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A pie de obra | TEATRO
Columna
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'Casa y Jardín', de Ayckbourn: todo un fenómeno

Marcos Ordóñez

Uno de los acontecimientos teatrales de la temporada catalana no ha sucedido en Barcelona sino, sorpresa, en el flamante y descentralizadísimo Centro de Artes Escénicas de Reus, de peligroso anagrama (CAER), aunque su director, Ferran Madico, ha demostrado con un doble golpe que también se puede caer hacia arriba. El doble golpe es Casa y Jardín (House and Garden), de Alan Ayckbourn, el rey de la comedia inglesa, un caballero especializado en complicarse la vida, marcarse retos estructurales y juegos escénicos con el "más difícil todavía" como lema. Su terreno de juego es el vodevil ácido, los tormentos de la vida matrimonial, las frustraciones y pavoneos de la clase media y las venalidades de la clase alta. Para citar tan sólo unos pocos ejemplos, mencionemos la simultaneidad en un mismo escenario de tres alcobas y tres parejas (Bedroom Farce), o el mismo espacio en tiempos alternos pero coincidentes (el comedor de How the Other Half Loves), o el corte en sección (modelo 13 Rue del Percebe) del edificio de Taking Steps, culminando en la locura combinatoria de las 16 escenas alternativas de Intimate Exchanges, que Resnais llevó al cine, en versión reducida, en Smoking/No Smoking.

La obra se ha convertido en un fenómeno local, con todo Reus corriendo de un local a otro

A Sir Alan le encanta sobremanera jugar con lo que sucede "fuera de campo", y Casa y Jardín tiene sus más directos precedentes en Absurd Person Singular (con los personajes progresivamente encerrados en la cocina, mientras buena parte de la acción, que no vemos, se desarrolla en el comedor) y, sobre todo, The Norman Conquests, la historia de un libertino inocente contemplada desde tres ángulos: comedor, sala de estar y terraza. Casa y Jardín, un cruce entre Fawlty Towers y La règle du jeu, es la definitiva vuelta de tuerca de ese procedimiento: una sola comedia partida en dos mitades, que se representa "simultáneamente" en dos teatros, con los mismos personajes y, naturalmente, los mismos catorce actores. Esto quiere decir, de entrada, que los cómicos se pegan un tute de campeonato: acaban una escena en la "casa" y han de correr al teatro vecino porque la acción continúa en el "jardín", y viceversa. Muchísimo viceversa: hay que cronometrar cincuenta viajes y, claro está, todas las acciones escénicas para que no haya tiempos muertos.

Elegir este double bill para inaugurar el Centro de Artes Escénicas de Reus ha sido, como decía, un golpe de genio, porque eso le ha permitido a Madico "unir" dos espacios y dos públicos cordialmente enfrentados (el Fortuny y el Bartrina, algo así como el María Guerrero y la sala Olimpia de la ciudad tarraconense) ganando la dificilísima apuesta en todos los frentes: un reparto de primeras figuras, una espléndida escenografía de Joaquín Roy, un precioso vestuario de Mercé Paloma y una dirección de reloj suizo. La acción transcurre, como sus títulos indican, en la casa y el jardín de los Platt, Teddy y Trish, un matrimonio en alza financiera y bancarrota sentimental, a lo largo de un sábado de agosto, entre las ocho de la mañana y las seis de la tarde. Casa, la más frenética de las dos, una verdadera máquina de risas, comienza cuando Teddy Platt (Andreu Benito, puro John Cleese) está esperando la visita de Gavin Ryng-Mayne (el siempre inquietante Pep Tosar), escritor y político tory, un Trigorin siniestro que jugará todas sus cartas para utilizar a Teddy como tonto útil en las elecciones y, de paso, seducir a Sally (Mar Ulldemolins), la lolitesca y trepadora hija del matrimonio. El problema es que Trish (Rosa Novell, más Anette Bening que nunca) ha decidido ignorar por completo a su marido, literalmente como si no le viera, al descubrir que está liado con Joanna (Rosa Renom), esposa de Gilles (Ricard Borrás), el mejor amigo de Teddy. Esa misma mañana, Teddy ha roto con Joanna para no enturbiar su inminente carrera política, y Trish acaba de contarle a Gilles la verdad del affaire. En ese clima de gran concordia hace su entrada Lucille Cadeau (Maria Lanau), una actriz francesa en decadencia que no puede probar una gota de alcohol, y que ha de inaugurar la tradicional fiesta campestre en el jardín de los Platt. Casa es una comedia redonda, perfecta, quizá la mejor que Ayckbourn ha escrito en los últimos años, pero algunos de sus personajes sólo desarrollan plenamente sus historias en Jardín, una farsa al principio chejoviana que acaba resultando una versión atomizada y negrísima del Sueño de una noche de verano: el lenguaje como tapadera, parece decirnos Ayckbourn, es patrimonio de la clase alta; al "servicio" sólo le queda el sexo sin palabras, el slapstick violento y la locura como vías de escape para la incomunicación acumulada. El jardinero Warn (Xavier Capdet) está liado con Pearl (Mercè Martínez), la hija de su esposa Izzie (Carme Fortuny); el rol de los fools corre a cargo de Barry (Carles Martínez), el temible maestrillo local, y su atribulada esposa Lindy (Lluïsa Castell), que convierten la preparación de la fiesta en una escalada de desastres: todo se rompe, todo se derrumba, sobre todo la salud mental de la pobre Joanna (la conmovedora Rosa Renom), el personaje más amargo.

El gran momento de Jardín es la maravillosa escena en la que el adúltero Teddy y la alcohólica Lucille se confiesan sus penas, borrachos perdidos y zambullidos en la fuente, más allá del lenguaje, sin comprender una palabra de sus respectivos idiomas pero entendiéndose y acercándose como nunca. Casa y Jardín, en traducción de Joaquim Mallafré, se ha convertido en un fenómeno local, con todo Reus siguiendo las peripecias de la hercúlea compañía dentro y fuera de los teatros, hasta alcanzar la bonita cota de 9.000 espectadores en tan sólo diez días: todo un triunfo. Al olor del éxito han llovido las ofertas para un transfer que tendría lugar en Barcelona la próxima temporada, en dos salas vecinas, y no es aventurado adelantar que lo mismo va a suceder en otros puntos de España.

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