Pandilleros de clase media
Agresivos, 'makineros', seguidores del xenófobo 'Dj' Syto, se consideran "un poco fachas" y se agrupan en bandas autóctonas
Consideran un grave peligro la existencia en España de bandas de inmigrantes desheredados, y entienden que las peores son las que incluyen a tipos de distintas nacionalidades. Ellos, los pandilleros valencianos, en cambio, no forman bandas con ritos de iniciación, ni nada por el estilo. Componen grupos de relación abiertos y variables, con amigos y conocidos del barrio.
Tienen trabajo o van al instituto, disponen de recursos en mayor o menor grado, pero se comportan como si hubieran nacido en la calle. Los miembros de las pandillas han de ser varones -las chicas hacen de novias- que encajen en el patrón duro que dominaba las discotecas y recreativos en los años setenta.
Como entonces, los nuevos pandilleros creen que la agresividad elemental, colectiva y cotidiana puede hacer fuerte al individuo. Sin embargo, ahora la focalizan sobre la abundancia de inmigrantes. No creen en política, pero sí en una especie de nuevo-viejo orden en el que ellos -chavales que tienen casa, trabajo y estudios, pero que aspiran a ser tan duros como los criados en la calle- creen que pueden destacar.
"Hay que defender lo español, porque los extranjeros pueden llegar a copar todo"
Fueron chicos de pandillas los primeros que, desde Castellón, y vía Internet, pusieron en circulación distintas canciones racistas de un tal Dj Syto hace unos meses. Vía grabación en CD y vía descargas por ordenador, el tema makinero y xenófobo Me cago en esos putos rumanos, encontró un gran eco juvenil en la provincia y más allá. Este periódico informó del caso y un miembro local de Esquerra Unida presentó una denuncia ante la Guardia Civil. Syto fue ubicado y detenido en Onda. Luego fue puesto en libertad. El incidente llegó a provocar una protesta formal del gobierno rumano.
No obstante, otra vez hay en Internet una canción a su nombre. Se llama Ragatonto, Dj Syto aparece como su autor, y los inmigrantes se mantienen en el objetivo. El tema actual ataca a la música latina llamada reggaeton, a sus fans de todas partes y a los cantantes hispanoamericanos que la interpretan.
A éstos los llama "sudacas alcohólicos que intentaron ser raperos y sólo llegaron a mongólicos". "Morena, papi, menudo vocabulario tienen estos gilipollas, cualquier retrasado puede rimar", insiste. "Vamos a quemar a esos hijos de perra, venid todos conmigo, esto es la guerra", dice el estribillo. "Se quejaban de la mákina, se quejaban del hip-hop, malditos hijos de puta os deseo lo peor", sentencia. Las descargas de este tema avanzan, y la impresión que deja se comenta en distintos foros de la red.
"Para nosotros, como para muchos otros chavales, el tal Syto es el puto amo, y toda la polémica lo ha subido más arriba", comenta Niki, de 15 años, estudiante, que, "como católico" se declara "cansado, sobre todo, de los musulmanes y su religión". "Con esas canciones de verdad que te ríes, porque dicen lo que piensa mucha gente", insiste. Él forma parte de una amplia pandilla radicada en un pueblo cercano a Castellón. Su grupo puede llegar a congregar hasta treinta o cuarenta personas, aunque el núcleo estricto lo forman menos de diez, con edades comprendidas entre los 15 y los 20 años.
"No nos vemos racistas", opina, al respecto, Niki, "sino ordenados". Pero este contexto y en este ambiente, "ordenado" tiene un significado específico: "Quiere decir que cada uno se quede en su país". Precisamente, él es inmigrante de otra zona España, "pero yo me he adaptado a las costumbres de esta tierra", opina. "Muchos inmigrantes extranjeros van en bandas, se mezclan moros, rumanos y colombianos, van de delincuentes, imponen su manera de ser".
Y recuerda: "El portal de mi casa lo limpia una rumana; yo le saludaba por la mañana y no me contestaba; hasta que un día escupí un gapo en el cristal; ahora ya me saluda". En sentido estricto, él y sus colegas no se consideran fascistas, aunque otro amigo, Juan, de su misma edad, indica que "sí un poco fachas", pero "de sentimiento, no de ideología".
Es sábado noche, y todos toman copas en un bar de primera hora. Castellón es aún uno de los bastiones españoles del sonido mákina. Sustituido en otras partes por ritmos con menos connotaciones pandilleras y chabacanas, aquí, sin embargo, conserva su fuerza como himno eufórico de desfase. Por eso, no es raro que, para terminar la noche, gane la opción de acercarse a una macro-disco de un pequeño pueblo cercano especializada en hardcore -la mákina más dura- que suele contar con la presencia pagada de personajes catódicos como la tropa de Gran Hermano.
Habla ahora otro muchacho, Óscar, de 19 años, que cursa estudios técnicos. Confirma que a la mayoría de los muchachos que conoce les gusta "las letras estilo Syto, y la makineta y sus derivados". También se muestran abiertos a los temas cañí de Tijeritas o Camela. Y les gusta "el hip-hop de Eminem", aunque no su ropa, porque la ven, digamos, de poco macho. En este sentido, todo lo que suene a pachanga o a asfalto es bienvenido, pero el uniforme viril no puede olvidarse. "Ahora los jóvenes de aquí nos vemos obligados a formar bandas", opina Óscar, "porque en las discotecas grandes se pegan los de los pueblos y los de los barrios, son peleas de docenas de chavales de todas las nacionalidades, y en ellas sólo importa ver quien es el más guerrero". Según él, "por la noche ya te juegas la vida, las navajas abundan, los chavales se dan de hostias para demostrar que se han hecho fuertes en el gimnasio o para hacer ver que son más que tú delante de las tías". "A veces hay algunas que montan la primera gresca, y luego ya entran los novios a acabar la pelea", opina.
La manera de vestir de él y de sus amigos conjuga prendas de calle como el chándal junto a interpretaciones propias del look futbolista metrosexual. "Ahora también molan las cadenas y los anillos de oro, a la peña le gusta esa parte del vestir gitano", dice Óscar. Así lo confirma otro colega de casi 20 años con el pelo rapado a los lados y largo por detrás. Lleva los nudillos morados "de pelear", y de una riñonera saca un montón de grandes sellos dorados. "Los vendo a 30 euros", anuncia.
Interviene un nuevo chico, que se hace llamar Wally, de 20 años y con trabajo estable. "Los jóvenes que vamos en pandilla", considera, "nos hemos dado cuenta que hay que defender lo español porque los extranjeros pueden llegar a copar todo lo nuestro, las calles, el trabajo, la seguridad social".
Esta noche de sábado, Wally sale de fiesta con una gran bandera española en el coche, para exhibirla en los momentos de máxima euforia colectiva. A Niki le viene a la cabeza que "hace poco, unos inmigrantes se rieron de unos chavales de por aquí, y éstos luego se vengaron armados con pitones de moto". Parece que ésta es una de las armas habituales en las nuevas peleas pandilleras. Aunque existen otras. "Hay quien usa el coche para intentar atropellar al enemigo", recuerda Óscar.
Al día siguiente, Wally rememorará el final de la noche. En la discoteca, otro miembro del grupo de casi 20 años, que también echaba peste de los inmigrantes, "estaba pasado y se puso agresivo con la gente". Hubo un guardia de seguridad que les ayudó, les abrió paso para que los amigos pudieran sacarlo de la sala. "Y qué cosas", dice Wally, "el tío era rumano".
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