"Estos días azules..."
No tuvo mucha suerte Antonio Machado con la ciudad que le vio nacer. Mas no por eso dejó de llevarla siempre en su corazón. A los ocho años de edad, en lo mejor de la infancia, tuvo que dejar atrás aquel relumbre de luz paradisíaca que maduraba en los limoneros del Palacio de las Dueñas. La luz de Sevilla, la que le acompañó en el recuerdo hasta el último momento. En un bolsillo del gastado gabán que había soportado el tránsito de los Pirineos, huyendo de la horda fascista, fue hallado el último verso que escribiera el poeta: "Estos días azules y este sol de la infancia". También una variante de una de las cuartetas a Guiomar, su grande y secreto amor. No pudo ser casual esa asociación de última hora entre el huerto claro de la niñez y el jardín prohibido de un amor otoñal. Ni fue la primera vez que se daba.
En el cuaderno 3 de los manuscritos de Antonio Machado que acaba de publicar Unicaja, p. 85, nos topamos con este otro esbozo: "entra la luz dorada de Sevilla, abierto el corazón al mundo,". La última coma indica que debió seguir, pero ya no encontramos más. También el verso de Collioure carece de puntuación, como si fuera otro intento de expresar lo demasiado vivo, el destello luminoso de un recuerdo feliz, o de una pasión incomunicable. Y ahora, justo en el folio anterior del cuaderno, aunque intensamente tachado, logramos leer: "¡Oh claro sol de invierno, sol todavía/ apenas ya, que calienta y desespera / un poco de oro tengo, amada mía". Simple boceto. Muy hondos tenían que estar estos amores para que todo un Machado no acertara más que a hilvanarlos. Pero las sorpresas del manuscrito continúan. En el folio siguiente, un nuevo amago: "como tu nombre llena". Parece que se refiere a Sevilla, que acaba de nombrar, pero la intensidad del concepto (llenar) podría apuntar a la "amada mía" de dos páginas antes, y más si ese nombre es el muy poético de Guiomar. (Machado y Pilar Valderrama se conocieron en Segovia en 1928, y la escritura de este cuaderno ronda esos años). Y porque en la página siguiente, la 89, se lee: "La castidad". Debajo, el germen de uno de los grandes proverbios: "cuanto vale se ignora y nadie sabe / ni ha de saber de cuanto vale el precio", que acabaría siendo: "Todo necio / confunde valor y precio". Otra gestación difícil, pero que al menos culminó en una fórmula genial. En cambio, las otras dos temáticas, la de la luz remota de la infancia y la luz escondida del amor, no alcanzaron el poema maduro, el texto rotundo y memorable al que Machado nos tiene acostumbrados.
Otras dos veces alude el poeta a la luz de Sevilla. Una, en el Retrato ("Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla / y un huerto claro"...); otra, en el no menos célebre soneto que dedicara a la evocación del padre ("Esta luz de Sevilla"...), el hombre que le enseñó a amar tanto la cultura popular como la cultura ilustrada, el romance como Garcilaso. Parece escrita al hilo de la decepción que le produjo (¿en 1917?), encontrarse la puerta cerrada de la casa donde nació. Y a la que nunca volvería.
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