Maneras de vivir
Lo que para unos es desparrame y jolgorio para otros es cosa de mucho reflexionar y trascender. Es lo que tiene el jazz, que no es uno, sino muchos: tantos jazz existen como intérpretes hay. Lo dejó establecido Fats Waller en los treinta - "importa el cómo y no el qué"- y lo corroboró, medio siglo más tarde, el rockero Rosendo. A falta de un jazz único y verdadero lo que hay son distintas "maneras de vivir". Si el juglar de Carabanchel pensaba en los músicos de jazz o en otra cosa cuando compuso la pieza así llamada, no viene al caso.
Trovesi y Coscia viven el jazz desde la desmesura felliniana (de Fellini). Son un jazz de Pompoff y Thedy o de los Tonetti, dicho sea con el respeto que tan augustos representantes del gremio artístico-circense se merecen. El carablanca -Trovesi- y el augusto -Corscia-; ni como pareja cómica ni como músicos tienen precio. Se dan su gracia tocando a dúo las viejas folías del Medioevo y los aires populares de su país, que bordan; incluso tocan algún pasodoble. Cierto es que a uno le hubiera gustado escuchar a Trovesi, que es músico de enjundia, tocando materia algo distinta. Seguramente hubiera sido mejor pero no más divertido.
22º Festival de Jazz de Madrid
Gianluigi Trovesi, clarinetes; Gianni Coscia, acordeón; Charles Lloyd, saxos y flauta; Zakir Hussain, percusión; Eric Harland, batería y piano. Centro Cultural de la Villa. Madrid, 18 de noviembre.
Que después de los italianos saliera a escena Charles Lloyd y su trío constituye uno de esos hermosos contrastes que sólo se dan en el jazz. En su madurez, el veterano jazzista, que tanto dio que hablar en los años del flower power, aspira a redimir nuestras almas pecadoras: está tan entregado a su misión que puede que lo consiga.
Uno contempla a Lloyd alzando el saxofón hacia el infinito y más allá y no puede evitar sentirse trascendido y culpable. No hay duda: si ha existido alguna vez una sentimiento religioso en el jazz, su administrador es quien se lleva media vida caminando por la senda abierta por el autor del primer disco de jazz dedicado a Dios: John Coltrane.
Al primer soplido
Coltraniano y a mucha honra. Y músico de personalidad, también: a Lloyd se le identifica al primer soplido. Ubicado en medio del escenario, el reverendo saxofonista oficia lo que más se parece a una ceremonia animista que a un recital de jazz. No toca por tocar: invoca al "espíritu" (sic); nos llama y Le llama. Y no está solo. Le hace los honores la más extraordinaria de las secciones rítmicas; a un lado, el baterista Eric Harland, a quien escuchamos el año pasado acompañando al pianista McCoy Tyner; al otro, el hindú Zakir Hussain.
Hasta el viernes, muchos le teníamos por un intérprete folclórico con alguna afinidad jazzística. En realidad, Hussain es un extraordinario batería de jazz, con una peculiaridad: toca su instrumento en cuclillas, sobre el suelo y con las manos.
Babelia
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