento, detrás de esa superficie comercial moderna, detrás de la tan manida excusa de la supuesta creación de puestos de trabajo, sólo hay una realidad: masificación para el pueblo, tráfico y congestión de infraestructuras, más cemento y ladrillos, mucho negocio y lo más importante: casi medio millón de metros cuadrados de huerta que los protagonistas de esta historia se cargan de un plumazo; cultivos que de cumplirse las aspiraciones de nuestro alcalde, las excavadoras arrancarán con voracidad.
Durante la infancia y en la etapa de formación, nos enseñan que las administraciones públicas se crean por la voluntad popular, para representar y defender los intereses y derechos de los ciudadanos. Así funciona la democracia. Algo debe de ir mal cuando son los ciudadanos quienes han de idear mecanismos para defenderse de la Administración, de una Administración -como es este caso- depredadora. ¿Cómo nos podemos explicar esto? ¿Quién se lo explicará a todos los mayores de sesenta años que viven y han vivido en sus alquerías, heredadas de sus antepasados? ¿Quién les explicará que han de dejar sus tierras porque hoy día se confunde negocio con bien general? ¿Se lo explicará Manuel Álvaro, alcalde de Alboraya elegido democráticamente para defender y representar los derechos de los vecinos que en su día le eligieron? Y lo más importante: ¿se lo explicará antes o después de haberlos despojado de sus tierras y de su medio de vida? Tal vez sea después, pues hasta la fecha, no ha tenido ni intención ni voluntad de hacerlo. Eso sí, desde su aventajada posición, sentado a la diestra de, continúa dirigiendo la opinión de la gente del pueblo hacia un pensamiento único y claro: el proyecto es bueno para los vecinos de Alboraya.
Una historia más, una de tantas, de lobos y corderos.
José Alonso y José Vicente Dolz son, respectivamente, presidente y vicepresidente de la asociación Salvem L'Horta Vera Alboraya.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.