Universidad antiminusválidos
La verdad que después de 35 años sentado en silla de ruedas, uno está ya de vuelta de casi todo en cuanto a barreras arquitectónicas y burocráticas. Y la verdad que el asunto está notablemente mejor que en aquellos años 70 en que a quienes acabamos una carrera universitaria nos deberían haber dado dos títulos por el precio de uno. Quizá por eso, después de licenciarme en Historia decidiera, años más tarde, doctorarme en Filología Clásica. Pero la cosa sigue. Al grano. No es febrero de 1971, sino una desapacible tarde lluviosa de noviembre de 2005. Me dirijo a la UNIA (Universidad Internacional de Andalucía) a una sesión (Cultura y prensa en Irak) de un seminario público dedicado a este país, y tras sortear con la ayuda de otro asistente diversas rampas muy modernas, aunque imposibles de salvar por uno mismo, llego al lugar del acto y me encuentro con que se va a desarrollar en una segunda planta sin ascensor. La noticia se comenta por sí sola, pero quisiera hacer una apostilla. Son múltiples las reclamaciones presentadas en cines, supermercados, bibliotecas y otros establecimientos públicos inaccesibles para minusválidos, y la respuesta general, la misma: no hay nada qué hacer; se trata de establecimientos anteriores al dichoso 92 y, por tanto, no están afectos a la ley de supresión de barreras. Así que, ajo y agua; porque no hay partido político alguno que se empeñe en exigir con ahínco una moratoria de tres o cuatro años para la adecuación a las normas sobre barreras. No obstante, en este caso es un establecimiento, la UNIA, abierto con posterioridad a la fecha, ¿entonces?... ¿No será que las siglas UNIA significan Universidad Antiminusválidos.
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