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Columna
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El aniversario

Hay aniversarios y aniversarios. Entre los de obligada celebración podría contarse el del pensador y novelista (de una sola novela) Elías Canetti, que teorizó sobre la masa, ese conjunto de hombres cuyas propiedades son distintas -y peores- a las de la suma de las partes. Así, mientras no cabe sino festejar aniversarios como el de Canetti resulta un tanto casposo, por no decir cogido por los pelos -casposos y seborreicos- conmemorar el primer aniversario de algo como el Acuerdo o Propuesta de Anoeta, que algunos también denominan "plan" a falta de otro rosco. Hombre, parece lógico que sus impulsores deseen vender la moto a cualquier precio y que incluso se alborocen por haberla parido. Lo que resulta inexplicable es que quienes no son ellos también lo hagan, me refiero a dar albricias y zapatetas. Sostiene Otegi, y Rafa Díez le sostiene, que el balance de los doce meses transcurridos desde el oscuro parto del velódromo de Anoeta es "altamente positivo" porque ya ha se ha impuesto la idea de las dos mesas, una con ETA y los Estados español y francés (pero me da que serían en ese caso tres, porque los dos Estados no se van a sentar juntos jamás con ETA y es dudoso -entonces sí serían dos mesas- que Francia quiera sentarse con la banda) y la otra con todas las fuerzas políticas, modo y manera que ha descubierto Batasuna para concederse la patente de legitimidad al mismo tiempo que ofrece al PNV la posibilidad de aparecer al menos en alguna foto.

Así las cosas, puede resultar comprensible que haya quien esté contento con el pedaleo de Anoeta porque de lo contrario se hubiera caído. Tal es el caso del propio PNV, que sin mesa se hubiera quedado fuera del proceso negociador, por más que esa segunda mesa a efectos prácticos no sirva para nada excepto para reivindicarse a nivel simbólico (que no es moco de pavo porque el nacionalismo se alimenta principalmente de símbolos). Y, por supuesto, es el caso de Batasuna, que además de legitimizarse busca ser el muerto del entierro o el zancarrón del cocido, arrogándose un papel que no tiene, puesto que cualquier Estado con un problema de terrorismo sabe que debe impulsar determinados procesos sin que nadie -y menos la sucursal de los terroristas- le diga cómo. De ahí que no se pueda sostener que el contento por el proceso supuestamente abierto en Anoeta deba merecer una aprobación universal. Como hemos visto, no es necesario para el Estado y tampoco debería serlo para los partidos políticos razonables. A menos que se admita que Batasuna es casi una organización legal ninguneada por un exceso del Estado, que es lo que piensa de sí misma la propia Batasuna y podrían estar pensando ciertos insensatos que han merecido un tirón de orejas de instancias superiores de su propio partido. Excepto Batasuna, el PNV y sus socios del tripartito, con ese Madrazo omnicomprensivo, nadie en su sano juicio puede pensar que las mesas salidas de la fábrica de muebles de Anoeta hayan constituido otra cosa que el descubrimiento del agua de regaliz.

Pero es que en lo de Anoeta había más. El argumento fundamental que utilizó Batasuna para volverse ebanista fue el de que se comprometía a sacar el conflicto de las calles. ¿Pero ha sacado algo, quiero decir, además de tajada en autobombo? Las crudas estadísticas señalan que, en lo que va de 2005, se han cometido cerca de 370 actos de kale borroka, 134 más que en todo 2004, con la particularidad de que los actos de violencia callejera se incrementaron a partir de la famosa propuesta de Anoeta. Hasta junio de 2004 se habían registrado 98 actos violentos, y desde junio 137, pudiéndose establecer que entre noviembre de 2004 y noviembre de 2005 se registraron aproximadamente 379. A eso hay que sumarle las bombas colocadas por ETA y la amenaza y la extorsión que no cesan. No sé si hay que ser masoquista o majadero -aparte de batasuno- para consolarse pensando que va mejor lo que sigue igual de mal. Claro que, san Gaznápiro también tendrá su aniversario, digo.

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